―Buenos días ―susurró Maximiliano en la cima de mi oreja. ―Excelentes días ―respondí. Aún no amanecía del todo, pero le dije a Maximiliano que colocara el despertador para llegar a casa antes que Sam despertara. Le había prometido regresar antes del amanecer, y aunque sabía perfectamente que las promesas están para romperlas, esa no lo rompería ni un terremoto como el de Haití. Moví mis brazos y giré mi cuerpo, dispuesta a nadar en la oscuridad de los ojos de Max; tan oscuros como hermosos. ―¿Tienes que irte? ―inquirió besando mi cuello. ―Sí. ―Pero es fin de semana, ¿puedes quedarte otro rato? ―No puedo, Max ―articulé sobre sus labios―. Le prometí a mi hija que estaría allí antes del amanecer y no quiero lastimarla o fomentar la mentira, considerando que era una increíble mentirosa c