Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un día completo para mí, lo que me hacía darme cuenta una vez más, que renunciar había sido la mejor decisión que pude haber tomado.
Desde que salí de ese maldito edificio, apagué mi teléfono y me dispuse a disfrutar de mi libertad sin permitir que nadie me molestara.
Pasé la mañana metida en un spa, realizándome diversas mascarillas las cuales ahora me hacían sentir mi cutis limpio y fresco, una chica con manos mágicas me había dado un masaje tan espectacular, que justo ahora sentía que mi cuerpo flotaba sobre una nube, luego practiqué yoga, para tratar de reducir lo que me quedaba de estrés, aunque debía de admitir que esa actividad no había sido tan favorable, puesto que, mi mente no dejaba de trabajar, lo que me dificultó en gran manera encontrar la concentración necesaria que se requiere para dicha acción. Después terminé en un salón de belleza, arreglé mi cabello, me maquillé las uñas… y, para finalizar, realicé mi actividad favorita: ir de compras.
Ahora, me encontraba tirada en el sofá del living del departamento que comparto con Isaac, comiendo pizza y dedicándome a ver un maratón de Friends, despreocupándome por completo de lo que podría acontecerme mañana. No me sentía nerviosa al haberme quedado sin trabajo, de lo contrario, ahora pensaba que, probablemente aquello había sido para bien, casi aseguraba que algo mejor tocaría pronto mi puerta. Con ese agradable pensamiento, una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro, a la vez de que lleno de aire mis pulmones para después exhalar con gran lentitud.
Llevo una nueva rebanada de pizza a mis labios a la vez de que me concentro en la voz de mi hermano a través de la puerta.
—Sí, Isabella McFly es su nombre —lo escucho decir con voz preocupada—, es una chica guapa, de cabello oscuro y rizado y de ojos color miel —hace una pausa, la que es reemplazada por el ruido de la llave al entrar en el cerrojo—, veintinueve años, sí, piel blanca, pero le encanta broncearse para verse morena —continúa hablando.
Cierro los ojos y muerdo el interior de mi boca al recordar que no le había hablado a mi hermano en todo el día.
—Diablos —lo escucho susurrar al continuar luchando con la puerta—. Ya le dije que no sé nada de ella desde que la dejé en la mañana en su trabajo —dice al comenzar a molestarse—. ¿Cómo que tengo que esperar cuarenta y ocho horas para denunciar su desaparición? ¿Sí se da cuenta de lo estúpido que eso suena? ¡Maldita sea! ¿Qué tal si la han secuestrado? Peor aún… ¿Qué tal si la han asesinado?
Pongo los ojos en blanco, pues definitivamente mi hermano no terminaba por conocerme, ¿dejarme secuestrar? ¡Ja! Tendrían que tomarme, muy, pero muy desprevenida para eso.
—¿Qué me calme? ¡Es de mi hermana de quien hablamos, imbécil! —continúa renegando.
En ese instante, la puerta se abre, dejándome ver un muy preocupado Isaac, quien, al percatarse de mi presencia en la sala, hace una mueca a la vez de que levanta una mano para mostrarme su dedo medio. Tuerzo una sonrisa y elevo una mano, dedicándome a mover mis dedos en señal de saludo.
—¿Sabe qué? ¡Olvídelo! Ojalá la hayan dejado tirada en un barranco —termina diciendo para colgar la llamada.
Me echo a reír mientras mi hermano prácticamente se me tira encima, dedicándose a maldecirme dado al tremendo susto que le había ocasionado tras mi ausencia.
—¡Maldita sea, Bella! ¿Tienes una puta idea de todo lo que he pasado desde el instante en que fui a buscarte al trabajo? —los ojos color miel de mi hermano, escrutan en los míos con preocupación, mientras sus manos acunan mis mejillas, dedicándose a menear mi cabeza de un lado a otro.
—Que dej de bela —apenas puedo decir al sentir mis cachetes tan apretados.
—¿Qué dices? —pregunta él al menear su cabeza para tratar de escucharme.
Golpeo sus manos para alejarlas de mi rostro, lo que lo hace partirse de la risa.
—Que dejes de decirme Bella, idiota —respondo al sacarle la lengua.
Isaac aparta la caja de pizza, dejando espacio para acostarse a mi lado, me atrae a su cuerpo y me envuelve en sus brazos de forma protectora, besa mi cabeza en repetidas ocasiones, a la vez de que suelta la respiración con lentitud.
—Me asustaste, boba —repite—, dime, ¿Dónde estabas y por qué no me hablaste?
—Lo lamento —digo con honestidad—, renuncié a mi trabajo y fui tan feliz, que tan solo deseé tener un día para mí, apagué mi teléfono y olvidé avisarte.
—Bastarda —bufa al golpearme en el hombro—, te busqué en el maldito edificio durante una hora completa, nadie me daba razones de ti, ¡casi me vuelvo loco!
Arrugo la frente a la vez de que suelto unas pequeñas risitas cargadas de nerviosismo. Era claro que Isaac iba a preocuparse tras no saber nada de mí, carambas.
—Te invito de mi pizza si eres capaz de perdonarme —farfullo al estirar una mano para tomar otro trozo de pizza.
—Isa, bien sabes que odio la pizza —se queja al hacer una mueca—, y tú deberías de dejar de comerla tanto, vas a volverte una bola si no paras de comer pizza.
Me encojo de hombros a la vez de que vuelvo a subir el volumen de la pantalla para volver a concentrarme en la serie. Isaac se queda a mi lado, entrevistándome acerca del motivo de mi renuncia.
