Mirar a Diana tan lela allí frente a mí en aquella mesa ante la que estábamos me devolvía a mis últimos años de adolescencia. —Sabes bien que no es obligatorio que vayas —había dicho mi padre Tony con un matiz de malestar emocional, pero por mí. Seguí estado sentada en aquel mueble ante la panorámica vista del jardín de nuestra casa aquella tarde, mi padre Luka también estaba en esa sala, cuya pared de cristal transparente dejaba que se filtrara la tibia luz del ocaso. —Debes dejar que Josephine tome sus propias decisiones —opinó monótonamente mi padre Luka de pie frente al cristal de espalda a nosotros—. Si quiere pasar una temporada en un lugar como ese, está bien. —Pero si es necesario que reciba alguna orientación psicológica fácilmente podríamos pagarle a