—¿Y quién soy yo? —exclamó el hombre, dudando de que ella supiera de verdad su identidad.
Camila le miró de arriba abajo.
—Usted es Emmanuel Harp, el dueño del conglomerado Harp.
Camila retrocedió un paso, incrédula de verlo ahí.
«Creo que el destino se burla de mí. Primero hace que pierda todo y luego me trae hasta este hombre», pensó.
—¿Y tú quién eres? —exclamó
Ella sonrió, no se sorprendía de que no la reconociera.
—Mucho gusto, soy la exesposa del amante de su ex.
Los ojos de Emmanuel Harp se abrieron enormes.
—¿Qué dices? ¿Es una maldita broma? —exclamó molesto, sus ojos azules, antes sin brillo, ahora parecían arder en furia, como si esa mujer hubiese encendido una cerilla en ellos.
—No es ninguna broma. Soy la exesposa del amante de tu ex, de hecho, hace unas horas firmé el divorcio.
Emmanuel hundió la mirada, estaba confuso, nada en su vida tenía sentido.
—¿No sabías que Estefanía Marchant tiene un amante? ¿No sabías que por él te dejó? Todo el mundo habla de cómo fuimos engañados, me temo que somos los bufones del mundo.
El hombre la tomó del brazo con fuerza.
—¡¿Qué dices?!
Ella tuvo miedo, ¿no era ese un hombre poderoso y billonario?
Ella titubeó, a decir verdad, era un hombre diferente al que ella conoció; en el pasado, solo una vez lo vio de lejos, en una fiesta, y era un hombre tan atractivo, elegante, con esos ojos azul celeste, y un aura poderosa, pero ahora, si ella no lo conociera, pese a su altura, parecería un vil vagabundo.
—¡Mientes! Retráctate de tus palabras —dijo apuntándola.
El hombre comenzó a toser, se veía enfermo, ella tuvo miedo por él.
—¡Retráctate! Di que mientes, mujer, ¿Qué quieres? ¿Dinero?
Ella le miró con miedo, negó.
—Solo una cosa quiero… ¡Venganza! —exclamó con rabia.
De pronto, el hombre cayó encima de ella, como una ficha de dominó, Camila quiso detenerlo, él golpeó su frente y ambos cayeron al suelo, mientras ella gritaba porque el hombre se desmayó y era demasiado pesado para levantarlo.
—¡Levántese! Por favor —exclamó Camila
Emmanuel Harp abrió los ojos, fue levantándose lentamente, pero estaba mareado, no había dormido casi en varios días, ni tampoco comió nada, además tenía esa espantosa tos.
La mujer lo ayudó a como pudo a bajar del puente, y lo llevó a su auto, ella subió al asiento del conductor y condujo.
—¿A dónde lo llevaré, dígame?
El hombre le indicó el camino.
***
Pronto llegaron a esa gran mansión. Al llegar el portón se abrió automáticamente.
Camila siguió el camino, estacionó el auto, Un hombre se acercó, y vio salir a Camila.
—¿Quién es usted?
—Yo… soy amiga del CEO Harp, estoy aquí para ayudarlo —aseveró con tal convicción, pero el hombre frunció el ceño, confuso.
«El señor Harp no tiene amigos, ni a nadie, desde que murió Lisy, nadie vino aquí, pero… ¿Sería esta mujer una ladrona o una enviada del cielo?», pensó.
El hombre le vio cara de buena y la dejó entrar.
Ella lo ayudó, no parecía haber nadie más en esa gran mansión.
Subieron la escalera hasta llegar a la habitación y recostaron al hombre en la cama.
Camila notó que ardía en fiebre.
—¡Tiene mucha fiebre, llama al médico! —exclamó Camila, mientras observaba al hombre.
Ella fue al cuarto de baño, buscó algunas toallas y pañuelos, trajo agua tibia y puso paños sobre su frente.
El mayordomo Ralf llamó al médico, aun observando a la mujer.
Ella puso esos paños sobre la frente del señor, quien sujetó su mano con fuerza.
—¿Quién eres, mujer? —exclamó Emmanuel al despertar.
—Camila Larios Pons, ¿no me recuerda? Trabajé para usted.
El hombre soltó su mano y dejó que ese paño cubriera su frente.
Ralf supo que esa mujer no mentía.
Menos de quince minutos, después, llegó el médico, revisó al hombre, inyectó un antibiótico, y escuchó su respiración.
—Creo que el señor Harp tiene neumonía leve, deben llevarlo mañana al hospital, debe hacer estudios médicos.
El doctor les dio la receta, y dejó más antibióticos.
Camila observó al señor Harp, dormía como un ángel, tocó su frente, la fiebre estaba bajando.
