-¿De verás crees apropiado que lo haga?- le pregunté a mi padre y asintió meneando su whisky
-¡Pero claro, Jordan! Es tu mujer, está comportándose correctamente. ¿Por qué no premiarla?- sonrió - Algunas piden joyas y autos costosos, Emira te está pidiendo un negocio. Se mantendrá ocupada y ganaremos más si---
-Ese es el asunto, padre- lo interrumpió- Emira no quiere una sucursal de Achocolatada. Quiere su propia empresa. Ajena a tu cartera- Eduard reventó en risas.
-¿Y qué?¡Es lo mismo, hijo!- afirmó- Está casada contigo. Todo lo que haga tarde o temprano te pertenecerá.
Jordan suspiró recordando la idea de su padre de asesinarla.
-Está bien, entonces aceptaré. Le diré que tendrá su empresa.
-Claro que sí, hombre- aceptó Eduard de buenas a primeras- Aprovecha todos los recursos: Abogados, contadores… Que haga lo que deseé y cómo se le antoje a mi querida nuera.
Jordan tomó su trago a pecho sopesando la idea.
Emira estaba en el apartamento sentada en la planta bajo junto al jardín zen que había encontrado construido a su regreso. Era de noche y acostada sobre las piedras incómodas miraba las estrellas. El mismo cielo que acostada en la maleza de su Maloani ella observaba. Extrañaba a esa Emira, orgullosa y contestona, esa a la que nadie frenaba. Ahora se había vuelto una versión suya que no era real, no era nada más que un personaje que había creado para satisfacer a Jordan. Suspiró pensando en él.
Siempre creyó que era malo, todo apuntaba a que realmente lo era, pero se había dado cuenta de cosas que la llevaban a pensar lo contrario, y luego él volvía a ser el mismo patán de siempre con ella. ¿Qué cambiaba?¿Qué le hacía creer que en algún punto podría amarlo?
Se rió con amargura en aquella soledad. Era imposible amar a ese diablo. Era un demonio al que debían exorcizar, pero Emira se cobraría las que le hizo a ella y a quien sea que se haya cruzado con el joven Fox sin salir bien librado.
-¿Qué haces ahí?- se alarmó al escuchar su voz. Todo calmado y nada más allá de las cigarras adornaban la noche en aquel pedazo de paraíso. Jordan tenía unos cuantos minutos de haber llegado y luego de darse cuenta de que ella no subía, bajó a buscarla.
Emira se sentó.
-Sólo estaba disfrutando de la vista- él se rió.
-¿Qué vista, Emira? Si estás en el suelo.
Ella tendió su mano a él, Jordan creyó que era para levantarla pero se trataba de todo lo contrario: él se sentó a su lado.
-Recuestate, no pasa nada- murmuró ella y él lo hizo, las incómodas piedras en su columna mientras él imitaba su posición previa. Emira también volvió a acostarse.
Ahí, Jordan vio el cielo lleno de estrellas, plantas entraban a su campo de visión haciendo de aquella una vista completa.
-Vaya- admitió él y ella sonrió sin mirarlo.
-Así es.
Ambos se quedaron en silencio por varios minutos. Jordan miraba al cielo sin recordar la última vez que se detuvo a ver las estrellas de aquella forma tan infantil. Sabía que Emira tenía un lado de sí misma que parecía ansiosa por mostrarle y aunque se mostraba renuente la verdad era que dudaba más de sí mismo que de su honestidad. ¿Cómo pediría verdad cuando él era una caja de secretos, de duda y de desconfianza?
-Emira… Tendrás tu Achocolatada en suelo americano- dijo de pronto y ella giró el rostro para mirarlo sorprendido.
-¿Qué?¿Me estás hablando en serio?- Jordan giró la cara y miró a sus ojos grises totalmente sorprendidos.
-Muy en serio. Comenzaremos lo antes posible con el proyecto- ella no se resistió y se sentó sobre él tomándolo por sorpresa, Jordan sintió las piedras en su espalda pero poco importaba cuando tenía aquella vista de ella que en pijama de seda de color rosa vieja y una bata abierta del mismo material lo miraba sonriendo.
-No sabes cuánto te lo agradezco, Jordan.
Él acarició sus piernas y ella bajó el rostro tomando su cara con ambas manos. Jordan aún se sorprendía demasiado cuando ella buscaba sus labios. En parte no estaba acostumbrado a ese trato tan personal y también se trataba de ella siendo la que lo controlaba lo que lo ponía mal.
Sus manos masajearon su trasero bajo la suave tela, ella no llevaba ropa interior y su pene se hizo presente al saberlo. Emira hundía su lengua en la boca de su esposo jugueteando con la suya mientras sus ojos cerrados magnificaban el inmenso placer que le causaba.
Jordan besó sus hombros bajando las telas que los cubrían y en ese momento ella fue consciente de dónde estaban.
-No, Jordan- dijo agitada y él se detuvo alertado- Podrían vernos- sonrió con malicia.
-Entonces que disfruten del show- se sentó y siguió su labor de apoderarse de sus senos, él le quitó la blusa del pijama uniéndola a la bata y sobre la tela tendida en el césped recostó la espalda de Emira.
Su boca se apoderó de los botones que tenía por pezones, ella abrió la boca pero intentó no emitir sonidos sintiendo el placer recorrer su cuerpo mientras las manos de Jordan tocaban cada centímetro de su piel. Él besaba su abdomen con gentileza mientras su dos pulgares acomodados retiraban la elástica de los shorts rosados.
-Me gustas tanto, Emira. Tocarte, sentirte- murmuró él con desespero mientras mordisqueaba la entrepierna de Emira causándole suaves gemidos de placer y dolor a la vez- Me excita saber que eres mía y que nadie jamás volverá a poner un sólo dedo en ti, dentro o fuera- su lengua se apoderó de la v****a de Emira quien no hizo más que abrir las piernas para él y sostener su cabeza, hundir las uñas en su cabello mientras se dejaba llevar confiando de que ningún expectador vería aquel erótico show aún cuando no tenía muy en claro si el edificio era o no habitado por alguien más que los empleados y ellos mismos.
-Mmm, Dios- gimió con fuerza y Jordan se rió contra su piel haciendo que el roce del vello facial cosquilleara en su ser.
-Ni Dios puede salvarte de mí- sonaba profético y quizás tenía razón.
Jordan hizo que se corriera sin compasión, un chorro de jugos salió de ella y él lo saboreó enloquecido de placer. Acomodó sus piernas y viendo sus ojos blanquecinos debido al orgasmo que la hacía temblar cual convulsión se hundió en su interior haciéndola volver. Emira se sostuvo de sus antebrazos y Jordan entraba y salía de ella sin parar debido a lo empapada que ella estaba se resbalaba en su interior. Su mano se apoderó del cuello de Emira quien lo miraba cegada de gusto y sin nada de temor. Había aprendido a confíar en su pareja s****l y a entender que habían límites que ninguno cruzaría para lastimar al otro. Al menos el sadomasoquismo tenía sus reglas claras pero, ¿Y ellos?¿También las tenían o todo quedó en palabras?