Jordan veía con disimulo a Emira comer. Media fresa, media rodaja de banana, una completa de kiwi y un trago de jugo. La misma secuencia una y otra y otra vez.
-¿Siempre haz sido tan compulsiva o es algo nuevo?- preguntó con curiosidad y ella casi se ahoga masticando, sus ojos se humedecieron y su mano fue a la boca para que la comida en ella no se viera asquerosamente siendo expulsada.
-No...soy compulsiva- dio otro trago de jugo- Oye, Jordan--
Alzó la mano y ella se detuvo.
-Sé lo que me dirás, ya el equipo está al tanto y mañana luego de mediodía tendremos la reunión con ellos.
-¿Juntos?- Jordan sonrió un poco.
-Pero claro que juntos, participarás en todos los aspectos, es tu compañía, ¿Lo recuerdas?
Ella respiró profundo sintiendo el cosquilleo de la expectativa en la boca del estómago. ¿Y qué si todo era un engaño, una broma de mal gusto de parte de su bipolar esposo?¿Qué pasaba si Jordan sólo se estaba burlando suyo y hasta la humillaba delante de otros? Media fresa, media rodaja de banana, una completa de kiwi y un trago de jugo de naranja… Sí, tal vez se hubiese vuelto un poco más calculadora que antes pero, ¿No era ese el truco? Jordan era el diablo y debía usar todas y cada una de sus artimañas para contraatacar al heredero Fox.
Emira salió ese día a tomar aire fresco, caminó por la ciudad sin importarle mucho ser seguida, empezaba a acostumbrarse a eso. Se detuvo en seco cuando, de pronto, vio un estudio de baile. ¿Había estado ahí siempre? Caminó hacía la música de salsa que le llamó la atención y desde fuera vio a través de los vidrios decorados, a la gente bailando dentro ese animado baile que le recordaba a lo que era estar viva, el color, el disfrute y más. Emira suspiró recordando lo bien que se sintió al bailar en Maloani y fue justo cuando más cómoda empezaba a sentirse que todo se complicó. Pero era fuerte, era una mujer lista y dándole un vistazo al guarura se adentró al estudio de baile.
-Hola- la saludó una mujer cubana con muy buen cuerpo y piel oscura que parecía chocolate.
-Hola, me gustaría bailar aquí- dijo mirando todo con emoción- ¿Cuánto tengo que pagar?
La mujer puso una pequeña sonrisa.
-Depende de lo que quieras hacer, tenemos tango, bachata, hip-hop, salsa, cumbia y danza árabe. También se practica zumba- Emira parpadeó sorprendida, no había pensado en la cantidad de géneros que había- Las inscripciones son quince dólares por clase y la mensualidad son diez dólares- Emira asintió- trabajamos de Lunes a Sábado desde las siete de la mañana hasta las diez y media de la noche. ¿A qué le gustaría apuntarse?
Emira mordió sus labios pensando y recordando que su esposo le había dado el dinero que le prometió y que, según él, le daría mensualmente, ella metió la mano en su cartera Chanel y tomó un fajo de billetes de cien sin querer que la mujer lo viera sacó un par de estos y se los tendió haciendo que sus ojos se ampliaran.
-Serán unas cuantas clases- avisó con voz dulce.
Media hora más tarde una sonriente Emira volvió al apartamento emocionada, encontró un mensaje en su celular, era de Jordan, y justo estaba llamándola. Se apresuró a contestar.
-¿Bueno?
-¿Dónde estabas?- dijo de inmediato- Volviste a olvidar el celular- adivinó y ella miró al suelo.
-Sí, fue mi error- admitió ella entrando a la habitación y quitándose los zapatos en el proceso- Fui al centro a pasear un poco.
-¿Acompañada?
-¿Y cuándo no?- refutó ella irritada por la pregunta. Él vigilaba cada uno de sus pasos y ambos estaban claros de ello.
-¿Te compraste algo bonito?- Jordan era astuto y cambió de tema, ella respiró profundo.
-No, hice algo mejor.
-¿Sí?¿Y qué es?- preguntó él con curiosidad.
-¿A qué hora vuelves?- replicó ella, había aprendido que le gustaba que se preocupara por él. No lo hacía porque de verdad le interesara saber la respuesta, o tal vez sí. Emira sentía que su cabeza echaba humo si abusaba de ella pensando en su marido.
Jordan sonrió junto al aparato al escuchar su pregunta.
-Volveré tarde, Emira- sus ojos viajaron por el cuerpo de su asistente- Tengo cosas que hacer.
-Está bien- dijo ella alzando el rostro, no le importaba en lo más mínimo- Adiós, Jordan.
Él colgó sin despedirse y detuvo a su asistente mientras cruzaba la puerta.
-Ven aquí, Bella- ella lo miró nerviosa.
-Disculpe que haya entrado, señor, no sabía que estaba hablando con su…- ella tragó grueso. Jordan sonrió divertido.
-¿Con mi qué?- la animó-¿Con mi esposa?
Bella lo miró acomodando sus gafas y no dijo nada. Él apartó la silla del escritorio y sin decir ni una palabra ella caminó hacia él.
Era callada y tímida, y aún así tan caliente como para arrodillarse delante suyo y sacar su pene del pantalón para llevárselo a la boca sin chistar.
-Mmm, mierda- gimió él sintiendo su cavidad bucal cálida, su piel reaccionó al instante y un escalofrío recorrió su cuerpo.
Miraba los ojos de esa chica. Era simple, sencilla y sin nada que le atrajera más allá de los agujeros de su cuerpo. Se había prometido a sí mismo no fallarle a Emira pero no había sido capaz de cumplir con eso, aunque estaba feliz y satisfecho con el resultado de su mujer luego de salir de ese lugar donde la prepararon para él, no estaba de más decir que desconfiaba de ella. Parecía otra, ya no era un poodle que ladra y ladra y no muerde. Ahora era más una serpiente: callada y silenciosa lista para atacar cuando menos lo esperas si te acercas demasiado. Jordan le tenía miedo a esta nueva Emira aunque sus sentimientos fuesen tan agridulces a la vez. Ella lo enloquecía y lo mejor era no abusar de su cercanía. Mantener los horizontes ocupados.
Él tomó la cabeza de Bella y la hundió hasta sentirla ahogarse cuando el m*****o tocó la campana de su garganta. Mantuvo esa posición follando su boca con rapidez y mordió sus labios sintiendo que se correría. Bella, la sumisa Bella, tocó sus pelotas masajeandolas y eso aceleró el orgasmo. Jordan acabó en su boca y la delgada chica lo tragó todo sin dejar ni un rastro.
-Gracias, cariño, fue excelente- él la felicitó acariciando su cabello como lo harías con una buena mascota. Ella se puso de pie y lamiéndose los labios salió de la oficina rozando sus piernas de forma muy notoria: Jordan la había dejado caliente a propósito porque ella no manejaba nada y si él no quería tocarla, no se molestaría en hacerlo.
Él tomó un puro y lo encendió para luego cerrar su pantalón. No sacaba a Emira Badell de su mente y lo frustraba, de hecho. ¿Qué habría querido decir con que hizo algo mejor que comprarse cosas? Esa mujer era todo un misterio, una rara conversión desde la chica montuna que una vez fue a lo que hoy era recato, prudencia y mucha persuasión.
Expulsó el humo y llevó ambas manos detrás de su cabeza. Su parte estaba hecha: La complacería con la chocolatera. No tenía nada que perder y todo para ganar porque aunque ganaría dinero con ese negocio, era lo que le brindaría su esposa hechicera lo que realmente le causaba intriga y curiosidad.