Entré a pasos diligentes a la habitación y sin decir nada más continué haciendo la maleta, aunque ahora con menos melindres y en silencio. Escuché que a mi espalda la puerta se cerraba con cuidado. Y en menos de diez segundos Jorge estaba detrás de mí y tomándome suavemente de la cintura por detrás me giró hacia él. Nuestros ojos se encontraron y mientras él me miraba con gesto de culpabilidad yo me preguntaba qué mosco le habría picado para actuar en mi defensa, pero aún no me estaba comiendo el cuento, algo habría hecho mal, bastante mal como para venir ahora con la cola entre las piernas y yo iba a esperar a que todo se destapara. Mientras tanto, le seguiría la corriente a su inesperada docilidad. —No hagas las maletas —murmuró mirándome muy de cerca—. Quédate conmigo.