Los cuatro se quedaron en silencio por lo que parecieron largos segundos, Samanta y Frank no sabían cómo reaccionar y los otros, Darío y Noa, en realidad no habían notado en la situación tan bochornosa en la que se encontraban.
Los primeros se miraron un momento y fue como si pudieran leerse la mente.
— Se te olvidó la bolsa. — mencionó Frank de la manera más casual que pudo.
— Claro, hay que ir por ella.
— Me parece bien y de paso voy al baño.
— Anda.
Y como si no los hubiesen visto, regresaron en sus pasos metiéndose de nuevo en el apartamento. Una vez cerrada la puerta, pegaron la oreja contra ella para escuchar atentos lo que sucedía afuera.
— Ese era el titular, ¿verdad? — murmuró el chico con las cejas aun levantadas por la impresión.
— Sí.
— ¿Y el otro?
— No tengo la más mínima idea…
— Normalmente reconozco a otro gay cuando lo veo ¿sabes? pero esta vez…
— Creo que hemos confundido la situación.
— Tal vez tu desilusión te está cegando, pero… “lo que se ve, no se pregunta”
Samanta no sabía si era su desilusión o la incomodidad del momento, lo cierto es que no pudo responder al comentario de su amigo, solamente pudo asentir y cuando escucharon la puerta de su vecino cerrarse, ellos por fin salieron.
Mientras tanto en el departamento de un lado, sucedía una conversación muy diferente.
— ¿Ella es el “alguien”? — preguntó Noa, mientras señalaba la pared que dividía los departamentos.
— Sí.
— Pues que grosera al no saludarte…
— Creo que no me vio.
— Al menos de que sea ciega, cosa que dudo, ella realmente te acaba de ignorar.
— Deja, a veces sucede.
La realidad era que de cierta manera Darío se sentía herido, sabía que Samanta lo había visto ¿Por qué no le saludó? ¿Estaría molesta? No pudo recordar algo malo que hubiese pasado, al menos que siguiera avergonzada por el incidente de antes o peor, ya supiese quien era en realidad.
— Veo que no has dejado a Nagini en casa de tus padres — la voz de Noa atrajo su atención y despidió los pensamientos sobre su vecina.
— Es mi única y querida compañera.
— ¿Y yo?
— Tu ni siquiera me ayudaste con mi mudanza. — le volvió a reclamar.
— ¿Podrías superar eso?
— No.
Justo en ese momento el sonido de un mensaje entrante interrumpió la discusión de ambos, era el celular de Darío, ignorando completamente a su amigo se dispuso a leer el correo pues era del trabajo, poco a poco una sonrisa se le fue formando en los labios, reacción que no pasó desapercibida por Noa.
— ¿Por qué sonríes? — le preguntó.
— Nos acaban de mandar una lista de candidatos para que nos apoyen en los proyectos.
— ¿Te alegra tener ayuda? Si mal no recuerdo tu eres de los que detesta trabajar en equipo.
— Eso no es cierto, lo que detesto es trabajar con gente incompetente… — lo corrigió su amigo.
— Entonces…
— Mira.
Darío levantó su celular a la altura de los ojos de Noa, él tardó un par de segundos en reconocer el rostro que abarcaba la pantalla, leyó el nombre y después volteó a ver a su amigo.
— ¿Samanta? — preguntó confuso.
— Samanta Santillán, junior en la firma, un año de experiencia, mi vecina y sin ninguna duda mi nueva ayudante de proyecto.
— ¿La chica grosera de hace un momento? — alegó Noa provocando un gesto de enfado en el chico que tenía enfrente. — Pues muy bien, te deseo mucha suerte, amigo. Porque con una mano lesionada, te hará falta.
— Gracias por los buenos deseos.
— ¿Para qué están los amigos? — sonrió de manera burlona y se dirigió hacia la puerta.
— ¿Ya te vas?
— Tengo cosas que hacer.
— Pensé que me ayudarías a desempacar y acomodar…
— No puedo, llama a algún empleado que lo haga por ti, ya sabes, lo que siempre haces ¡Nos vemos!
Y sin esperar a la contestación de su mejor amigo, Noa abandonó el departamento. Darío simplemente resopló, se dejó caer en uno de sus sillones más cercanos, volteó a ver a Nagini, su única y fiel compañera y después pensó en Samanta, en la reacción de un momento antes y que ahora trabajarían juntos.
**
Al día siguiente, Darío se levantó temprano, quería darle la noticia a Samanta personalmente así que se decidió a alcanzarla en el área común del edificio donde vivían.
Mientras revisaba los correos de una noche anterior en su smartphone, notó que Samanta bajaba por las escaleras, sonrió al verla, de nuevo tuvo que admitir lo bien que se veía, era una chica bastante atractiva y sus trajes sastres la hacían ver muy profesional, pero la sonrisa pronto se le borró al notar la mirada que ella tenía, lo miraba extraño como si lo estuviera criticando y aquello lo incomodó, recordó el suceso del día anterior, pero trató de que no le afectara.
