Una jugada astuta (2da.Parte)

2067 Words
Dos días después Selva del Congo Samuel Alguien dijo que existen momentos decisivos, aquellos de los que no puedes escapar, y, en el fondo, tampoco quieres hacerlo, porque sientes que cada segundo de duda altera lo que viene en el futuro. Esos momentos son como un precipicio que te atrae, un vacío que llama a saltar, aunque tus manos tiemblen, aunque el miedo te amarre con cadenas invisibles que parecen pesar toneladas. Son situaciones en las que sientes que todo está en tu contra, como si el mismo mundo se inclinara en un intento de hacerte retroceder. Pero hay algo que te empuja hacia adelante, algo que no entiende de seguridad ni de lógicas; es tu propia conciencia, que no tolera la cobardía ni el intento de esquivar lo inevitable. En esos momentos, la sensatez se convierte en un mero espectador, y la cobardía no es más que un susurro ahogado. Es como si las partes más racionales de ti decidieran observar en silencio desde la distancia, sin interrumpir. Porque ahí, en el borde de ese salto, emerge la parte de ti que no mide las consecuencias, la parte temeraria que no titubea al tomar las riendas. No se trata de jugar al héroe, ni de ser imprudente por el simple deseo de demostrar algo; es más profundo. Es una cuestión de no fallarle a quienes han confiado en ti, de cumplir lo que prometiste y también de no traicionar lo que sabes que es correcto, incluso si hacerlo te desarma. Es en esos momentos cuando entiendes que la conciencia no es solo un recordatorio incómodo; es un motor, una fuerza brutal que te arrastra hacia adelante, y que te exige más de lo que creías poder dar. Es una voz que no admite pretextos y que te recuerda que hay algo más importante que tu comodidad o tu miedo. Porque hay algo peor que enfrentarse a ese salto, y es vivir sabiendo que no lo hiciste, que te negaste a actuar cuando más se necesitaba. En una etapa de mi vida decidí encerrarme en mi dolor, le fallé a la mujer que amo, pero siempre esa horrible espina quedó guardada en mi corazón como un maldito recordatorio de mi egoísmo, y vivía preguntándome, ¿Por qué demonios? ¿Por qué no pude entender que su dolor era igual que el mío? ¿Por qué la dejé sola sufriendo la muerte de Nicholas? Supongo que muy tarde me di cuenta de mi error. No sé si fue inmadurez, falta de coraje o simplemente me sentí incapaz de estar para Emily. Sin embargo, el destino volvió a traerla a mi vida. Quizás para cerrar las heridas de un pasado que nos sigue doliendo o solo burlarse de mí susurrándome como fui capaz de perder a una mujer como ella. Aunque quiero creer que fue para reescribir nuestra historia y tener nuestro final feliz, porque me niego a creer que solo quedarán sueños rotos, promesas vacías y una culpa que nunca superare por haberle fallado de nuevo. Y ese era el momento determinante que estaba viviendo una vez más. Allí estaba delante de Luke maldiciendo al conocer quien era Jones y como engañó a Emily para que aceptará llevarlo a Ubangi, pero sobre todo teniendo el corazón estrujado por estar consciente del peligro que corría en compañía de esos cabrones, entonces no podía quedarme postrado en una cama como si fuera un invalido. Era cierto que estaba herido, pero eso no me impediría ir por ella, más que todo mi consciencia me exigía hacer lo imposible para rescatarla. Así observaba el rostro de Luke con esa mirada vacilante por mi terquedad de ir por mi esposa en un silencio que me ahogaba cada segundo. Lo sé, su argumento tenía lógica y sensatez, no podía enfrentarme solo a la gente de Jones, menos en mi estado de salud, pero la única ventaja que poseía era que conocía el territorio. De repente, lo que pareció una agonía eterna terminó con su voz áspera al ambiente. –¡Samuel, ya te estoy ayudando! –respondió Luke, su tono tenso, apenas logrando