―¿Saldrás con él? ―preguntó Eric, mientras me colocaba una pulsera de plata. ―Sí, me llevará a cenar a un lugar en el centro. Eric terminó de atarme la bellísima pulsera que me regaló mi abuela cuando era adolescente. En ese momento no tenía contacto con ninguna parte de mi familia, pero la persona que más extrañaba era a ella y los especiales consejos sin pudor que me daba todos los fines de semana que me quedaba en su quinta en Los Ángeles. Eric comenzó a preparar una malteada de chocolate, con adición de sirope de caramelo y un turrón de leche, como acompañante de un gigantesco sándwich de jamón. Él era como un bebé hambriento de dulce, o como una embarazada cuando tiene severos antojos de sacarosa. ―Claramente te llevará a un lugar alejado de la espectacularidad, Andrea. Es multimi