Hosanna llegó a casa, subió a su alcoba, sollozó, descontrolada, se sentía tan triste.
«Ernesto de verdad me engaña», pensó.
Escuchó unos pasos, limpió sus lágrimas deprisa.
Ernesto entró casi de inmediato y mirò a la mujer, ella tenìa los ojos enrojecidos.
Hosanna se levantó, dispuesta a darle la espalda, al segundo en que Ernesto, la tomó del brazo y devolvió a èl, quería que lo mirara.
Ella no quería verlo, pero al final, tuvo que hacerlo, sus ojos se encontraron.
—¿Qué es lo que quieres, Ernesto? —preguntó severa, él se sorprendió y sintió un escalofrío, desesperado, intentó hablarle.
—¡No te engañé! Juro que no te engañé —él acunó su rostro, lucía desesperado—. Nunca te he engañado desde que nos casamos, eres la única mujer en mi vida.
Ella sonriò con ironía.
—¿Yo lo soy? Q