contener la frustración–. Mandé a los muchachos a seguir el rastro de Emily. Es cuestión de horas para que tengamos noticias. Y no olvides lo más importante: ella es más hábil que cualquier guía, sabe moverse en la selva como nadie. Sabrá sortear cualquier dificultad. –¿Cualquier dificultad? –repliqué, con voz amarga y una expresión endurecida que delataba mi incredulidad–. Hablas como si fuera una simpleza todo lo que acabas de revelarme de Jones. ¿Acaso no entiendes el peligro en el que está Emily con ese hombre? Luke me miró con una mezcla de paciencia y exasperación, y suspiró antes de contestar. –Lo entiendo perfectamente, pero tu desesperación te ciega. No ves el panorama completo. Además... –hizo una pausa, su mirada se volvió fría– es tu culpa por permitir que Emily se embarcara en esa búsqueda –soltó, dejándome con el rostro desencajado. Sentí un golpe seco en el pecho, y la rabia me recorrió como una descarga eléctrica. Mi voz tembló de furia contenida. –¡Mierda! No puedo creer lo que estoy escuchando. Sabes mejor que nadie cómo es Emily, que cuando algo se le mete entre ceja y ceja, no hay fuerza que la haga desistir. Y encima... después de tanto tiempo sin verla, ¿cómo podía imponerle algo? Ni siquiera estaba en posición de opinar sobre su vida. Ya fue un milagro que accediera a hablar conmigo, a…intentar recomponer nuestra relación. –¡Samuel…! –exclamó Luke, intentando calmarme, pero sus palabras murieron cuando vio la desesperación en mis ojos. –Luke, fuiste testigo de lo que sufrí sin Emily todo este tiempo. Ahora que la vida me la devolvió, ¡no me pidas que me quede esperando un maldito milagro para verla a salvo! No puedo... no puedo fallarle otra vez, ni yo me lo perdonaría. Luke me observó en silencio, procesando cada palabra, y finalmente, su expresión se suavizó, cediendo ante mi determinación. –¡Carajos, Samuel! –resopló, sacudiendo la cabeza con resignación–. Vamos antes de que me arrepienta de ayudarte. Eso sí, seguirás mis indicaciones sin quejarte… y yo llevaré el timón de la embarcación –sentenció con firmeza y no tuve más opción que aceptar sus imposiciones. Al final, Luke en un par de minutos junto un grupo de hombres para iniciar nuestra travesía por el río, desde entonces no nos hemos detenido ni siquiera por la oscuridad de la noche, más bien nuestra prioridad era llegar al cruce en el menor tiempo posible, esperando encontrar algún rastro de Emily. Y lo primero que vislumbramos fue mi vieja embarcación atracada a un costado del río, sin ocupantes, es decir se adentraron en la selva. Tal vez nos lleven dos o tres días de ventaja o menos porque al parecer han estado caminando en círculos y eso no es todo, hallamos el cuerpo de una pantera muerta de dos disparos. Lo cierto es que en este instante me detengo en el camino y escucho, atento, a los murmullos de la selva: el batir de alas de las aves, los susurros de los animales escondidos en la maleza, el lejano murmullo del río esperando descubrir algo más. Entonces, la voz de Luke rompe el silencio. –Samuel, volví a ver las marcas en los árboles. Debió ser Emily. Está dejando un rastro –dice, y luego agrega en tono más grave–. Pero estas pisadas... no me gustan –agrega señalando el suelo. Mi mandíbula se tensa al escuchar aquello. –Debe ser Rowan y sus hombres –murmuro, la furia brotando en mis palabras–. La pregunta es... ¿ya se habrán unido a Jones? ¿O siguen manteniendo la fachada? ¿Qué tan cerca estarán de Emily? Luke asiente, pensando rápido. –Propongo que nos dividamos en dos grupos. Es nuestra mejor oportunidad para emboscarlos y mermar sus fuerzas. Así podríamos acercarnos a Emily sin que nos detecten. Exhalo, el riesgo es evidente, pero a estas alturas no tenemos muchas opciones. –Es arriesgado, pero no hay de dónde elegir –resoplo, cuando un ruido me congela en el lugar. Alzo