Capítulo 3. Márquez.

1598 Words
Esto no podía ser verdad, yo mismo vi su cadáver en la morgue, pero mis propios ojos vieron ahora, como ella estaba parada en la puerta, por alguna razón al lado de Shere Khan. Era la misma, que hacía veinte años. Delicada, frágil, increíblemente hermosa, como un ángel. Algo cambió de repente en mi cabeza, estos veinte años de dolor y desesperación insoportables se habían ido. ¡Lydia, mi Lydia ha vuelto! Todo estará bien ahora. Yo mismo no supe cómo me acerqué a ellos. - Herman, ¿puedes presentarme a tu compañera? - Le dije, sin apartar los ojos de mi ángel. - Valentina, - escuché e hice una mueca, algo andaba mal. ¡Ella no podría llamarse Valentina, era mi Lydia! En toda la noche no la dejé salir de mi campo de visión. Tan pronto como la chica fue al baño, me acerqué a Herman. - ¿Espero que no te hayas olvidado de la deuda? - Le pregunté. - No, te dije que pagaría. ¡Dime el precio! - respondió Davydov. - Quiero a Tina, - respondí. - No, Jorge, Tina no me pertenece, es libre y puede elegir con quién va a estar, - respondió y me di cuenta de que no me la daría así por así. - Entonces, si ella decide elegirme a mí, no te importará. - dije. Herman se encogió de hombros, pero pude ver, que, si se estaba conteniendo, para no aferrarse a mi garganta. Solo que no me importaba nada. Tenía que recuperar a Lydia. Estaba cansado de vivir sin ella en un mundo sin color. Mi cerebro se negó a aceptar el hecho de que Tina no era Mi Lydia, porque cuando la tomé en mis brazos y la saqué del coche de ese bastardo Den, la apreté contra mi pecho y mi corazón comenzó a cantar. De repente volví a sentir esa oleada de ternura que una vez había despertado en mí mi amada. La llevé a la habitación que había sido preparada para ella hacía mucho tiempo y nunca cruzara su umbral. Estaba increíblemente feliz solo de sentarme en una silla y verla dormir. Tenía la sensación de que no pasaran esos veinte años, que yo era joven de nuevo y estaba de nuevo con mi ángel. ¿Estaba pensando en ella, en Tina? ¡No! Disfrutaba de mi sensación de felicidad, hasta que casi me había olvidado de que existía el mundo exterior. Para ser honesto, en ese momento no pensaba nada bien, porque era como un drogadicto, enganchado de amor. Pero el amor estaba extraño esta vez. Quería tenerla entre mis brazos, acariciar su cabello, tocar su frente con mis labios, quería que fuera mía, pero nada en cuanto a sexo, al contrario. Cuando Tina, en un ataque de histeria, comenzó a arrancarse la ropa y me gritó que la tomara por la deuda recibida, entonces experimenté un fuerte sentimiento de disgusto y repugnancia hacia mí. Fue tan extraño todo eso, que le pedí a Demid que me trajera una prostituta para entender que no me había vuelto impotente. Resultó que no tenía problemas con la erección, era solo que Tina evocaba en mí sentimientos completamente diferentes a los que había esperado. Pensando que todo se calmaría, que solamente estaba de los nervios. Necesitaba tiempo para que ella se acostumbrara a mí y se olvidara de Herman. Fui al engaño. Fue cruel, lo admito, pero esperé demasiado para volver a ser feliz. Además, al enterarse de que Herman ahora dirigía los clubes de su padre, y también abriera varios más, y la arrastró a su casa engañada, e incluso la llevó a uno de sus clubes con el Tema. De hecho, pensé que estaba haciendo todo bien y rescatando a una pobre chica de las garras de este libertino. La comprensión de que firmé la sentencia de muerte de Tina con mis propias manos y mi egoísmo, como lo hice con Lydia una vez, llegó en el consejo. No tenía idea de que Herman reuniría el valor para acusarme de secuestrar a su novia ante el consejo. Podría haber enviado este maldito consejo al infierno, pero Demid insistió, diciendo que me iría a Inglaterra y él tenía que trabajar con ellos aquí. Reflexionando, decidí que nadie escucharía a Herman, no tenía el peso para competir conmigo. Llevé a Tina al consejo. Herman me miró desafiante, cómo si se contuviera para no llenar mi cara de sangre, no me lo imaginaba, pero no pensaba regalarle a Tina de ninguna manera. - Nunca renunciaré a mi prometida, - dijo él. - Ella no es tu novia, la engañaste y trajiste a tu casa. Por lo tanto, le exigí a esta chica como p**o de la deuda, por el hecho de que