—¡Maldita sea! —gruño, golpeando el volante de mi jeep con ambas manos cerradas en puños.
Okay... supongo que maldiciendo no es una buena manera de empezar una historia, mi abuela siempre decía que maldecir, traía mala suerte. Y tal vez siempre tuvo razón, pues la suerte que me acompañaba cada día, no se la deseaba ni a mi peor enemigo.
El puto auto otra vez había decidido dejar de funcionar, ocasionándome con ello muy posiblemente, una nueva tardía en mi trabajo, que tal vez iba a costarme el maldito puesto de secretaria en ese estúpido bufete de abogados... desgracias, desgracias y más desgracias, ¡Que buena manera de comenzar! ¿No?
Pero bueno, ¿Quieres una presentación en pequeñas palabras?
¿Sí?
¿Seguros de que lo desean?
De acuerdo, tú lo pediste.
Mi nombre es Isabella McFly, odio con todas las fuerzas de mi alma el diminutivo "Bella". Hace poco tiempo terminé mi carrera de medicina general, después de haberme dedicado durante muchos años al modelaje profesional. Actualmente no ejerzo mi profesión, por la fuerte demanda que existe en el área de medicina, aunque admito que he llenado más solicitudes, de las que tú podrías llenar en toda tu vida, así que quizás muy pronto dejaré mi trabajo en ese estúpido bufete, para dedicarme a lo que verdaderamente amo: cuidar personas enfermas.
¿Mi sueño? Convertirme en la mejor ginecóloga del planeta (Cuando sea capaz de comenzar a estudiar una especialidad, claro está) pues justo ahora, a mis veintinueve años me conformaría con ejercer como médico general en algún remoto hospital.
Vivo con mi hermano mayor desde que terminé la secundaria, pues debía de tomar una decisión si quería continuar con mi vida de reina en la casa de mis padres: seguir con mi vida dentro de la farándula, o hacía lo que quisiera, pero por mis propios medios.
Supondrás cuál fue mi decisión.
¡Ah! ¡Y cómo olvidarlo! ¿Experta en defensa personal? ¡Esa soy yo! Artes marciales, defensa personal, patear traseros... eso es lo mío babies.
Suspiro con exasperación otra vez, mientras apoyo mi frente contra el volante. La risa de mi hermano mayor Isaac resuena a mi lado, mientras abre la puerta para ir a levantar la tapa del vehículo donde una columna de humo sale del motor, en cuanto él se dispone a revisarlo.
—¿Revisaste el agua esta mañana? —Indaga, mientras se inclina a revisar, ocultando con la palma de su mano el ataque de tos que lo invade al tragar tanto humo.
Enarco una ceja mientras me cruzó de brazos al casi estar cien por ciento segura de que Isaac no sabía ni mierda de lo que había dentro, mucho menos de lo que estaba haciendo.
—Siempre lo hago, ¿Me crees una imbécil?
—Relájate, Isa —espeta, levantando la cabeza para verme—. Deja a Gruñoncito dormido en tu interior.
Pongo los ojos en blanco a la vez de que reviso mi aspecto en el espejo retrovisor. Me había serciorado de dejar todos mis oscuros rizos en su lugar antes de salir de casa, rizos que probablemente ahora iba a arruinar al ir a ayudar al inútil de mi hermano. Parpadeo en varias ocasiones, aquellas pupilas color miel me regresan la mirada a través del espejo, a la vez de que trato de recordarme sobre lo grandiosa que soy.
Al final, me giro para abrir la puerta e ir hacia mi hermano. Me detengo a su lado, él se endereza, acariciando su barbilla mientras se dedicaba a observar fijamente todo el interior del vehículo. Pasa una mano por su abundante cabello rizado y luego suspira. Después de largos segundos, se gira hacia mí otra vez, y con una ceja arqueada, más una pequeña sonrisa estúpida, dice:
—¿Me creerías si te digo que no tengo ni puta idea de qué hacer con este cuchitril que tienes por auto?