«Ya debo irme, pero… si pudiera quedarme aquí, no tengo a donde ir, ahora es muy tarde», pensó
Camila salió y encontró al mayordomo en el pasillo.
—¿Ya se va, señorita?
Ella titubeó.
—Yo… hablé con el señor Harp, me dijo que podía quedarme hoy, para ver cómo sigue, le daré el medicamento.
El mayordomo frunció el ceño, no le creyó nada, pues el señor Harp durmió desde antes de que el doctor se marchara.
—Lo siento, señorita, debe irse, el señor Harp no dejaría que nadie se quedara.
Camila maldijo en su mente, asintió, tomó su bolsa con ropa.
—Démela, yo puedo llevarla a la basura.
—¿Basura? —exclamó indignada—. No se angustie, puedo hacerlo yo sola.
El hombre la llevó hasta el portón, y se dio cuenta de que iba a pie.
Eso lo sorprendió. Cuando el hombre entró y estaba por cerrar la gran mansión, observó por las cámaras a esa mujer ahí, sentada afuera del portón, con un abrigo puesto.
«¿No tiene a dónde ir?», pensó.
El hombre sintió lástima por la mujer.
«Pero, ¿y si es una ladrona?», pensó
Camila estaba sentada en la banqueta, recargada contra la pared, por lo menos la luz mercurial iluminaba.
El portón se abrió y el hombre se asomó.
—Vamos, entre, la dejaré quedarse.
Camila tenía el rostro cubierto de vergüenza, pero siguió al hombre.
—Yo le agradezco, le juro que no soy una ladrona.
El hombre le miró
—Más te vale, porque sé artes marciales, y no saldrás bien librada —dijo e hizo una posición extraña de kung-fu, que la chica juro que vio en una película de pandas, Camila frunció el ceño, confusa—. Como sea, antes, enséñame que hay en tu bolsa.
Camila abrió la bolsa, el hombre se quedó perplejo al ver su ropa ahí.
—¿Vienes del infierno? —exclamó sorprendido.
Los ojos de Camila se volvieron llorosos, sonrió y dijo que sí.
El hombre se conmovió al verla tan vulnerable.
La chica subió a la habitación del señor Harp, aunque el mayordomo quiso que ella durmiera en una habitación. Camila se negó, dijo que ayudaría a vigilar al hombre.
Ralf también se quedó ahí, haciendo guardia.
El hombre trajo comida, Camila agradeció, comió alguna galleta, no quería dormir, tampoco podía, en cambio, el señor Ralf, durmió casi enseguida, solo escuchaba sus penosos ronquidos.
«Menudo guardián tiene, señor Harp», pensó
Camila miró al hombre postrado en la cama, observó esa fotografía en su buró, era una foto de Emmanuel con una hermosa niña de cabellos rubios como el oro y ojos azules como el cielo.
Ella sonrió, detrás de esa, vio otra fotografía, esta vez, Emmanuel Harp cargaba a una bebé, intuyó que era la misma pequeña de la otra foto.
Los ojos de Camila se volvieron llorosos, tocó su vientre, recordó cuando albergó una vida ahí.
«Duro siete semanas, pero ha dolido por tantos años», pensó al recordar a su bebé.
Camila tocó la frente del hombre, notó que sudaba, de nuevo ardía en fiebre.
Maldijo y lo levantó, observó a Ralf dormido como un oso, no quiso levantarlo.
Emmanuel abrió los ojos, ella lo ayudó a ponerse de pie, lo ayudó a caminar, hasta llegar al baño.
Por un instante lo dejó ahí, parado, ella comenzó a llenar la bañera con agua tibia.
—Espere, señor Harp, despertaré a su mayordomo.
Camila salió del cuarto de baño, intentó despertar al mayordomo, pero no pudo, mientras más lo movía, el hombre más roncaba, y negaba para no despertar, manoteó con terquedad.
La mujer rodó los ojos, maldijo entre dientes.
Cuando volvió al cuarto de baño vio esa escena, el señor Harp estaba desnudo totalmente, y a punto de meterse a la bañera.
Camila observó solo su espalda, pero cuando el hombre se giró, ella cerró los ojos, asustada.
—¡Ay, Dios! Señor Harp, ¡estuvo a punto de sacarme un ojo! —exclamó.
Camila abrió los ojos, cuando sintió esas manos sobre sus hombros, el hombre estaba muy cerca de su rostro.
La chica tuvo temor.
—¿Vas a darme un beso? ¿O solo quieres mirar?
Ella intentó alejarlo, pero puso sus manos sobre su pecho, eso la hizo sentir peor, fue tarde para arrepentimientos, cuando sintió ese ardiente beso.