su gente entró en mi territorio, - respondí con calma. - ¡No es cierto! ¡Te ofrecí dinero! - El dinero no lo es todo, son envoltorios de caramelos, hay cosas mucho más dulces, - sonreí al ver como el chaval apretaba la mandíbula. "Aún eres joven, muestras tu enojo a todos, mocoso", - pensé entonces. Los consejeros, decidiendo que eran más geniales que los lores ingleses en el parlamento, decidieron que deberían preguntarle a la chica. - Ya que vosotros mismos no podéis compartir una mujer, dejemos que ella decida con quién se quedará, - dijo Vlasenco. Tina fue llevada a la habitación. Una chica joven, casi niña, que no encajaba en este interior de ninguna manera. Demasiado limpia, demasiado frágil. ¡Sus ojos llenos de miedo me subieron a la cabeza algo muy parecido a una tormenta perfecta, por lo que quería envolverla para que nadie la tocara ni con un ojo! Y ¡al diablo ahora todo, para que la traje! Quería tomarla suavemente en mis brazos, presionarla contra mi corazón y sacarla de esta mierda al aire libre. Extraño, pero leí el mismo deseo en los ojos de Herman. Y ella enderezó los hombros, levantó la barbilla y declaró con firmeza: - ¡No elegiré a nadie! ¡Os odio a todos! - gritó y corrió hacia la puerta. Nadie la detuvo, todo pasó demasiado rápido. Herman corrió tras ella y por el rabillo del oído escuché la voz de Vlasenco: - Estos dos podrían comenzar una guerra por esta chica. ¿Recuerdas lo que hicieron hacía cinco años? Si la eliminamos, no habrá razón para el enfrentamiento. Ahora tenemos poca fe en nosotros, y si tampoco defendemos el orden, entonces valemos un centavo. Me di la vuelta, me acerqué a la mesa, puse las manos encima y dije: - Si al menos un cabello se le cae de la cabeza, todos vosotros os acostareis bajo la tierra. - ¿Qué tiene ella que tú y Shere Khan se descarrilaron? ¿Coño de oro? Los viejos se rieron al unísono. - Yo os advertí. Salí de la habitación y de repente me sentí tan cansado que tuve que sentarme en una silla y pedir un vaso de whisky. En ese momento me di cuenta de lo que había hecho. Al igual que entonces hacía veintiún años, estaba cegado por el amor y el egoísmo, por eso perdí a mi amada. No tenía que ir en contra de todos como un toro, tenía que esperar, actuar con cuidado y no casarme con ella en secreto, lo que provocó la completa indignación de su familia, su novio y mi hermano. Y ahora esta chica, tan parecida a Lydia, hoy me miraba con los ojos llenos de dolor y desesperación. ¡Sí, qué clase de persona soy! La encerré en mi casa, como un pájaro en una jaula, igual lo que hicieron con Lydia, no le dije nada, aunque, ¿qué podría decir? Que ella era como dos gotas de agua con mi amor. ¡Estúpido! Que ella evoca en mí una ternura increíble, tal que no puedo pensar con sobriedad. ¿Que sentía necesidad de protegerla y por eso la condené a muerte? - Vámonos a casa, Demid, no tenemos nada más que hacer aquí, - dije y nos dirigimos hacia la puerta. De repente, cerca de los baños, vi un alboroto. Vyazemsky, con la nariz rota, estaba sentado en el suelo de baldosas, con la mano presionada contra la cara y la espalda apoyada contra la pared. Den estaba peleando con Herman. Después de mirar durante cinco segundos, me di cuenta de que la victoria sería para Davydov, avancé más hacia la salida, cuando de repente escuché un disparo. No entendí quién estaba disparando. Había al menos diez personas paradas aquí, no conocía ni la mitad, lo más probable que fueran la seguridad. "¿La seguridad de Vyazemsky? No parece," - pasó por mi cabeza. Miré a Herman, le dispararon en la pierna, pero aguantó. Al parecer, la adrenalina entró en el torrente sanguíneo. Apuñaló desde abajo en la mandíbula de Den y él se cayó. Yo vi que nadie se dio cuenta, o todos fingieron que Herman no había recibido un disparo. Se tambaleó hacia la salida. - ¿Puedo llevarte? - pregunté. - ¡Vete al infierno! ¡Es por ti! ¡Ella no es Lydia! ¡Ella es mi Tina! - gritó en mi cara, agarrándome del pecho. - Cálmate, ya entendí, pero tú mismo escuchaste lo que nos dijo. - ¡Es todo por tú culpa! - Me empujó contra la pared y se dirigió a la puerta. - Demid, ve tras él, asegúrate de que llegue bien, y mientras yo estaré aquí, para ver qué está cociendo aquí. No me gusta todo eso.
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