la mano, indicándoles que se detengan–. ¿Escuchaste eso? –pregunto, intentando descifrar de dónde viene el sonido. Luke asiente, y con un gesto rápido les indica a los muchachos que se preparen, dedos en el gatillo. Sujeto el rifle con ambas manos, avanzando con cautela entre las ramas. Entonces, un grito rompe la tensión. –¡Soy Arthur, no disparen! –La voz de Arthur, desgarrada y ahogada, llena el aire. Levanta las manos, y su rostro, pálido y cubierto de suciedad, revela una mezcla de agotamiento y terror. Su respiración es entrecortada, y las ropas que lleva están empapadas y cubiertas de tierra; noto que sus pantalones están desgarrados, y apenas logra mantenerse en pie. El corazón me da un vuelco al verlo en ese estado. Sin dudarlo, acorto la distancia entre nosotros. –¿Qué te sucedió? ¿Dónde está Emily? –las palabras se me escapan con un tono cargado de desesperación, mi voz quebrada, como si esa misma pregunta fuera lo único que me mantuviera en pie. Arthur me mira, su rostro descompuesto, casi irreconocible, y apenas consigue murmurar–. Necesito… agua…–. Apenas puede sostenerse; de pronto, se tambalea y cae al suelo, su respiración entrecortada, y yo, por un instante, me congelo al ver su cuerpo desplomarse frente a mí. –¡Arthur! –mi grito resuena con un tono de incredulidad y alarma. Mi pecho se tensa, un nudo de pánico se instala en mi garganta–. ¡Luke! ¿Qué demonios le pasó? Luke, rápido, se arrodilla junto a él, revisándolo mientras yo siento que el tiempo se ha detenido. Después de unos segundos, levanta la vista y sacude la cabeza, intentando calmarme–. Tranquilo, Samuel, solo está exhausto. Deshidratado, famélico… No entiendo cómo ha sobrevivido tanto tiempo aquí. Miro a Arthur, su rostro aún lívido, y la impaciencia me consume mientras bebe a tragos pequeños de la cantimplora que Luke le ofrece. Cada segundo de silencio me corroe, pero finalmente Arthur levanta la cabeza, sus ojos atormentados me encuentran y siento que algo terrible va a salir de su boca. –Lo siento, Samuel... No sé qué pasó con Emily –balbucea, su voz temblorosa, y yo siento un golpe en el estómago–. El plan… era… saltar por las cataratas, pero… Doy un paso hacia él, intentando mantener la calma, aunque el nerviosismo me delata–. Arthur, necesito que respires, que te tranquilices y me expliques lo que sucedió. ¿Por qué iban a saltar por las cataratas? –mis palabras son firmes, pero dentro de mí todo se derrumba. Arthur cierra los ojos por un momento, traga saliva y comienza a hablar–. Investigué a Jones. Le conté a Emily que no había ni rastro de su familia… Eso la asustó, así que sugirió escapar saltando las cataratas para llegar a Kisangani. Pero Jones… Jones se puso furioso, insistiendo en ir hacia Ubangi. Se volvió loco, Samuel, le apuntó con un rifle, y ella… –Arthur traga saliva, visiblemente afectado–. Ella lo miró y le dijo que, si la seguía presionando, saltaría sola al río. Fue como un juego de miradas, ninguno cedía. Y luego, todo pasó tan rápido… –¿Qué significa que “todo pasó tan rápido”? –exijo, mi mente en llamas, necesitaba detalles, algo claro. Arthur baja la voz, casi en un susurro–. Escuché pasos, Samuel, pisadas pesadas acercándose. Jones se distrajo, fue mi oportunidad. Me lancé a las cataratas, asumiendo que Emily haría lo mismo… pero no lo hizo. No la vi saltar. Entonces… entonces escuché gritos en el campamento, como si alguien más hubiera llegado. La rabia y el miedo me carcomen. Siento que mi voz sale en un rugido–. ¡Arthur! ¿Viste quiénes eran? ¿Mercenarios? ¿Las tribus? ¡Dime algo! Arthur me mira, abatido, y el silencio que sigue es ensordecedor. Es como si cada segundo en que no responde, en que su mirada vacila, me deja con el corazón estrujado y sumergido en mis temores más profundos.

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