Carolina
El suave sonido de las olas rompiendo en la playa crea un ambiente relajante mientras disfruto de mi cóctel sin alcohol. Nicolás duerme a mi lado, disfrutando del sol y la brisa marina. Este es el último día de celebración con mis amigos y familia antes de partir hacia Barú con Gustavo.
Mis pensamientos se centran en Nicolás. Lo miro detenidamente mientras duerme, apreciando su belleza y sensualidad. Aunque hemos mantenido una amistad cercana, siempre hay un rastro de lamento en mi corazón por lo que podría haber sido entre nosotros. Nuestros caminos tomaron direcciones diferentes, pero no puedo evitar preguntarme cómo habría sido si hubiéramos explorado esa conexión en un nivel romántico. Siempre me pregunto qué hubiera pasado sin tan solo Nicolás no fuera gay.
Nico es un hombre apasionado y leal, con una fortaleza que va más allá de su apariencia física. Ha sido un apoyo constante en mi vida, especialmente durante los momentos difíciles. Su sueño tranquilo me hace sonreír, recordando todas las veces que ha estado a mi lado sin importar las circunstancias, pero el amor que siento por él ahora, es diferente al que siento por Gustavo.
Mi amor por Gustavo es profundo y apasionado; una conexión que trasciende las adversidades y los desafíos. Aunque haya habido momentos difíciles en lo que llevamos de noviazgo, nuestro compromiso es inquebrantable. Sin embargo, no puedo negar la complejidad de mis sentimientos hacia Nicolás.
Mientras el sol sigue brillando sobre la playa y el suave oleaje acaricia la orilla, sigo contemplando a Nicolás con cariño y gratitud. Si bien las cosas entre nosotros nunca tomaron el rumbo romántico que imaginé en algún momento, su amistad sigue siendo un regalo invaluable en mi vida, y con el último día de celebración llegando a su fin, sé que, pase lo que pase, Nico siempre estará para mí, en las buenas y en las malas.
Nico abre lentamente los ojos, encontrándose con mi mirada. Su sonrisa cálida ilumina su rostro y, con ternura, me besa en la frente. Nuestro vínculo es especial y único, una amistad sólida construida a lo largo de años de apoyo mutuo y complicidad.
—¿Disfrutaste tu pequeña siesta? —le pregunto.
—Pues es mucho mejor que dormir en un catre militar plegable en medio de la selva —responde, haciendo una mueca al percatarse de que se ha tostado un poco las piernas.
Aprovechamos este pequeño momento de intimidad para compartir caricias amigables. Mis dedos siguen el rastro de sus cicatrices; las marcas físicas de las batallas que ha enfrentado. Cada cicatriz me recuerda lo valiente que es, cuánto ha sacrificado y luchado por lo que cree. Mi tacto es suave y respetuoso, sabiendo que esas cicatrices representan mucho más que heridas físicas; también son reflejos de las heridas emocionales y mentales que ha experimentado.
Algunas de sus cicatrices son más profundas que otras, como si las marcas en su piel fueran un eco de las cicatrices que lleva en su alma. Sé que hubo momentos en su pasado, especialmente durante su misión en el Amazonas, que dejaron huellas indelebles en su corazón. Aunque no conozco todos los detalles de la misión que tuvo que hacer la cuadrilla de la muerte en aquel peligroso territorio, puedo imaginar la intensidad de lo que vivieron y cómo eso cambió sus vidas para siempre.
Aquella misión en la selva, la pérdida de su amigo —y primer amor — Salomón, y las duras experiencias que enfrentaron son capítulos que no he hablado en detalle con Nicolás, pero puedo percibir la profundidad de su impacto en él, en su manera de ser y en su determinación. A medida que acaricio sus cicatrices, siento una conexión más profunda con él, una comprensión silenciosa de que hay heridas que nunca se borran por completo.
Nuestro silencio es elocuente, una forma de comunicación que va más allá de las palabras. Nicolás sabe que siempre estaré aquí para él, apoyándolo y compartiendo su carga emocional. Aunque nuestras vidas están tomando caminos diferentes, nuestra amistad sigue siendo una constante, un ancla en medio de las tormentas que enfrentamos en este mundo lleno de complicaciones. Con cada caricia y cada mirada, reafirmamos la fuerza de nuestra conexión, recordándonos mutuamente que siempre podemos contar el uno con el otro.
—Quien los vea, dirá que son ustedes los que están celebrando un compromiso —nos interrumpe Gustavo, apoyado en uno de los postes de la cama, logrando que Nico y yo nos sobresaltemos, ya que estábamos tan ensimismados en nuestro pequeño momento íntimo, que no nos dimos cuenta a qué horas llegó Gus.
Mi prometido no luce molesto, sino más bien, divertido. Él sabe que yo en realidad jamás le sería infiel, mucho menos con mi mejor amigo, que ahora resultó siendo su cuñado, porque, aunque la relación de Nico y Alejandro esté tambaleando en una cuerda floja, todavía están juntos.
