Gustavo
Me despierto con una sensación de plenitud, recordando la maravillosa noche que pasamos celebrando nuestro compromiso. Miro a Carolina, su cabello esparcido sobre la almohada y una ligera sonrisa en sus labios. Sus ojos verdes me hipnotizan cada vez que los veo, y no puedo evitar sentirme afortunado de tenerla a mi lado.
Pero mi ensueño se ve interrumpido cuando la veo levantarse rápidamente y correr al baño. Sé que los malestares del embarazo han sido difíciles para ella, y me preocupa verla así. Sin pensarlo dos veces, me levanto de la cama y la sigo hasta el baño, encontrándola arrodillada frente al inodoro. Pongo una mano en su espalda y la acaricio suavemente, ofreciéndole mi apoyo mientras pasa por este momento incómodo.
Una vez que ha terminado, la cargo en brazos y la llevo vuelta a la cama. Después, le preparo un relajante baño en la tina y cuando ella se sumerge en el agua, le dejo ahí una bandeja con una taza de té manzanilla acompañado con un poco de fruta, sabiendo que estos pequeños detalles pueden hacerla sentir mejor. Aunque sé que no puedo hacer desaparecer todos los malestares del embarazo, quiero hacer todo lo posible para que se sienta cómoda y cuidada.
—Gracias, Gus—me dice con una sonrisa cansada mientras bebe el té—. Eres un amor.
Le sonrío y la miro con el profundo amor que le tengo.
—Lo hago porque te amo, Carolina, y quiero estar contigo en cada paso de este viaje.
Sé que estos primeros meses de embarazo han sido difíciles para ella, y que enfrentamos desafíos que no habíamos previsto. El bebé que lleva en su vientre, que es de origen ruso, medirá más de dos metros y La Bratva ya lo está reclamando como su próximo líder, es algo que nunca imaginamos, pero estamos dispuestos a enfrentarlo juntos, como pareja.
A pesar de las dificultades, verla embarazada me llena de emoción y felicidad. Sé que seremos padres de un niño o niña único, y estoy emocionado de conocerlo o conocerla. Estoy decidido a apoyar a Carolina en cada momento, a ser su roca y su sostén, y a hacer todo lo posible para que se sienta amada y cuidada, aunque las cosas en mi familia no estén muy bien en estos momentos, y la llamada que tengo que hacer está a punto de darle más drama al asunto.
Es una llamada que he estado postergando con impaciencia durante casi dos meses, y sé que el momento menos indicado para hacerla sería en esta semana en donde se supone que solo tengo mente para Carolina, pero considero que lo mejor será recibir la noticia que tengo que recibir ahora que estoy en un lugar en donde puedo despejar la mente, a hacerlo estando en la ciudad en donde vivo y trabajo, rodeado de mucho estrés.
—¿Te importa si te dejo un ratito sola? Debo hacer una llamada —le pregunto a Caro, y aunque ella asiente, puedo notar que sus ojitos se ponen un poco tristes. De seguro está pensando que es una llamada de negocios.
Salgo al balcón y marco el número del laboratorio de genética el cual contratamos para que nos hicieran las pruebas de ADN a mí, a mis primos y a Chloe por orden de un juez. Mi padre fue enfático en su testamento al decir que solo se repartiría la herencia si dilucidábamos ese pequeño aspecto de nuestra filiación, y aunque mis primos no están interesados en la herencia que dejó mi padre, ni yo estoy interesado en pelear con ellos por eso, Chloe sí; de hecho, fue mi hermana la que demandó ante el juzgado civil, y el juez ordenó que nos practicáramos la prueba de ADN.
—¿Aló? —contesta el genetista.
—Hola. Habla con Gustavo Bustamante —le respondo, siendo eso lo necesario para que el hombre sepa a qué he llamado.
La voz del otro lado de la línea me comunica los resultados, y aunque trato de mantener la calma, mi corazón late acelerado. Los Orejuela y yo compartimos la misma madre biológica, es decir, somos hermanos. Soy hijo de Lina Bustamante.
Es una verdad que me golpea con fuerza, y aunque no dudé de lo que dijo mi padre en su testamento, enfrentar la realidad es abrumador, pero lo que realmente me conmueve es el otro resultado. Chloe y yo no compartimos ni un pequeño porcentaje de ADN. No somos hermanos.