Giro los ojos otra vez, mientras le propino un golpe para nada amistoso en el brazo.
—¡Oye! Relájate, Bella. ¿Qué no puedes controlar tu fuerza? —gruñe, acariciando su brazo, mientras rabiaba del dolor.
—Primero... Deja de decirle cuchitril a mi preciado tesoro; y segundo... ¡Deja de llamarme Bella!
—¡Entonces deja de golpearme por todo! —exclama en respuesta, sin dejar de dedicarme una mala mirada.
Cruzó los brazos a la altura de mi pecho a la vez de que formo un puchero. Últimamente habíamos estado peleando por todo, sabía que el principal motivo era porque Isaac temía que lo abandonara. Él sabía de las solicitudes que había enviado a los hospitales a lo largo del país, por lo que, no dejaba de repetirme que él tenía la certeza de que lo que yo deseaba era abandonarlo.
Nos teníamos el uno al otro desde hacía más de diez años, convirtiéndonos en los mejores amigos y hermanos de todo Seattle... Bueno, al menos en mi mente era así. No quería abandonarlo, pero, si me salía alguna propuesta laboral en cualquier otro estado, iba a hacerlo.
—En el asiento trasero hay agua, tráela por favor, —le pedo, mientras reviso el interior del vehículo—. Tal vez sí olvidé revisarlo antes de salir de casa —digo al rascar mi cabeza con incomodidad.
Y efectivamente, estaba sobrecalentado. Y sí, Isaac tenía razón. Había olvidado ponerle agua antes de salir de casa.
—¿Y no que sí le habías revisado el agua? —murmura en tono de burla mientras va por el agua.
Solo me limito a volver a levantarme para subir ambas manos y así hacerle una dulce señal con ambos dedos corazón, a lo que él solo se echa a reír a la vez de que me lanza un beso.
—¡Sabes que te amo, Isa!
—¡Vete a la mierda, Isaac!
Después de treinta minutos de batallar con el auto para que encendiera otra vez y de asegurarle a varios conductores que se detuvieron a ayudar que todo iba bien, ambos nos habíamos puesto en marcha. Isaac me dejaba en el trabajo, para después él irse al canal donde trabajaba como periodista deportivo en uno de los mejores noticieros de la región.
Observo el reloj antes de entregarle las llaves a mi hermano y bajar del auto. Iba cincuenta minutos tarde, lo que me hizo fruncir el ceño a la vez de que chasqueo la lengua, realmente no me sorprendería que mi jefe tuviera la carta de despido con él, en cuanto pusiera un pie en su oficina.
Ambos bajamos del auto y nos encontramos en la puerta del conductor, ahí, me paro de puntillas para poder estrecharlo en un fuerte abrazo del cual se me hace difícil poder separarme. A quién iba a engañar... amaba a ese cretino con todo el corazón, sabía que era el único chico que jamás iba a intentar aprovecharse de mí, y no solo lo decía porque era mi hermano, lo decía, porque Isaac tenía un enorme corazón, siempre se preocupaba por los demás, antes de pensar en sí mismo. Aún recordaba las veces que había discutido con papá, para defenderme después de que decidí no continuar con el modelaje.
Él besa mi frente y después retrocede.
—Vete ya, fea. Que el ogro de tu jefe se va a enfadar.
—Mira quien habla... el que no se va a presentar tarde al trabajo —digo, sacándole la lengua.
Él sonríe, guiñándome un ojo.
—¿Sabías que el tener una jefa que babea por éste espécimen de hombre tiene sus ventajas? —indaga, dando una vuelta para que pudiera observarlo.
Me echo a reír, mientras niego con la cabeza.
—¿Acaso tienes sexo con ella para mantenerla contenta? —indago al colocar mis manos en forma de jarra.
—Si al menos tuviera cuarenta, créeme que lo pensaría —murmura, mientras ladea la cabeza—, pero ya tiene sesenta, podría ser mi bisabuela, y solo pensar en acostarme con mi bisabuela, se vuelve asqueroso —bromea, mientras entra al auto para luego lanzarme un beso—. ¡Te quiero, Isa! —sacude la mano en despedida a la vez de que pone el vehículo en reversa.
