Pensando a cada momento en Diana, en su padre, en su medio hermano Jorge, en la vieja Tania en Dorian Santelmo (que bastante guapo estaba por cierto) y en su hija, la tal Ademisa que tenía que responderme algunas preguntas. Le había dado a dirección al taxista que sin preámbulos arrancó en la dirección indicada, no llevó mucho tiempo desde entonces, sólo quince o dieciséis minutos. —Ya estamos llegando al número de casa que dice el papel que me ha mostrado usted, señorita —dijo el conductor desde su asiento, mirándome por el retrovisor. Asentí. —Aquí tiene —le ofrecí el p**o y tras entregarlo volteé al otro lado de la ventana situada en la puerta derecha. Lo escuché agradecer, doblar en una esquina y frenar al frente de una casa, pero justo antes de disponerme a abrir la puer
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