— Buenos días — saludó con afán.
— Buen día, ¿si le revisaron su mano? — Samanta señaló la mano vendada.
— Así es, solamente fue un esguince, en un par de días estaré como nuevo.
— Me alegro.
— En fin ¿lista para irnos? — le preguntó y vio en sus ojos algo de confusión.
— Pensé que solamente sería cosa de una vez.
— Si somos vecinos y vamos a trabajar al mismo lado, puedo llevarte.
— Gracias — murmuró Samanta, aunque no estaba del todo convencida, lo cierto es que lo que había presenciado ayer era algo que le seguía dando vueltas, no quería incomodarlo, no le importaba la orientación s****l de su nuevo vecino, pero ese tipo de demostraciones en público no eran algo que estuviera acostumbrada a presenciar.
Se dirigieron juntos al estacionamiento subterráneo del edificio, y una vez dentro, Darío le alargó su celular para que observara el correo que le habían mandado.
— Te escogí para que trabajaras conmigo, tengo un proyecto de paisajismo que sé te va a encantar.
— Entiendo… — Samanta tomó el celular entre sus manos y leyó el mensaje en él, se sentía confundida — sé que eres un titular, pero pensé que nos escogían por azar.
— Yo no.
— ¿Por qué tú no?
Darío achicó los ojos y trató de concentrarse en su respuesta, la única razón por la que podía escoger era porque es el dueño de la firma y era obvio que no podía decirle eso, negó un par de veces con la cabeza.
— Digamos que tengo cierta antigüedad y por eso se me permite elegir.
— Ya veo — contestó Samanta, tenía muchas dudas al respecto, pero quería evitar una discusión, además le emocionaba ser parte del proyecto y que un arquitecto titular en persona la hubiese escogido, significaba mucho para ella. — Trabajaré de manera diligente, arquitecto.
— Sé que así será.
Ambos se sonrieron y unos minutos más tarde llegaron al despacho, Darío se unió a la junta que tendría con otros titulares, mientras que Samanta se dirigió a atender sus tareas diarias, quedando de verse más tarde para comenzar a trabajar.
— ¿Adivina qué? — le preguntó Frank, mientras agarraba una silla próxima y se sentaba cerca de ella.
— ¿Qué pasa? — contestó Samanta sin prestarle mucha atención.
— He investigado un poco y ya sé la identidad del nuevo titular.
— ¿En serio? — dejó de ver el ordenador frente a ella y se giró a prestarle atención.
— Sabía que a pesar de lo que vimos ayer, seguirías interesado en él.
— Olvida eso, ni lo menciones. — replicó alarmada por si alguien más los escuchaba — además no es por eso… me ha escogido para apoyarlo en el nuevo proyecto de paisajismo.
— Tal vez quiere comprar tu silencio…
— Por supuesto que no, no parece ese tipo de persona.
— Apenas llevas dos días tratándolo, ¿Cómo puedes saber eso?
— No lo sé, lo presiento.
— Mmm…
— Ah, como sea… ¿dime de quién se trata? ¿es alguien famoso, muy conocido en el extranjero, ha hecho algo relevante?
— Dejaré que lo descubras por ti sola.
— Debes estar bromeando. — le dijo Samanta, mientras lo miraba furiosa.
— Para nada — contestó su amigo, parecía divertirle molestarla. Y luego, como si fuera a contarle un secreto, se acercó más a ella y en susurros le dijo — pero algo que si te puedo decir es que se trata de alguien importante, así que compórtate.
Frank se levantó de su asiento y sin esperar respuesta de su amiga, salió de la oficina dejándola con más dudas que respuestas, aunque con la curiosidad al máximo.
¿Quién era Darío? Parecía conocer a la perfección las oficinas y todos parecían saber quién era él, hasta podía jurar que podía ser un famoso o alguien sumamente importante, la gente lo miraba con admiración y con algo que podía identificar como respeto o miedo. ¿Quién rayos era su vecino?
**
Horas más tarde Samanta fue a la oficina de Darío.
Al entrar buscó algún diploma en la pared o una maqueta con su firma para darse alguna idea de la identidad de este, pero notó que era muy similar a los privados del resto de titulares: al fondo un librero empotrado a la pared totalmente vació, delante de este el escritorio donde reposaba un ordenador y algunos papeles, con una silla atrás donde él estaba sentado y dos enfrente, de un lado había una puerta por la que pensó podría ser el baño y por el otro, una enorme ventana que daba a los jardines, no había nada personal, aunque pensó que podía deberse a que había comenzado a trabajar recientemente.
Darío notó que ella prestaba atención a su alrededor y atrajo su atención invitándola a sentarse en frente del escritorio. Con rapidez y soltura le expuso el proyecto que harían para los jardines de una universidad, Samanta quedó de estudiarlo más a fondo y en las siguientes semanas estarían trabajando en dos propuestas para el cliente.
