Darío se sentía tenso y observado, no era para menos, todos los que ya llevaban un tiempo en la empresa u ocupaban un puesto alto sabían a la perfección quien era y eso no le gustaba. Su plan era pasar desapercibido, tener un perfil bajo, aunque eso sabía que era practicamente imposible.
Y tal vez por eso le gustaba Samanta, parecía ignorante de todo y todos, se sintió cómodo cuando le vio frente al salón de juntas y pudo compartir algunas palabras con ella, temió que el incidente en la recepción la hubiese vuelto en su contra, pero con alegría notó que seguía igual de precavida y sincera que ayer, además se sentía agradecido de que su amigo al parecer tampoco lo había reconocido, deseó que su anonimato siguiera por un poco más de tiempo.
Él también se apresuró fuera del edificio para comer, le urgía mantenerse alejado del despacho, tal vez más adelante podría acostumbrarse, pero hoy no era el día.
Condujo por unos minutos por las calles transitadas de la gran ciudad, hasta que por fin llegó a su destino, un restaurante informal de esos con franquicias por todo el país. Se apresuró adentro y buscó entre los comensales a la persona que lo estaba esperando, notó que alguien alzaba la mano, reconoció a Noa su mejor amigo, ellos se habían conocido durante la universidad y gracias a ello comenzaron una amistad rápida y demasiado solida a pesar de los años.
Darío se acercó, ambos se saludaron felices de volverse a reencontrar, después de los saludos de rigor, comenzaron a ponerse al día.
— ¿Qué te pasó en la mano? Dejamos de vernos por unas semanas y comienzas a autodestruirte. — observó Noa de manera burlona al notar la mano vendada.
— Esto no me habría pasado si cierta personita me hubiese ayudado con la mudanza como lo prometió. — le reprochó.
— Esa cierta personita tenía que trabajar temprano al día siguiente. Tú tienes la culpa, solamente a ti se te ocurre mudarte a las tres de la madrugada…
— Necesitaba salir de ahí…
— Lo sé.
Ambos se quedaron callados por unos segundos que pareció una eternidad, para Noa no era fácil aterrizar el tema que sin duda a ambos les rodeaba la cabeza.
— Siendo honesto el cambio de aires te ha sentado bien, no te ves tan devastado, a pesar de lo… — Noa se detuvo a mitad de su enunciado, se mordió la lengua cuando se dio cuenta de lo insensible que había sonado, volteó a ver a su amigo con temor de ver la reacción en este, pero Darío parecía distraído con el menú.
— ¿A pesar de que Marcela me dejó? — dijo sin inmutarse, quitó por un momento los ojos del menú y le dedicó una mirada tranquila.
— Perdón, debí tener más tacto con eso…
— No, no te preocupes.
Justo fueron interrumpidos por un mesero que venía a tomarles la orden, aquello le dio tiempo suficiente a Noa para pensar en desviar la conversación hacia otro tema, pero cuando se quedaron solos, el primero en hablar fue Darío.
— Sé que no ha pasado mucho tiempo, pero creo que estoy mejor de lo que esperaba. Tienes razón, el cambio de aires me ha sentado bien.
— No tienes que forzarte a hacerte el fuerte, sabes que conmigo no es necesario.
— No me hago el fuerte, es en serio… — confesó, pero se detuvo cuando notó que su amigo ponía los ojos en blanco — No tienes por qué hacer eso.
— Llevamos mucho tiempo juntos, sé cuándo mientes.
— Ah, no digas eso que me da escalofríos. — Darío se removió en su asiento incomodo, fue tarde cuando notó que Noa alargaba su mano y le tocaba la suya.
— Puedes contarme todo.
— Sabes que no es necesario el contacto ¿verdad? — murmuró.
— Lo sé, pero me gusta.
Ahora fue Darío quien entorno los ojos, pero solo recibió una risita cómplice por parte de su amigo.
— En realidad, no sé qué más quieres que te cuente, todo lo importante te lo conté por llamada. El lunes a primera hora la fui a ver, ¿sabes? tenía que haberme imaginado que yo ya no era importante en su vida, en todo ese fin de semana no me mandó ni un solo mensaje, ni llamadas…
— ¿Ella ya había dicho algo de no querer casarse?
— Siendo honestos, no lo recuerdo.
— ¿No lo recuerdas? — preguntó sorpresivamente, Darío negó con la cabeza y desvió la mirada, en ese momento se sintió culpable.
— Como sea, fue mi culpa no haber puesto atención a ese detalle, lo sé. Pero… ¿Cómo rayos dejas de querer a alguien de la noche a la mañana? No tiene sentido.