—El mal parido trató de obligarme a tener algo con él a cambio de mi trabajo —bufo a la vez de que vuelvo a sentir un mal sabor de boca.
—¡Hijo de puta! —exclama mi hermano al tratar de levantarse, lo que impido al hacer presión para que se mantenga en su lugar—. ¡Suéltame, maldita sea! ¡Que a ese bastardo hoy lo castro!
—¡Ay! Ternurita —digo al hacer un puchero, a la vez de que llevo una mano hasta mi pecho—, que hermoso se ve mi hermanito mayor al tratar de defenderme.
Mi hermano tuerce una sonrisa a la vez de que niega con la cabeza. Su cuerpo se relaja de inmediato, vuelve a abrazarme y besa mi cabeza.
—¿Le diste su merecido?
—No creo que se le quiera parar en muchos días —confieso al arrugar la nariz.
Isaac suelta una carcajada, la cual se me contagia en pocos segundos. Aquella noche, terminamos por sacar las cervezas que aún quedaban en el refrigerador, para así acabar por festejar el hecho de haber salido de un sitio tóxico. Bailamos, cantamos, nos abrazamos y al final, terminamos dormidos sobre la alfombra completamente ebrios.
(…)
—¿Qué estás haciendo?
Levanto la cabeza al escuchar la voz de mi hermano provenir desde la puerta de mi habitación, froto mis ojos con ambas manos y dejo salir un lento suspiro.
—Solo estoy mandando unas solicitudes —digo al parpadear con rapidez, tratando de espantar el sueño.
Estiro mis manos arriba de mi cabeza, tratando de estirar los músculos de mi espalda, los cuales duelen al estar encorvada sobre mi laptop.
—¿A las tres de la mañana? —Isaac revuelve sus rebeldes rizos oscuros con una mano, mientras apoya su espalda contra el marco de mi puerta, levanta una ceja y chasquea su lengua en notoria desaprobación.
—Llevo casi dos semanas sin trabajo —digo al dejarme caer de espaldas a mi cama—, al principio fue divertido, pero, ya no más. El dinero se acaba, Isaac.
—Isa, bien sabes que no te estoy pidiendo nada —masculle al caminar en mi dirección, se sienta a mi lado y estira una mano para acariciar las puntas de mi cabello—, no tienes que preocuparte por nada, hermanita.
—No me gusta sentirme tan inútil —farfullo al hacer un puchero—, y juro que, si paso una semana más metida en la casa sin hacer nada, voy a volverme loca.
—Sal con tus amigas, ve al salón de belleza, inscríbete a alguna clase, ¡Qué se yo! —dice al encogerse de hombros—, haz algo que te haga feliz.
—¡Soy una médico graduada! Lo que me haría feliz, es conseguir un empleo en el área en la que sé, soy buena.
Es en ese instante, que la notificación de la llegada de un nuevo correo electrónico me pone en alerta. Me siento de inmediato, apresurándome a revisar mi buzón de entrada con impaciencia. Mis manos tiemblan y mi respiración se atasca en mi pecho al ver que es de parte del área administrativa de un hospital en el condado de Tennessee, de donde me estaban ofreciendo un puesto de médico general.
En ese instante, deseo gritar, saltar, incluso quiero llorar de la felicidad, aquello que ahora leía era lo que más deseaba desde hacía años atrás. Había estado rogando por una oportunidad, y ahora me la estaban dando.
—Isa, eso es al otro lado del país, ¡No puedes irte tan lejos! —se queja Isaac al leer junto a mí toda la documentación que me habían enviado.
—¡Me importa una mierda si termina siendo al otro lado del mundo, Isaac! No voy a rechazar una oferta de empleo como esta.
Levanto la cabeza y lo observo, un brillo de tristeza cruza su mirada mientras deja salir un lento suspiro. Él niega, a la vez de que desvía la mirada.
—¿Cómo voy a ser capaz para vivir sin mi hermanita? —pregunta con nostalgia.
—Isaac, que me mude a otro estado, no querrá decir que vaya a olvidarme de ti. Vamos a seguirnos viendo —le aseguro al apretar su mano—. Traes loca a tu jefa, de seguro te dejará pasar algunas temporadas conmigo.
Muerdo mi labio inferior, tratando de ocultar aquella enorme felicidad que me amenazaba con explotar mi pecho en cualquier instante, j***r, si ya deseaba responder a aquel correo con un absoluto sí.
—Entonces… —dice al final al atraerme a su pecho—, ¿nos vamos a Tennessee?
Abro los ojos con asombro, a la vez de que niego con la cabeza.
—No puedes hacerlo.
—Claro que sí. Jamás permitiré que vueles al otro lado del país sin mi compañía.
—¿Y tú trabajo?
—A pesar de ser un sitio lleno de vacas, no creo que no tengan un canal donde pueda laborar —dice al encogerse de hombros—, además, serían muy estúpidos si se niegan a tener a un tipo como yo en su equipo de trabajo.
Me echo a reír, a la vez de que rodeo con mis brazos a mi hermano mayor, sintiéndome llena de gratitud. Definitivamente, al tener a Isaac en mi vida, era suficiente. Mi hermano mayor había sido capaz de hacer por mí, todo lo que nuestros padres no fueron capaces de hacer. Nos teníamos el uno al otro, por lo que, en definitiva, no sería justo que lo alejara de mí, cuando lo que más deseaba era continuar teniendo su apoyo y compañía, ni siquiera era capaz de imaginar mis días sin la presencia de mi hermano.
—Nos vamos a Tennessee —susurro al final.