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—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¿Cómo pudo conseguir otra mujer, es que no es posible? —murmuró la mujer, incrédula. Fernando fue hasta ahí, miró a la mujer. —¿Qué te pasa? —¡Emmanuel va a casarse con una jovencita! —¡¿Qué?! Hablas de… —¡Sì! ¡Habló de mí, Emmanuel! —Ah, ¿tu Emmanuel? —¡Hablo de Emmanuel! ¿Sabes qué significa? —¿Qué? —exclamó Fernando encogiéndose de hombros. —¡Nunca podré volver! —¡¿Y por qué demonios querrías volver?! —¡Por nuestro dinero! Eso tuvo sentido para Fernando. —¿Y quién es esa mujer con la que se casará? —¡No lo sé! Seguro se casa por despecho. —Tranquila, amor, mira, tú siempre tendrás un poder sobre ese hombre. —¿Poder? —exclamó insegura. Fernando sonrió malicioso. —Claro, eres la madre de su hija, aunque ahora está muerta, siempre serás su