— Ciertamente todo es muy extraño…
— Cuando la enfrente parecía carecer de sentimientos, nunca la había visto tan fría y distante. Eso fue lo que me motivó a renunciar a lo nuestro… a lo mío, a mi amor por ella.
— Darío… — Noa pronunció su nombre de manera alarmante, no le gustaba el sentido que estaba tomando la conversación, pero Darío simplemente sonrió de medio lado y con un gesto de la mano le aseguró que estaba bien.
Nuevamente fueron interrumpidos por el mesero que traía sus órdenes, cuando este se retiró ninguno de los dos dijo nada y comenzaron a comer en silencio, después de unos minutos nuevamente Darío retomó la conversación.
— Papá estaba furioso, ya sabes que para él la empresa es lo más importante, ni siquiera me dio palabras reconfortantes, aunque claro que él debía ser el más feliz de que hubiese roto mi compromiso, desde el inicio no aceptó a Marcela…
— Sí, recuerdo que me tocó llevármela varias veces de tu casa para que tu padre no notara que estaba ahí.
— Que patético haber hecho todo eso…
— Era amor…
— Y mira como acabó — Darío soltó un suspiro y aprovechó a beber un poco de su café.
— ¿Y tu madre? — se apresuró a preguntar Noa para cambiar el tema.
— Ah, mamá es una santa. Ella parecía estar triste, incluso más que yo y esa fue otra de las razones por las que me tuve que mudar…
— Hablando de eso… ¿Qué tal estas en el nuevo trabajo? Tu plan de pasar desapercibido ¿está funcionando?
— No del todo. Es imposible para el resto de personas el no compararme con mi padre, todo el día estuve escuchando “su padre esto”, “el arquitecto Armando Villaverde aquello”, excepto por alguien... — el cambio en el tono de la voz de su amigo, hizo que Noa volteara a verlo y le pusiera total atención.
— ¿Alguien? — preguntó curioso cuando notó que él no seguía.
— Alguien.
— Por favor, te mueres de ganas de decirme.
— En realidad, no.
— No me hagas rogarte…
Noa colocó ambas manos debajo de su mentón, ladeó la cabeza y le dedicó una mirada tierna y amorosa. Darío arrugó la nariz y se llevó la mano libre a la frente.
— Te lo diré si me prometes no volver a hacer eso… fue demasiado incomodo. — le dijo Darío y Noa bajó las manos dedicándole una sonrisa burlona.
— Yo sé que en el fondo te gustó. En fin, cuéntame todo.
— Hay una chica…
— ¿Tan rápido? — cuestionó asombrado. Darío le mandó una mirada de advertencia y Noa se pasó un dedo encima de los labios haciendo el ademán de quedarse callado.
— Es una junior en la firma, es joven, tiene mucha energía, es cuidadosa y se preocupa por mi — decía Darío al tiempo que observaba el vendaje en su mano.
— En primera, nosotros aun somos jóvenes, también tenemos energía ¿sabes? Y en segunda, ¿te gusta?
— Claro que no. — replicó, mientras movía la cabeza negativamente — En mi situación actual lo que menos quiero es relacionarme con alguien… Solamente me agrada.
— Te agrada para… — Noa hizo una pausa y con las manos hizo un ademan obsceno que terminó sonrojando a su amigo.
— ¡Rayos Noa, no! Que desagradable eres. No la veo de esa manera…
— Entiendo, perdona, es que andabas siendo muy cursi cuando la describías… Entonces ¿trabaja contigo?
— Mmm sí y también es mi vecina, de hecho, fue ella la que me ayudó en la mudanza y la que me vendó la mano.
— Parece una chica que le gusta recoger animales abandonados…
— Imbécil. — masculló Darío y en respuesta solo recibió una carcajada.
El tema sobre Samanta llegó hasta ahí, el par de amigos siguió conversando hasta terminar sus alimentos. En muestra de amistad, fue Noa quién acompañó al médico a su amigo y como el horario laboral había llegado a su fin, después lo dejó en su casa.
— Gracias por traerme, hermano, manejar ya se me estaba complicando.
— No hay problema. Al menos no hay de que preocuparse con tu mano, solamente es un esguince y en un par de días estarás perfecto.
— Así es.
Darío se acercó a la puerta para abrirla, con mano torpe peleaba sacándose las llaves del bolsillo trasero, pero era una tarea casi imposible.
— Noa, las llaves están en mi bolsillo de atrás, pásamelas.
— Sin problemas — contestó y se apresuró tras de él.
Fue mala suerte y sin duda alguna una gran coincidencia que en ese preciso momento fueran saliendo Samanta y Frank del departamento de la primera, no había mucho que decir, una imagen dice más que mil palabras y lo que ambos presenciaban era un chico acariciándole el trasero a otro.
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