Gruño cuando la maldita máquina de café del pasillo de emergencias del hospital, no me da lo que quiero, lo que me hace patearla en repetidas ocasiones. Son cerca de las cinco de la mañana, mi turno acabaría a las seis, donde sin ninguna duda volaría hasta la casa que Isaac había alquilado para ambos en las afueras del pueblo, para poder descansar. Amaba mi trabajo, claro que sí, me sentía orgullosa de portar aquella bata blanca con mi nombre bordado en ella; ese Dra. Isabella McFly, se veía perfectamente en esas letras doradas, pero, a pesar de eso, no quitaba que me estuviera llevando el diablo con tantas trasnochadas, había comenzado con el turno de noche, llevaba más de una semana de no dormir en toda la noche, y, aunque trataba de recompensarlo con dormir en el día, jamás se compara