—Siempre hay un campo para ti, rubiales —le dice Nico, haciéndole espacio a Gustavo —. También te puedo dar cariño a ti, si lo deseas.
Aunque sé que eso último Nico lo dijo a manera de broma, en realidad me causa un subidón de éxtasis que ni él ni Gus se imaginan.
Imaginarme a mi mejor amigo y a mi novio dándose cariño, es algo que me moja los calzones de inmediato. Es una fantasía que tengo desde hace rato, pero no soy capaz de revelársela a ninguno de los dos. Gus y yo ya hemos hablado sobre eso de ser sinceros respecto a lo que queremos experimentar; Gus ha sido enfático en que no debe darme vergüenza decirle qué fetiche o fantasía quisiera cumplir junto a él, pero...no creo que él reaccione muy bien si le digo que quiero que se folle a Nicolás al frente mío. A Gustavo ni siquiera le gustan los hombres. Experimentó un poco cuando estuvo en la universidad, pero no le gustó.
Gustavo se une a nosotros, acomodándose en el espacio que hay entre Nicolás y yo en la cama de playa. La atmósfera relajada y la cercanía entre los tres nos hace sentir como si estuviéramos en nuestra propia burbuja de intimidad, y Nico, con su característico espíritu juguetón, coloca una de sus piernas sobre la de Gustavo, y para mi sorpresa, Gustavo entra en su juego al acariciar su muslo con suavidad. La electricidad en el aire es palpable, y un escalofrío recorre mi columna mientras observo la interacción entre ambos.
Mis hormonas de embarazada están en un alboroto constante, y la cercanía entre Gus y Nico parece amplificar cada sensación. Me muerdo el labio para contener un gemido que amenaza con escapar, sorprendida por la intensidad de la reacción que provoca en mí ver a los dos hombres que más amo en este mundo, interactuar de esa manera. Mis pensamientos se vuelven un torbellino de emociones y deseos, y luchar contra las oleadas de sensaciones se convierte en una tarea cada vez más difícil.
El sol se esconde en el mar dando lugar al anochecer, las olas rompen suavemente en la playa y las risas llenan el aire mientras compartimos este momento entre amigos. Aunque estoy rodeada de belleza natural y buena compañía, mi mente se centra en la compleja dinámica que nos une a nosotros tres. La amistad sólida que he compartido con Nicolás durante años, y el amor profundo que siento por Gustavo, crean una amalgama de emociones que a veces es difícil de manejar.
Mantengo mi expresión tranquila mientras observo la interacción entre los dos hombres de mi vida, sabiendo que este juego inofensivo tiene un significado mucho más profundo para mí. En este momento, en medio de la serenidad de la playa, estoy enfrentando la realidad de mis sentimientos y deseos. Las hormonas del embarazo están descontroladas, pero la verdad es que esta situación ha sacado a la luz uno de los deseos más carnales que yo haya podido tener alguna vez.
La excitación es tal que, apenas todos regresan al hotel en busca de la cena, yo tomo de la mano a Gustavo y corro hacia una zona de la playa en donde sé que nadie nos verá; en unas rocas que están a la orilla del mar, y aunque Gustavo al principio no entiende qué pretendo con esto, hago que se siente en una de las rocas, y al deshacerme de la parte superior de mi bikini, dejando así mis tetas al aire, él lo capta de inmediato.
—¿Aquí? —pregunta, al parecer no pudiendo creer que yo quiera arriesgarme a tener sexo en la playa, en donde cualquier curioso podría vernos.
—Sí. Aquí y ahora —le digo, sentándome a horcajadas sobre él para besarlo con hambruna.
Después de una candente sesión de besos, me volteo, dándole la espalda para así poder apoyar mejor mis pies sobre la arena y moverme con soltura, y tras correrme un poco el panty de baño...me empalo a él en un solo sentón.
Suelto un gemido mientras siento cómo su pene abre mis carnes. Entró fácil, porque, después de todo, yo ya venía mojada desde hacía horas, así que empiezo a moverme, dándole rápidos y furiosos sentones mientras él me toma de los brazos, uniéndolos tras mi espalda.
Bueno...prácticamente, soy yo la que se está follando a Gustavo. Él, en esta posición, no es que pueda hacer mucho. Lo único que puede hacer es quedarse sentado y disfrutar, mientras que yo hago todo el trabajo, dándole sentones y haciendo círculos con mis caderas.
—Oh, baby...¿en dónde aprendiste eso? —me pregunta Gus entre jadeos, y para sorprenderlo aún más, le hago el beso de Singapur, apretando mis paredes vaginales lo más que puedo, y él no se aguanta de a mucho y...se corre.
—Carajo, Gustavo...te hubieras aguantado un poco más —digo, moviéndome aún más rápido para alcanzar pronto el clímax antes de que a Gus se le baje la erección.
—Es que...eres muy caliente —se defiende él, mientras siento cómo su leche caliente me llena hasta lo más profundo de mis entrañas, y lo que sobra, se derrama por sus bolas hasta salpicar en la piedra sobre la que estamos sentados.
