Camila deambulaba por las calles, bajó por una colina, estaba en la zona más lujosa de la ciudad, donde los millonarios vivían, ahí estaba ese despacho de abogados.
Ahora imaginaba a su ex, en brazos de su amante, en una mansión, con piscina y lujos, tal como siempre lo deseó él. Pensarlo era una tortura, pero no podía detenerlo.
Ella ya no tenía a donde ir, perdió la casa de sus padres, la herencia que le dejaron.
«Aceptas el amor que crees merecer; ¡qué razón tenía mi madre! Por fortuna ya no puede ver lo mal que terminó su única hija. No tengo a nadie en este mundo, mi padre y madre muertos, sin hermanos, ningún tío o pariente en este país. No me queda nada.
Estoy sola en el mundo, no tengo ni un centavo, ¿A dónde iré ahora? En fin, podría ser peor, podría orinarme un perro, o caerme un rayo»
Sin embargo, cuando Camila vio a un perro, no quiso tentar su suerte y se alejó. Cuando vio al cielo y lo encontró nublado, rezó porque no lloviera.
Camila se sentó en una banca de una parada de autobús, era la única que había visto por ese lugar, y estuvo segura de que la usaba el personal de servicio que trabajaba en esa zona.
Por un instante, tuvo la loca idea de ir a pedir trabajo en esas casas como persona de limpieza. Algo de cordura la hizo detenerse. ¿Acaso ella no estudió finanzas en una buena universidad? Pero ¿dónde pasaría la noche? De verdad, ella no tenía dinero, no tenía nada de nada.
Tomó su teléfono, era lo único de valor que tenía, llamó a su amiga Emma.
—Emma, quería pedirte un favor. Tal vez podrías ayudarme a quedarme en tu casa, solo por unos días, y pronto encontraré a dónde ir.
—¡Ya basta de pedir ayuda, Camila! Por algo te dejó tu ex, te ayudé un poco, pero estás abusando. Por favor, no seas tan oportunista, y deja a tu ex ser feliz con esa guapa mujer, reconoce que ella es mejor que tú.
—¿Cómo puedes ser tan injusta, Emma? Nunca pensé que…
—¿Qué? Camila, ¿Crees que me interesa ser amiga de alguien como tú? Ya no eres importante, querida.
—Adiós, Emma.
Camila colgó la llamada, estaba por llorar, pero mordió sus labios, hasta sentir el sabor de un hilo de sangre, decidió calmarse, sus emociones estaban descontroladas.
Estaba agotada, no supo cuánto tiempo permaneció en esa banca, tampoco le importaba.
***
Estefanía estaba tan feliz, ella y Fernando llegaron al Pent-house y fueron a la cama, ella se recostó.
—Vamos, amor, desnúdate —dijo con una gran sonrisa.
Fernando se puso frente a ella, comenzó a quitarse las prendas, mostrándole su cuerpo perfecto, pulido por el gimnasio. Él era un hombre atractivo.
—Ayer me visitó el abogado de Emmanuel, vino a amenazarme, pero lo envié al carajo. Emmanuel sigue deprimido, al parecer está sufriendo mucho y quién sabe, tal vez, yo soy su única heredera.
Fernando sonrió, se acercó y la besó.
—Pero, ya eres su exesposa.
—Ya ves que él quería tener un bebé, por lo que pasó con Lisy, pues, ayer también le mandé a decir que, no lo permitiré, era nuestra última oportunidad, ya que ahora tengo treinta y cinco años, y ya sabes lo que dicen de un embarazo a esta edad.
—¡No tendrás un hijo con él!
—Piénsalo, si tuviera un hijo con él, tendríamos nuestro futuro asegurado.
—Pero, ya lo tenemos, ¿no?
Ella sonrió.
—Tengo un buen empleo, gano mucho dinero, tengo propiedades, pero casi todo es de él.
—No te quitó nada con el divorcio, cualquier otro hombre te hubiese dejado sin nada.
La mujer rio.
—Lo sé, Emmanuel, es como un perro dócil, le puedes hacer lo que sea, pero con una caricia mueve la cola. Además, aún no sabe que nos casaremos, y no lo sabrá, hasta que ya sea un hecho, mientras tanto, tendré acceso a su fortuna, seré como la dueña de la empresa, y estaré en todas sus propiedades.
Ambos rieron, luego cayeron en la cama, y comenzaron a dar rienda suelta a la pasión.
***
Camila observó llegar el anochecer, ya no pensaba en nada, hasta que vio ese auto, era uno lujoso, se detuvo a un lado del puente, y vio bajar a un hombre, tenía el cabello largo, y un semblante cansado, pero no pudo ver más a la distancia.
Sin embargo, verlo subir el puente, cuando tenía un auto, fue curioso para ella.
Observó al hombre, no despegó su vista de él, hasta que lo vio sostenerse de los brandales. Había una frustración en su gesto, a pesar de que ese hombre llevaba lentes oscuros, pudo notarlo.
Camila tuvo el peor de los presentimientos.
«¡Va a suicidarse!»
La mujer corrió hasta el puente y subió los escalones, ya era de noche, nadie estaba por ahí.
El hombre seguía aferrado al barandal, intentó subir un pie sobre el barandal, empujando su cuerpo hacia el abismo.
—¡No, señor! ¡No se mate!
El hombre la miró incrédulo, sintió ese cuerpo empujarse contra él, lanzándolo a un lado, cayendo al suelo, y ella encima de él.
Cuando Camila levantó la mirada, encontró esos ojos color azul cielo, mirándola. Ella había hecho que sus lentes oscuros cayeran por el abismo.
El hombre tenía una barba espesa, como si hace muchos días no se afeitará, y su rostro estaba demacrado.
—¿Quién eres tú, mujer? ¡Quítate de encima de mí! Acabas de tirar mis lentes, cuestan más que tú.
Ella se levantó enseguida, sorprendida de lo que ese hombre dijo, le miró fijamente.
—¡Le he salvado la vida! ¿Es así como me paga, malagradecido? ¡Ahora lánzate, anda, ve y tírate para que quedes como goma de mascar debajo de un zapato!
—¿Qué has dicho?
Camila se puso nerviosa, tragó saliva.
—¿Crees que me salvaste la vida?
—¿No ibas a suicidarte?
El hombre se quedó callado, hundió la mirada.
—¡Lo sabía, ibas a suicidarte! —gritó con fuerza. Cuando sintió esa mano cubrir su boca, el hombre se acercó a ella.
—¡Cierra la boca o te lanzaré conmigo!
Ella le miró aterrorizada, lo último que le faltaba era encontrar a un loco que quisiera matarla.
—Te soltaré y no grites.
Ella casi chillaba, hasta que de pronto, ¡lo reconoció!
El hombre la soltó y los ojos marrones brillantes de Camila le miraron asombrados.
—¡Ya sé quién eres tú! —exclamó