Un nudo se forma en mi garganta, y siento una mezcla de alivio y tristeza. Durante tanto tiempo, creí que éramos hermanos y me sentí culpable por la pecaminosa relación que tuvimos, y ahora, la verdad es que nuestras vidas están conectadas de una manera diferente, y nuestro hijo Justin no es fruto de un pecado mortal.
La voz en el teléfono sigue hablando, pero apenas puedo escuchar. Mis pensamientos están en Chloe y en cómo esto afectará nuestra relación, que de por sí ya está rota, ya que ella escogió el bando en esta guerra que está atravesando la familia Orejuela contra la élite corrupta y sanguinaria del país, y escogió estar del lado de los Cortés.
Ya confirmando la verdad que todos sabíamos desde que mi padre murió, me dispongo a continuar con este hermoso día como si nada hubiera pasado, aunque siento un ardor en la boca del estómago. Carajo...si hubiera sabido desde antes que mis primos en realidad son mis hermanos, no los hubiera tratado tan mal como lo hice.
—¡Ja! Te dije que vendrían con cara de haberse dado como a cajón que no cierra —exclama Nicolás, que no parece tener jamás ni un pelo en la lengua, y noto cómo Carolina se sonroja mientras tomamos asiento junto a nuestros familiares y amigos más cercanos.
—¿Qué? ¿Te avergüenza que le recuerden a tu papá que nos damos mucho amor? —le susurro al oído a mi chica mientras nos traen el desayuno, y ella se vuelve a sonrojar —. Si tu padre se enterara de las posiciones en que te tuve anoche, se retractaría de la bendición que nos dio para casarnos.
Carolina me pisa el pie sin que nadie se dé cuenta, y yo ahogo una risotada. Me divierte y me excita que Caro sea tan caliente y tan inocente al mismo tiempo.
Nos disponemos a desayunar el exquisito banquete que nos han traído, mientras todavía me siento abrumado por las emociones encontradas que me embargan tras esa llamada al laboratorio.
Carolina parece estar disfrutando cada segundo y su risa contagiosa llena de alegría el lugar. La amo tanto y quiero protegerla de cualquier cosa que pueda afectar su felicidad durante el embarazo; sin embargo, mi mente sigue enredada en los resultados de los exámenes. Aunque estoy feliz de haber descubierto la verdad sobre mi relación con Fernando, Carlos y Alejandro, todavía me cuesta asimilarlo. Es difícil de creer que somos hermanos por parte materna. Durante tanto tiempo los traté mal y los alejé de mi vida, pero ahora entiendo que cometí un grave error.
Miro a Fernando y a Carlos de reojo mientras seguimos comiendo. Ellos están sonrientes y relajados, y me alegra verlos así, pero sé que les debo una gran disculpa por mi comportamiento pasado. Quiero ser un hermano para ellos, estar ahí para ellos, así como ellos lo están para mí ahora. Es hora de dejar atrás el pasado y construir una relación sólida y llena de amor como familia.
Carolina nota mi mirada perdida y sujeta mi mano con cariño bajo la mesa. Sus ojos reflejan comprensión y apoyo. Es increíble cómo ella siempre sabe lo que necesito en cada momento. Le sonrío agradecido y sigo comiendo, decidido a disfrutar de este momento especial junto a ella y a nuestros seres queridos.
Después del desayuno, nos preparamos para un día de diversión en la playa. Carolina y yo caminamos tomados de la mano, disfrutando del sol y del sonido relajante del mar, mientras los demás se broncean, beben y juegan en la playa.
El pequeño Edahi corre cerca de nosotros, mientras Luciano lo persigue. Oh. Todavía me cuesta asimilar que ese terremoto amazónico es mi sobrino.
—¿Todo bien ahí adentro? —pregunto, mientras me arrodillo en la arena para quedar a la altura del abdomen de Caro, el cual ya tiene una curva que en pocas semanas se empezará a notar bajo la ropa.
—Por el momento, sí —dice Caro, acariciándome la cabeza mientras yo poso mis manos en sus caderas y beso su tripita.
