Al llegar a casa saludé al perro, él único de la casa que me recibía contento. Pasé entonces al lado de Marcus e ignoré su fastidiosa mirada sugerente y su irritante gesto que parecía ser el inicio de una sonrisa que no termina de completarse. Entré y pasé por la sala principal de camino a las escaleras, pero una voz femenina me frenó. —Tienes una rutina bastante copada —dijo Tania desde un sofá, alejada hacia un rinconcito de la sala—. Todavía no entiendo por qué Jorge no comprende que tienes asuntos más importantes que actuar como si fueras su pareja. Allí estaba ella, con una pierna sobre otra y la cara detrás de un libro. —Parece que a Jorge a veces le hace falta lavado y engrase en los engranajes que ayudan con el funcionamiento eficiente de su lógica —conte