Capítulo 2. Bestia

2055 Words
—Pero que linda chica eres —le sonrío a la morena frente a mí al dedicarme a acariciar su largo cabello—, nunca había visto a alguien tan bella a como lo eres tú. ¿Dónde te habías metido toda mi vida? —le doy una palmada en la nalga, logrando que ella se estremezca—, solo mira que trasero... —me acerco a su cabeza y acaricio su cabello otra vez—, además de que tienes un magnífico pelaje... ¿Me dejas montarte, cariño? Ni siquiera espero su respuesta, sino que lo hago sin pensarlo, pues esas simples palabras siempre surten efecto en todas las de su especie... pero tal parecía que en esa ocasión no había sido así, pues el animal me envía al suelo en cuanto intento cruzar mi pierna al otro lado de la montura. —¡Maldita sea! —grito en cuanto mi espalda pega contra la tierra del corral, ocasionándome un horrible dolor. Hago una mueca de dolor e intento levantarme, pero el malestar en mi columna me lo impide. El animal relincha a unos metros de mí, como si estuviera burlándose, lo que me hace achicar los ojos en su dirección a la vez de que le prometo en mi interior que la próxima vez lograré montarla. Escucho risas provenir desde el otro lado del corral, me sostengo de mis codos y miro hacia atrás; mi padre se encuentra al lado de mi hermano Andrew, y ambos ríen como si lo que acababan de presenciar, fue un digno acto de circo, donde en este momento, el payaso soy yo. —¿Qué es lo que les parece tan gracioso? —refunfuño, poniéndome de pie con dificultad. —Que la yegua casi haya roto tu espalda, ¿Cuenta como algo gracioso? —cuestiona Andrew, sosteniendo su estómago con ambas manos para volver a la normalidad. Elevo mi mano izquierda y le muestro mi dedo medio. —¿Por qué no vienes y lo intentas tú, Andrew? —Porque ese es tu trabajo, Bestia —señala, elevando una ceja. —¿Qué pasa, hijo? ¿Se te está resistiendo esa belleza? —indaga mi padre, mostrándome la yegua que se pasea alrededor del corral tal y como si estuviese en un desfile de modas. La observo y niego con la cabeza antes de caminar en dirección de mi padre. —¡Qué va, papá! Aún no ha nacido la chica que se resista a mis encantos. Al final todas terminan cediendo —sonrío, antes de impulsarme para saltar al otro lado del corral, provocándome hacer una nueva mueca al sentir un horrible punzón atravesar toda mi espalda—. Ahora necesito un baño y un par de cervezas para poderme sentir mejor. Dejo a mi padre y a mi hermano atrás, y camino hacia la enorme casa de campo de mis padres, incapaz de no sentir un poco de decepción al haber fallado con esa andaluza otra vez. Esa dichosa yegua llevaba días resistiéndose, no me permitía montarla, estaba tan arisca, que casi me daba por vencido con ella. Bien, creo que es una falta de respeto ni siquiera presentarme con todas esas bellas mujeres que van a derretirse ante mí. Mi nombre es Anthony Green; soy el mayor de cuatro hermanos, uno de ellos, lamentablemente había muerto en un accidente un año atrás. Soy ingeniero agrónomo de profesión y vaquero por pasión. Mi vida se resume en sencillos pasos: pasar metido entre animales durante todo el día, tanto así, que aún a mis 29 años me había resistido a tener que irme de la casa de mis padres, dejando así mi espacioso departamento en el pueblo, solo para emergencias (las cuales se resumían en pequeños encuentros donde mi anaconda era liberada para satisfacer a bellas señoritas) el tema de tener una familia, no era lo mío; eso se lo dejaba a mi hermano Andrew dos años menor que yo, quien estaba casado desde hacía muchos años y que ahora incluso contaba con unos extraños mellizos que también alegraban mis días. (...) Después de una larga ducha, camino hacia el bar de papá para así poder asaltarlo y llevarme parte de su fino licor. Tomo una botella de Bourbon y salgo de ahí imitando a uno de los bailes de Michael Jackson, a la vez de que doy largos sorbos de la deliciosa bebida que llevo entre mis manos. Estoy a poco de subir las escaleras, cuando mi madre me intercepta, de la mano de uno de los mellizos de Andrew, la mujer me mira de arriba abajo y después niega con la cabeza. —Qué vergüenza —murmura, tapándole los ojos a Gael, quien ríe al verme caminar en ropa interior—, que vergüenza por Dios —repite—. ¿No te da vergüenza andar así por toda la casa, Anthony Green? ¡Pareces un mendigo! Miro hacia abajo incapaz de no reírme. No entendía que tenía de malo andar en bóxer, en medias y con una botella en la mano, para mí, era de lo más cómodo. —No soy un mendigo, madre. —Pero pareces uno, ¿Qué no sirvió de nada la educación que te di? Levanto los hombros y doy un sorbo a la botella, antes de regresar la mirada hacia ella y volver a hablarle. —Esto se llama comodidad, madre. —Abuela, ¿Por qué yo no puedo andar como el tío Anthony? —pregunta Gael, viéndola con la cabeza ladeada. —Porque eso es vulgar, Gael. Pero el tío Anthony irá a vestirse enseguida. —¡Mamá! —Mamá nada, Anthony —apunta, mirándome con el ceño fruncido—, si tantas ganas tienes de andar como un stripper por toda la casa, múdate al maldito departamento que tienes en el pueblo. Esta es mi casa y la de tu padre, así que la respetas. —Isti is mi casa —la imito, cambiando el tono de voz por lo que consigo a cambio por su parte, una palmada en la cabeza. —¡Infantil! —grita antes de tomar al niño otra vez de la mano y así caminar hacia la cocina. —¡Te