Me quedo un buen rato así, simplemente besando el abdomen de Carolina mientras le susurro cosas al bebé que llegará en unos meses. A todos los efectos, es mi hijo. Tal vez no compartamos lazos de sangre, pero sí compartiremos un lazo fraterno que será aún más fuerte que el de sangre.
Mientras jugamos en la arena y nos sumergimos en el agua, siento que las tensiones y preocupaciones se disipan. Estamos juntos, enfrentando lo que venga, y eso es lo más importante.
El día pasa rápido entre risas y diversión, y a medida que el sol se pone, regresamos al hotel para descansar.
Hago el amor con Carolina hasta casi la medianoche, y cuando ella cae profunda en los brazos de Morfeo, a mí me ataca el insomnio. Dios..., están ocurriendo tantas cosas.
Decido vestirme y salir a tomar un poco de aire al bar de la terraza del hotel, que permanece abierto hasta altas horas de la madrugada.
Al llegar al bar, me encuentro con Carlos, quien también parece estar lidiando con sus propios pensamientos. Nos saludamos con una mezcla de camaradería y preocupación en nuestros rostros, y nos servimos un poco de whisky, como si buscáramos encontrar en el licor alguna especie de alivio para nuestras inquietudes.
—Que no nos vea tu mujer, porque entonces dirá que soy una mala influencia para ti al estar llevándote de nuevo a los oscuros caminos del alcohol —dice Carlos, y yo me río.
—Descuida. No creo que vuelva a estar allí jamás —digo, apartando el vaso una vez queda vacío. Sé cuál es mi limite, y no pienso pasar de un solo trago —. ¿Cómo vas? —lo miro con seriedad, para que me responda con la verdad —. ¿Cómo va ese asunto?
El asunto no es nada más ni nada menos que la carrera de Carlos por convertirse en el mafioso más poderoso del mundo. No sé cómo lo hará, pero ya ha empezado a sembrar terror, y aunque yo no esté muy de acuerdo con lo que esté haciendo, sé que es necesario para darle la paz a esta familia y que mi tío Carlos reaparezca.
—No te lo voy a negar, Gus —dice Carlos, sirviéndose más whisky —. Lo de la familia Peña traerá graves consecuencias.
Siento un frío recorrer mi espina dorsal, y me preocupo aún más por Carolina y nuestro bebé. La violencia y la venganza en el mundo de la mafia pueden tener repercusiones devastadoras, y no puedo evitar pensar en la seguridad de mi familia.
—¿Crees que puedan llegar a atacarnos a nosotros? — le pregunto a Carlos, sintiendo una leve tensión en mis músculos —. No quiero poner en riesgo a Carolina ni al bebé mientras nos vamos a Estados Unidos.
Él toma un sorbo de su whisky antes de responder, con una mirada seria en sus ojos:
—Es difícil predecir lo que pueden hacer, Gus, pero sé que tenemos que estar alerta y tomar todas las precauciones necesarias para proteger a nuestras familias. Siempre ha sido así en nuestro mundo, pero ahora, con la muerte de los Peña, la situación podría volverse más peligrosa.
La preocupación me embarga, y asiento con seriedad. Mi mente se llena de preguntas y escenarios posibles, pero también sé que no puedo permitir que el miedo me paralice. Carolina y nuestro hijo dependen de mí, y debo asegurarme de mantenerlos a salvo.
—Voy a hablar con nuestros guardaespaldas para reforzar las medidas de protección. No podemos dejar cabos sueltos — le digo a Carlos, sintiendo que es mi deber como esposo y como futuro padre proteger a mi familia.
Él asiente en acuerdo y me brinda una mirada de cariño. Cariño de hermanos.
—Cuenta conmigo para lo que necesites, Gustavo. Somos hermanos ahora, y eso significa que también cuidaré de tu familia como si fuera la mía.
Me siento reconfortado por sus palabras, y la tensión en mis hombros parece disminuir un poco. Agradezco tener a Carlos a mi lado, porque sé que juntos podremos enfrentar cualquier desafío que se presente.
Y no. No me importa que Carlos ahora sea un monstruo. Es mi hermano y...y lo seguiré ciegamente, hasta la muerte.