—¿Qué coño me hiciste anoche? —preguntó Jorge en el umbral de la puerta de nuestro dormitorio, refiriéndose a la marca morada que le quedó en el cuello. —¿Y yo qué sé? —dije con los ojos ligeramente entrecerrados por el letargo—. ¿Para eso has estado a punto de reventar a golpes la puerta? Estaba durmiendo bien. Me miró con recelo y pasó a un lado mío en dirección al cuarto de baño. —Qué fastidioso eres, aún es temprano —dije para entrar en el papel de la que no recuerda nada—. ¿Es que no te fijas en la hora? —Ya son las once de la mañana —refutó él desde el cuarto de baño—. Es tarde. —Es domingo —repliqué—. Y dime qué te pasó en el cuello —pregunté casi en burla, pero él lo notó, porque salió de inmediato y me encaró. —Anoche casi me matas —gruñó, mirándome con despreci