amo, madre! —rio, comenzando a subir las escaleras otra vez, disfrutando del hecho de hacerla enojar—. ¡Oh por cierto! Lo olvidé —la detengo, antes de terminar por desaparecer—, Trent llamó, dijo que vendría con su novia. Tal vez te interese saberlo. —¿Trent? —Pregunta, devolviéndose rápidamente llena de emoción—. ¿Estás seguro? ¿Vendrá a casa? —alejo la mirada al ver lo frágil que se vuelve mi madre al escuchar el nombre de mi hermano menor... el muy idiota se había ido hacía mucho tiempo, prometiendo no regresar pues según él, todo aquí le recordaba a Mason, su mellizo muerto por un accidente automovilístico del cual él no dejaba de culparse día a día. —Ajá —afirmo moviendo la cabeza—, solo no te ilusiones, ma. Ese sigue igual de loco, aún quiere que lo llamemos Mason. —¡Oh, Anthony! ¿Qué es lo que sucede con tu hermano? —Que está loco, ya te lo dije. —No importa, igual hay que planear una gran bienvenida, mataremos un cerdo grande, haremos una fiesta... —Mamá —la detuve, elevando mi mano derecha—, me vale una hectárea de mierda, lo que quieras hacer con el hijo pródigo, solo te advierto que mejor no te ilusiones, bien sabes que tu hijo odia todas esas cosas; y si viene... quizás es porque muy posiblemente la novia lo está obligando a que la traiga a conocer la familia —suspiro y sacudo la cabeza en negación—, me parece increíble que los hombres de mi familia se vuelvan tan débiles delante de un par de largas piernas —vuelvo a dejar salir el aire y me giro para terminar de llegar a mi habitación—, ahora me voy, debo de alistarme porque saldré a jugar billar en la noche. (...) Dani limpia el taco de billar, se inclina sobre la mesa y mueve su cabeza de un lado a otro, a la vez que toma aire una y otra vez. Doy un pequeño golpe al suelo con la punta de mi taco, comenzando a hartarme por la gran cantidad de mierdas que Dani siempre hace antes de dar un golpe a la bola blanca. Tomo un sorbo de la cerveza que mantengo en mi mano, y vuelvo a colocarla en la mesa, mientras a la vez no dejo de ver los movimientos que hace mi amigo. —¿Te importaría jugar ya? Comienzas a fastidiarme. —Shhhh, calla Anthony. Me desconcentras —me silencia, a la vez que se levanta y acomoda su largo cabello n***o tras sus orejas, antes de volverse a inclinar sobre la mesa. —Dani... si no juegas ahora mismo, voy a golpearte. —Casi no puedes moverte, ¿Cómo pretendes golpearme, Bestia? —se burla, tras verme aún adolorido por la caída que sufrí tras intentar domar esa yegua—. Por cierto, no me has dicho que te pasó. Te ves como la mierda, amigo. —Una andaluza me ha enviado al suelo hoy por la tarde. —Aun no entiendo cómo es que disfrutas estar entre animales —dice al concentrarse en la bola otra vez—, oh espera... cierto, es que entre animales se entienden —ríe antes de empujar la bola blanca con el taco. —Cierra tu estúpida boca, maldito médico de cuarta —miro la mesa cuando escucho a mi amigo maldecir con los dientes apretados, elevo una ceja y rio antes de empujarlo y tomar su lugar. Dani era prácticamente que mi único amigo, nos conocíamos desde el preescolar, cuando una vez corté un trozo de su largo cabello, era mi primer día con unas tijeras y quería cortar todo a mi paso, nadie podría culpar al dulce Anthony de ello... bueno, quizás la maestra si me había culpado cuando llamó a mis padres, pues el maricón de Dani había ido de soplón hasta ella, mostrándole el cabello que le había cortado. Curiosamente, a pesar de ese pequeño inconveniente, hasta la fecha nos habíamos vuelto inseparables. Yo no era muy sociable, pues tenía la leve sospecha de que ningún otro imbécil me soportaba por el simple hecho de que mi personalidad solía atraer a las chicas más bellas, sin siquiera tener que esforzarme. Él se había convertido en un médico respetado en el pueblo, yo en un vago ingeniero agrónomo que se negaba a ejercer su profesión, el cual no quería salir de la casa de sus padres debido a todas las atenciones que mamá aun mantenía conmigo. —Déjame y te muestro como se juega el billar —digo, tomando el taco para después golpear la bola blanca con suavidad y así enviar prácticamente que casi todas las bolas a sus respectivos agujeros. Me regreso hacia él y elevo una ceja en su dirección—, no puedes culparte, amigo. Los Green somos imparables en esto. El pelinegro simplemente eleva su mano izquierda para así mostrarme su dedo medio. —Te aprovechas solo porque he estado en doble turno los últimos tres días. Apenas y he dormido. —¿Por? —Lucas renunció para así regresar a Alaska... el niño lindo nunca se adaptó al cambio, por lo que he tenido que cubrir su jornada hasta que contraten un nuevo médico. —¿Y eso cuándo será? —Según el director, en dos o tres días más. —¿Crees que sea una chica? —pregunto, viéndome de pronto interesado en la conversación. Hacía mucho no había llegado nada nuevo a Tennessee, ya prácticamente que conocía a todas las chicas de los alrededores, por lo que necesitaba algo nuevo de urgencia. —No sé, y si lo supiera... no pretendo decírtelo, Bestia. —No importa —expreso, levantando los hombros—. Siempre encuentro mis métodos para averiguarme las cosas. —¿Tanta seguridad tienes en ti mismo para pensar que cualquier mujer caerá rendida a tus encantos? —¿Qué puedo decir? —interrogo al levantar una ceja—, ninguna chica es capaz de resistirse a un Green. 
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