—¡Y yo a ti, idiota! —Grito en respuesta, imitando su gesto con la mano—. ¡Recuerda que debes de pasar por mí o no te volveré a prestar a Julián!
—¿Este cuchitril? ¡Me harías un favor! —dice antes de comenzar a desaparecer por la avenida.
Sonrió mientras niego con la cabeza una y otra vez. Definitivamente si en algún momento debía de dejar Seattle, Isaac McFly sería mi único problema... el dejarlo, iba a destrozar mi pobre corazón.
(...)
Mientras el ascensor me lleva hasta mi piso de trabajo, me dedico a mirarme a una de las paredes, a la vez que intento arreglar mi cabello con los dedos, para después sacar mi lápiz labial de la cartera y retocar mi maquillaje. Sonrío al reflejo opaco que me ofrece la pared y después suspiro mientras aliso mi falda.
Odiaba este trabajo con todo el corazón, tanto, que incluso me había dedicado a comer mucha comida chatarra desde hacía aproximadamente mes y medio, para poder subir unos cuantos kilos y perder la imagen de "chica perfecta" que me habían dejado las pasarelas.
Detestaba que los hombres simplemente me vieran como si fuese un "objeto s****l" a como incluso mi jefe, me veía. Ese viejo asqueroso y despreciable que no dejaba de verme como un león hambriento, miradas que no provocaban otra cosa más que no fuesen náuseas.
Las puertas del ascensor se abren, levanto la barbilla y comienzo a caminar derecha hacia mi escritorio. Saludo a las otras secretarias con una sonrisa, hasta llegar a detenerme frente a Emma, la única con la que verdaderamente tenía una relación de amistad en ese lugar.
—Emma, ¿El licenciado Saborío ya está en su oficina? —susurro para que nadie más pueda escucharme.
La rubia levanta su mirada y asiente con la cabeza. Sus ojos claros me observan con diversión mientras me mira de arriba abajo.
—¿Cuántos kilos has logrado subir con tu dieta de pizza, Bella? Porque tal vez hoy debas de utilizar un poco tus encantos, por ahí escuché que el licenciado está verdaderamente molesto contigo.
Muerdo mi labio inferior con impaciencia mientras maldigo en mi interior. Eso significaba que probablemente tendría que soportar sus malditos coqueteos.
—Mierda... Julián volvió a fallar de camino.
—Lo imaginé, he tratado de cubrirte tomando tus llamadas, amiga.
—Te debo una —le sonrío, guiñándole un ojo.
—Nop. En realidad, me debes una de las pizzas que guardas en tu refrigerador.
—Hecho —asiento, antes de comenzar a caminar hacia mi escritorio, pero me detengo al mirar la puerta de Saborío abrirse con lentitud.
El alto y musculoso sujeto, se recuesta al marco de la puerta mientras su mirada escruta en mi rostro para luego dedicarse a observarme de arriba abajo de forma enfermiza, cruza los brazos a la altura de su pecho y sonríe con ironía.
—Buenos días, señorita Isabella. Veo que hasta al fin se digna en aparecer —habla, sin dejar de recorrerme con la mirada de forma descarada, haciendo que mi estómago se encoja ante el asco que me provoca.
—Julián volvió a presentar daños, lo lamento —me excuso, manteniendo su mirada.
—Debería de saber cuáles son sus prioridades. Porque si le importara su trabajo, podría tomar un taxi y tratar así de llegar a las siete, ¿No le parece?
—Lo lamento, señor —vuelvo a disculparme, mientras me trago el coraje y las ganas de golpearlo.
—La espero en mi oficina —termina diciendo antes de girar y cerrar la puerta.
Doy un par de largas exhalaciones, tratando de calmar mi ritmo cardíaco. Miro a Emma otra vez, ella simplemente me ofrece una sonrisa llena de tristeza para luego levantar ambos pulgares en mi dirección.
