PUNTO DE VISTA DE LILY:
Hoy apenas logré escapar…
Lo que enfrenté en Gold Crest era juego de niños en comparación con lo que los ricachones de la academia Shadow Cove estaban dispuestos a hacerme.
Como ovejas descerebradas, habían tomado las palabras de Aiden como ley y se lanzaron hacía mí. Me escondí en el baño de las chicas durante la mayor parte del día, donde sabía que los chicos no podían seguirme.
Las chicas no estaban muy interesadas en ensuciarse las manos. Se sentían conformes con observar y reír mientras me acosaban prácticamente por toda la escuela.
Mañana, cuando todos hayan oído hablar de la luz verde que Aiden dio, las cosas empeorarán mucho.
Me retorcí al colocarme el delantal alrededor de la cintura, tapando con una mano mi costado donde un bate de béisbol había rozado mi abdomen. Me dolía todo el cuerpo. Mis pies palpitaban de tanto correr por toda la maldita escuela. Me han hecho tropezar más veces de las que puedo contar y apenas he asistido a clases hoy.
¿Así es como va a ser? ¿Esto es lo que voy a enfrentar en cada institución en la que me encuentre?
Mis labios temblaron. Estaba a punto de desmoronarme y llorar a lágrima viva.
—¿Qué pasa, hermosa?—Escuché a mi mejor amiga gritar mientras entraba en la floristería.
Levanté la vista y la vi quitándose el gorro de lana, su rizado cabello castaño chocolate cayendo sobre su piel morena. Sus ojos marrón oscuro se clavaron en los míos como si intentara ver a través de mi alma.
Bia ha sido mi mejor amiga durante casi dos años, lo más parecido a una persona normal. Desde que abandoné Gold Crest y comencé un plan de estudios en casa con mi madre, ella insistió en que necesitaba interacción social. Y como nadie en Shadow Cove se atrevería a hacerme su amiga, decidí buscar trabajos diarios fuera de las protegidas paredes de Shadow Cove.
Cada semana durante los últimos dos años, hago un viaje de treinta minutos en autobús hasta la floristería de Theo Blooms para trabajar y satisfacer mi necesidad de socialización.
—Le diré a Theo que te dé un descanso hoy. Pareces necesitar un minuto. —Frunció el ceño. —, ¿necesitas un minuto?
Le sonreí temblorosamente y negué con la cabeza.
Theo, el dueño de la floristería en la que trabajamos, podría ser su padrastro, pero nunca toleraría a una empleada holgazaneando en el trabajo.
Frunció aún más el ceño. Colocó sus manos en sus caderas curvilíneas y abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpido por Theo entrando por la puerta trasera con una cesta de flores frescas.
—¿Quién necesita un minuto?—Preguntó, empujándose las gafas con montura.
—Lily necesita un minuto. —Dijo Bia.
Los ojos marrón oscuro de Theo lucían preocupados, me examinaron de arriba abajo.
—¿Necesitas un minuto?—Me interrogó Theo.
—¡NO NECESITO UN MINUTO!—Grité, a punto de arrancarme el cabello.
Bufó y me dio la cesta para que arreglara las flores en sus respectivos ramos.
Gruñí de dolor al agarrar la cesta, sin darme cuenta de que era más pesada de lo que parecía, pero disimulé el dolor como una profesional, logrando colocar la cesta frente a mí sin dejarla caer y sin hacer un desastre.
Bia y Theo no pasaron por alto mi gesto. Bia se acercó inmediatamente a mi lado y subió mi camiseta, revelando el moretón marrón y morado que se estaba formando debajo de mis costillas.
—¡Qué demonios, Lil! ¿Cómo conseguiste esto?—Me interrogó Bia con preocupación.
La aparté y volví a bajar mi camiseta, lanzándole una mirada de reproche.
—Me lastimé en la escuela. Fue un accidente. —Contesté apresurada, no quería que sintieran compasión por mí.
—Pareció bastante intencional para mí. —Dijo Theo, mirándome con sorpresa, —, ¿no empezaste recientemente en esa prestigiosa academia? ¿Fue allí donde te hiciste tremendo moretón?
Mis labios temblaron ante la mirada preocupada en sus ojos y me abrí como un huevo.
—Sí, fue allí. —Pronuncié con detención.
Inmediatamente me vi rodeada de una serie de preguntas.
—¿Qué?—Dijo Bia con furor.
—¿Por qué?
—¡Eso es! ¡Voy a enfrentar a esos hijos de puta!—Exclamó Bia con enfado.
—Cuida ese lenguaje, Bianca. —Le reprendió Theo.
—Perdón, Theodore. —Murmuró Bia, sin estar nada arrepentida.
Suspiré y me senté, sintiendo un leve dolor agudo al acomodarme.
—La academia no es lo que parece en los medios. —Suspiré, deshojando un diente de león que encontré. —, cometí el error de contradecir a este chico, Aiden, sin pensarlo. —Expliqué avergonzada.
—¿Aiden Vanderbilt?—Parpadeó Bia. —, ¿hijo de los difuntos dueños de Vanderbilt Corp?—Interrogó Bia pareciendo incrédula.
—Sí. No me sorprendió que supiera quién era. Aiden venía de una de las familias licántropas más poderosas y despiadadas, cuentan con poder, dinero y conexiones en el mundo humano como en el mundo de los hombres lobo. —Expresé con desagrado.
Vanderbilt Corp era una empresa inmobiliaria líder en la lista de las quinientas empresas más grandes según Forbes, y Aiden sería el orgulloso dueño de todo eso en los próximos años.
Lo último de lo que me enteré, es que su tío estaba ocupando temporalmente el puesto de CEO hasta que él fuera lo suficientemente mayor como para retomar el negocio de su padre. Me estremecí al ser consciente de ello, sin poder imaginar lo terrible y despiadado que Aiden sería con más poder. Lo poco que tenía en la academia ya se le estaba subiendo a la cabeza.
—En la academia lo tratan como un Dios. Su palabra es ley. Me señaló para ser acosada y el resto de los estudiantes están demasiado felices de seguir sus órdenes. —Le confesé a Bia sin poderme contener.
—¡Malditos! ¡Todos ellos!—Bia siseó, apartando un mechón de pelo castaño rizado que le caía sobre los ojos. —, ojalá fuera lo suficientemente inteligente como para ingresar a esa escuela como tú, Lily. Ya sabemos que soy demasiado pobre para siquiera soñar con ir allí… —Musitó Bia.
Sonreí con tristeza porque aunque Bia era la persona más fuerte que conocía, seguía siendo insignificante en comparación con la fuerza y poder de los hombres lobo y los niños ricos viciosos que me buscaban para matarme. Aún así, apreciaba sus buenas intenciones.
—Bueno. —Encogí los hombros, agitando mentalmente los puños en el aire cuando no me quejé al ponerme de pie. —, vamos a trabajar. Estos arreglos florales no se harán solos.
—Detente ahí, Beauregard. —Theo dijo, deteniéndose en seco. —, vas a volver a casa para atender tu herida y ni siquiera sueñes con volver aquí hasta que estés completamente curada.
—Pero… —Interrumpí en seco.
—¡No hay peros, joven señorita! Bianca y yo nos encargaremos aquí. Ve a descansar.
Con eso, me fui de su tienda. Cumpliendo con su orden exigente.