A Gus no se le baja la erección. Todo lo contrario. Mi hombre demuestra ser todo un semental y, haciendo que me ponga de manos y rodillas sobre la arena, me bombea con fiereza, apretando mis caderas, y yo gimo como una gata en celo mientras el agua del mar nos salpica en cada ola.
Pierdo la fuerza en mis brazos, y me acuesto boca abajo sobre la arena, levantando un poco mis caderas para facilitarle la penetración a Gus, y él se abalanza sobre mí, apoyando sus codos en la arena, con el sumo cuidado de no aplastarme con sus más de 100 kilos de peso, y me sigue embistiendo así, pero ahora con más suavidad, sabiendo que tenemos que hacerlo con cuidado, por el bebé.
—Ummm...me encanta que el embarazo te tenga así tan...calenturienta —me susurra Gus al oído mientras sigue entrando y saliendo de mí —. Te amo tanto.
Y así, la arena de la playa se convierte en nuestro cómplice, se nos pega a la piel y se infiltra en cada rincón mientras nos entregamos el uno al otro con esa pasión que ha estado ardiendo entre nosotros desde el día en que no conocimos.
Grito el nombre de Gustavo cuando llego a un devastador orgasmo, y a su vez, él se deja ir en una segunda explosión de éxtasis mientras suelta exclamaciones soeces en inglés.
Una vez que el ardor del momento se disipa, dejamos la playa y entramos al restaurante del hotel. Las miradas de nuestros amigos y familiares nos siguen mientras nos unimos al grupo, y aunque nadie dice nada al principio, puedo percibir la sospecha en sus miradas. El calor en mis mejillas es inevitable, ya que sé que nuestras acciones en la playa no pasaron desapercibidas.
—Nos dimos un chapuzón antes de venir —digo, esperando que mis padres se lo crean, pero Nicolás, tan indiscreto como siempre, replica:
—¿Un chapuzón, o un revolcón?
Fulmino con la mirada a Nicolás mientras los demás se ríen, y mis padres optan por seguir comiendo y hacer de cuenta que no escucharon nada. Pobres..., cuánto los tengo sufriendo.
Mientras cenamos, mi mirada se encuentra de a ratos con la de Carlos, el hombre que alguna vez admiré, pero ahora, la admiración que sentía por él se ha transformado en una sensación de desconfianza y perturbación.
Carlos, el hombre al que llegué a considerar como parte de mi familia, ahora es un recordatorio constante de los oscuros caminos por los que está transitando la familia Orejuela Bustamante.
La imagen de Jessica Peña, sus ojos alegres y su sonrisa, emerge en mi mente. Jessica, mi amiga y confidente, y la misma mujer que tuvo una historia con Carlos y que pagó el precio más alto por ello.
La trágica muerte de Jessica pesa en mi corazón, y no puedo evitar sentir una mezcla de enojo y dolor cada vez que veo a Carlos. Él es el responsable de su partida, el que tomó su vida jugando a ser Dios, o más bien, el diablo.
Mis pensamientos se convierten en un torbellino mientras observo a Carlos. Me pregunto cómo pudo llegar a este punto; cómo pudo desviarse tanto de la persona que una vez conocí. La relación entre nosotros ha cambiado drásticamente, y aunque hay una fachada de normalidad en esta cena, sé que las heridas son profundas y difíciles de sanar.
A medida que la velada avanza, trato de dejar a un lado mis sentimientos encontrados y disfrutar del momento con Gustavo y los demás. Sin embargo, la sombra de Carlos y la tragedia que lo rodea persisten en mi mente. En medio de la conversación y las risas, encuentro momentos para reflexionar sobre cómo la vida puede llevarnos por caminos inesperados y cómo las personas que alguna vez admiramos pueden desilusionarnos de formas inimaginables.
Después de la cena, cada quien se dispone a ir a su respectiva habitación, pero mientras Gus y yo caminamos por el pasillo junto a Nicolás, justo antes de que mi amigo se desvíe hacia su habitación, Gustavo lo detiene, tomándolo de la muñeca, y le dice:
—Nicolás...¿qué tal si entras con nosotros?
Abro los ojos como platos y miro a Gustavo, queriéndome asegurar de que él no esté bromeando. Él solo podría invitar a uno de mis amigos a la privacidad de nuestra habitación por un motivo que...que espero que sea lo que estoy pensando.
Nicolás sonríe, mirando a Gus con complicidad, como si...como si ellos ya hubieran hablado de eso antes. Como si Gustavo ya me hubiera leído la mente desde hace rato y se haya enterado de mi fantasía.
—Iré a mi habitación por los condones. Ya los alcanzo —murmura Nicolás, y con eso ya me confirma que, en efecto, vamos a hacer lo que tanto he estado anhelando.
Miro a Gustavo con la emoción notándoseme en cada poro, y mientras entramos en nuestra suite presidencial, nos fundimos en un beso pasional.
Oh sí. Esta noche podremos cumplir todas nuestras fantasías.