Así que comienzo a avanzar hacia la cueva del monstruo. Abro con suavidad y me inmiscuyo en el interior, cerrando tras de mí. El hombre que jugaba de "Adonis" solo por pasar unas cuantas horas en el gimnasio, se encuentra tras su escritorio, haciendo que revisa unos documentos.
—Cierre con seguro —me pide, sin molestarse en mirarme.
—No creo que sea necesario, ya voy a volver a mi trabajo —digo, entrelazando mis manos frente a mí.
—Obedezca, McFly.
—¿Qué es lo que quiere? —pregunto, comenzando a perder la paciencia.
El hombre me mira por primera vez, sus ojos marrones encontraron los míos, mientras una de sus cejas se levanta hasta casi tocar el borde de su cabello oscuro.
—Se ve muy bien con esa falda —juro que casi pude ser capaz de escucharlo ronronear, lo que provoca que tuviera tremendas ganas de vomitar—. Ha tenido muchas tardías, McFly —continúa hablando, mientras se levanta y rodeaba el escritorio para quedar frente a mí—. Podría despedirla ahora mismo sin derecho a nada.
—¿Qué es lo que quiere? —vuelvo a preguntar secamente mientras me pongo en alerta ante cualquier movimiento de su parte.
—Quiero que se gane el puesto en este bufete —contesta, tratando de tocar las puntas de mi cabello.
Alejo su mano de un manotazo mientras retrocedo para alejarme de él.
—¿Qué cree que está haciendo, Saborío?
—¿Hasta dónde le interesa conservar su trabajo, McFly?
—Y una mierda con mi maldito trabajo —murmuro, antes de acercarme y hundir mi rodilla en su entrepierna, para después golpear su impecable rostro en un par de ocasiones.
El hombre retrocede, sin saber qué agarrar, si su rostro golpeado, o su hombría adolorida. Apoya su espalda contra el escritorio, mientras decía cosas que yo no lograba entender.
—Puede meterse su bufete por donde mejor le quepa, maldito bastardo. ¿Y sabe qué? Usted no me despide. Yo renuncio —espeto, antes de girarme y salir a paso rápido de su oficina.
Paso frente al escritorio de Emma, dejo las llaves de las gavetas de mi escritorio y después la miro.
—Si tienes un poco de aprecio hacia el bastardo, llama a un médico. Su hombría está en peligro de extinción.
—¿Qué fue lo que hiciste, Bella? —interroga la rubia al verme con gran preocupación.
—Lo que debí de hacer desde hace mucho —contesto al comenzar a sentirme liberada—, poner a Saborío en su lugar —digo al no poder ocultar la felicidad que aquello me provoca—. Y por favor, Emma. Deja de llamarme Bella —repito al comenzar a alejarme de ella.
Aquella mañana perdí mi empleo, me quedé sin un plan para continuar, e, increíblemente eso era lo último que me importaba, pues simplemente sentía que había recuperado mi libertad.
(...)
Si ya has leído alguna de mis historias, sabrás que muchas veces nada es lo que parece xd, amo escribir romances, hacer finales felices, pero también me encanta hacerlos sufrir en el proceso.
¿Qué expectativas tienen con respecto a la historia de este último semental? ¿Será capaz Anthony de enamorarnos con todas sus ocurrencias? ¿Cuál de todos los Green es su favorito?
¿Qué nos encontramos en el transcurso de la historia? Un mujeriego indomable amante de los caballos y una chica ruda y con carácter, capaz de poner todo su mundo de cabeza.
De corazón espero que disfruten mucho de esta última entrega de esta familia tan consentida por todos.
Recuerden comentar lo que les parece la historia y tal vez puedan apoyarme al recomendarla a sus amigos. Recuerden que el mejor p**o para un escritor, es el cariño que le ofrecen sus lectores.
Las quiero millones y nos leemos más pronto de lo que creen <3 <3
Con todo el amor del mundo, Pamela.