Cinco días después ―¡Se siente maravillosamente bien! ―gemí―. Sí. Justo ahí. Sus manos recorrieron mis músculos, desde la zona alta hasta la más incipiente al final de mi piel. Después de tantear el terreno inexplorado, sus manos se detuvieron en la parte abultada de mi contextura, donde la piel estaba enrojecida y con una leve hinchazón. Me dolía como el infierno, pero se sentía placentero. Llevaba meses que no sentía algo así, la emoción de un toque de esa manera, el acelerado corazón con cada torcedura o que me apretaran con todas las fuerzas, así me quedara la marca en la piel. ―¿Y si lo muevo así? ―preguntó, con su aliento en mi oído. Su melodiosa voz era un delirio del que no podía escapar. Estaba atado a ese duro metal, con la respiración entrecortada y unas resbalosas manos re