— Lo bueno es que vivimos cerca y podremos trabajar desde casa si nos apetece.
— ¿Me daría esa libertad? — preguntó la chica totalmente sorprendida.
— Claro — Darío se levantó de su asiento y de uno de los cajones debajo del escritorio sacó una carpeta alargándosela a Samanta — leí tu curriculum, me he informado de los trabajos que has realizado en el año que vienes trabajando en la firma y debo decirte que me gustó lo que vi. Sé que bajo mi supervisión podrás obtener mayor experiencia.
— Muchas gracias, arquitecto… — contestó Samanta, se sentía orgullosa de ser notada por un titular, pero la duda de poder conocer más de él le asaltó de nuevo — No sé su apellido, ¿acaso era Villa…?
— Solo dime Darío — respondió con rapidez.
— Si vamos a trabajar juntos me gustaría saber…
— No es necesario — Darío volvió a negarse, pero Samanta no podía quedarse con aquella respuesta.
— ¿Al menos podría empezar por decirme la verdad?
— ¿La verdad? No sé a qué te estás refiriendo.
— Yo creo que si sabe.
— Ya te dije que no te metas en mi vida, no somos amigos. — replicó nervioso.
Aquellas palabras les hicieron recordar cuando recién se conocieron, a él le había parecido cruel volver a repetirlo, pero sumamente necesario pues no estaba listo para revelarle su verdadera identidad, pero lejos de renunciar, Samanta siguió insistiendo.
— Es verdad, no lo somos y por ello no te he preguntado por tu orientación, pues sé que es un tema que no me compete.
— ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Un ligero sonrojo apareció en las mejillas de Samanta, había estado evitando hablar del tema, pero al final le fue imposible no recordarlo y aprovechó para sacarlo a relucir ante la más mínima oportunidad, aunque ahora se arrepentía pues había enredado dos temas muy diferentes.
— De nada, arquitecto. Olvídelo.
— ¿Olvidarlo? ¿De qué orientación estás hablando?
— ¡De la s****l, obviamente! — Samanta explotó desesperada y rogando desaparecer, pero para Darío todo era demasiado confuso, pues pensaba en ¿Qué tenía que ver su orientación con la revelación de quién era en realidad?
— ¿Qué significa esa pregunta?
— ¡Le dije que lo olvidara!
— Obviamente soy heterosexual. — declaró de inmediato.
— No me interesa — Samanta respondió sin pensar, pero un segundo después su cerebro captó la respuesta y fue cuando reaccionó — Imposible.
— ¿Por qué rayos estás dudando de mi sexualidad? — ¿Y qué tiene que ver con mi verdadera identidad? pensó.
Samanta no contestó con rapidez, tenía un debate interno sobre contar lo que había visto ayer o mejor quedarse callada. La vergüenza no cabía en ella, el hombre de enfrente era un titular de la firma, parecía ser alguien importante, además de que era su vecino, así que aun si huía de acá, lo tendría que enfrentar en el departamento. ¡Maldita sea, trágame tierra! Gritó para sí misma.
— Samanta… — la llamó Darío, notó como aquella tragó saliva y después comenzó a hablar.
— Ayer lo vi acariciándose en la entrada de su departamento con otro hombre. Le digo la verdad, no me interesa su orientación s****l, pero ese tipo de intimidad debería hacerse en privado.
— No puede ser… — Darío abrió enormemente los ojos y volvió a ocupar su asiento, por unos segundos escondió el rostro entre sus manos, ahora comprendía la reacción de Samanta del día anterior, entre más lo pensaba más obvio se hacía — Lo que presenciaste ayer fue un error.
— No pasa nada, yo entiendo y solamente espero no vuelva a pasar, fue muy incómodo.
— Obviamente no va volver a pasar, Samanta, ¡por dios! No soy gay, me gustan muchísimo las mujeres, muchísimo.
— Pero…
— Me lastimé la mano, ¿recuerdas? — replicó Darío, mientras levantaba la mano vendada — Noa, quien es mi mejor amigo, me estaba ayudando a sacarme las llaves del pantalón. Entiendo que parecía otra cosa, pero créame que fue solamente una confusión.
Él notó que Samanta bajaba el rostro, se imaginó que se sentía avergonzada como él, pero después le vio comenzar a temblar, la preocupación le duró muy poco cuando le escuchó soltar un par de risitas, ella trató de contenerse, pero rápidamente soltó una carcajada y comenzó a reírse sin control. Darío fue contagiado y de pronto ambos estallaron en risas.
— Lo siento tanto, arquitecto — se disculpó Samanta, al tiempo que se secaba una pequeña lagrima, las risas habían cesado. — Por pensar eso y por reírme.
— No te preocupes, me alegra que el malentendido se haya arreglado.
— Aun así… — Samanta soltó un suspiro y luego clavó su mirada de manera decidida en la de él — me gustaría saber perfectamente con quién estaré trabajando.
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