Al día siguiente, me levanté antes del amanecer. Pensé que podría colarme en la escuela antes de que los monstruos comenzaran a llegar.
Y estaba muy equivocada.
—¡Ahí está ella! ¡Atrápenla! ¡No la dejen escapar esta vez!—Exclamó un grupo, apenas me notaron.
El miedo se apoderó de mi corazón por un segundo antes de que forzara mis piernas para salir de allí.
Al igual que me vi obligada a hacerlo ayer, corrí hacia el baño de chicas, pensando que tendrían la cortesía de no seguirme adentro.
Mis pulmones dolían por el cardio innecesario y la herida en mi abdomen volvió a arder.
Me encerré en uno de los cubículos, sentada en los azulejos limpios y abrazando mis rodillas, rezando a todos los dioses existentes para que no entraran y me encontraran aquí dentro, escondida como una rata.
Los dioses debían de ser sordos porque alguien pateó la puerta de mi cubículo, derribándola de sus bisagras.
Tres chicos con cabello castaño y con peinados puntiagudos sonrieron maliciosamente hacia mí.
—No pensaste que podrías esconderte de nosotros, ¿verdad?—Uno de ellos preguntó mientras los otros dos me agarraban entre patadas y mis gritos de auxilio.
Pensé que me golpearían como lo hicieron ayer, pero oh dios, lo que tenían en mente era mucho peor.
Uno de ellos, el más grande de los tres, me sujetó mientras su amigo desgarraba mi blusa, los botones volaban por todas partes mientras se reían de mí.
—¡Deténganse!—Grité, intentando y fracasando en patearlos para sacarlos de encima de mí, mi corazón latiendo erráticamente en mi pecho.
Esto nunca me había pasado antes… Nunca me habían humillado de tal modo…
—¡Deténganse! ¡Por favor!—Lloré, lágrimas traicioneras caían por mis mejillas.
—Escuché que se entregó fácilmente a Corrigan y ayer intentó llamar la atención de Vanderbilt. —Dijo el tercero de los chicos, una sonrisa malvada en su rostro mientras levantaba su teléfono, grabándome a mí, específicamente mi torso desnudo.
—¿Qué? ¿Crees que tu v****a solo es buena para los fundadores? Por qué no lo probamos y vemos si vale la pena tanto revuelo. —Irrumpió uno de los golpeadores.
Me revolví y pateé, gritándoles y tratando de luchar contra ellos, pero solo se rieron, el que había desgarrado mi camisa comenzó a desabrochar su cinturón.
—¡Ayuda! ¡Ayúdenme! Van a violarme. —Grité de forma desesperada.
—¡Cállate!—Me golpeó en la cabeza uno de los agresores.
Mi rostro se giró hacia la izquierda mientras toda la habitación se desenfocaba.
Un sonido estático y penetrante me dejaba sorda momentáneamente. Esto es todo.
Así es como lo voy a perder…
Sentí que mi cuerpo dejaba de luchar. Todo el fuego parecía abandonarme. ¿Cuál es el punto de luchar? Debería dejar que hagan lo que quieren hacer, de ese modo sería menos doloroso…
De repente, la puerta se abrió y los chicos se detuvieron al subirme la falda.
—¿Qué está pasando aquí?—Escuché decir.
Esa voz. Tan reconfortante. Tan suave.
Mi conciencia se aferró a esa voz como lo haría a una balsa flotando en medio del océano durante una tormenta traicionera.
—Hice una pregunta. —La voz exigía, con ira justa goteando en la manera que soltaba las palabras.
—Aiden... Aiden nos dijo que le hiciéramos pasar un mal rato. —Dijeron los chicos al unísono.
—¿Aiden te dijo que violaras a la nueva chica? Me pregunto cómo se verá eso en tu expediente. —Dijo la voz de forma aprensiva.
Sus manos se desprendieron de mi cuerpo.
—No puedes, hombre. Mi padre me matará. Solo estábamos haciendo lo que Aiden… Quería. —Respondió uno de los chicos, empezaba a parecer realmente mortificado.
—Ya te avisaré si necesito tu opinión al respecto. —Dijo mi salvador, interrumpiéndolo. —, váyanse.
Y ellos salieron de allí.
Tan pronto como quedó en silencio de nuevo, algunos pasos se acercaron a mí y antes de darme cuenta, alguien me ayudaba a incorporarme, acunando mi cabeza en su regazo.
—Lamento que hayas tenido que pasar por eso. —Murmuró la voz, subiendo mi camisa y acariciando la piel alrededor de mis costillas con dedos suaves.
Antes de que pudiera protestar, el dolor pulsante en mi abdomen se adormeció a un dolor sordo.
—Esto es lo mejor que puedo hacer sin despertar sospechas. Te llevaré a la enfermería y dejaré que los sanadores hagan el resto. Estarás bien. Lo prometo. —Aseguró la voz con absoluta firmeza.
Mis ojos se abrieron cuando me levantó en sus brazos. Pude vislumbrar su cabello rubio casi blanco, cayendo sobre una piel pálida y brillante como la porcelana.
Se sentía como un déjà vu una vez más.
—¿Cade?—Pregunté, la esperanza ardiendo dentro de mí, mi corazón apretándose dolorosamente en mi pecho.
Él me miró y juro que simplemente morí y fui al cielo y la persona que me miraba no era un hombre ni un monstruo, sino definitivamente un ángel.
—Ren. —Dijo, en esa voz suave pero firme, una mirada amable en sus ojos marrones claros. —, Ren Hawthorne.