—¡Firma el divorcio de una vez por todas! —exclamó Fernando Ontiveros.
El corazón de Camila se oprimió fuerte, luchó por no llorar.
Ese hombre era su esposo desde hace diez años, ella lo amó por mucho tiempo, y ahora simplemente la desechaba como un pañuelo a la basura.
Los ojos de Camila estaban inyectados en sangre.
—¿De verdad dejaste de amarme tan fácilmente?
Fernando miró sus ojos, hundió la mirada.
—Ya no quiero estar contigo.
—¡Me estás quitando todo en la vida! ¿Qué te hice para que me odies tanto? ¿Olvidaste que te pagué la universidad? Te ayudé en tu peor momento, puse un techo en tu cabeza, también para tu madre, te conseguí el trabajo…
—¡Lo ves! Ahí está de nuevo, solo sabes echarme en cara lo que has hecho por mí, ¡santa Camila! No eres tan importante, gracias a mi talento he podido llegar a ser gerente, no por ti.
Camila tenía lágrimas en los ojos, esbozó una sonrisa cínica.
—¿Por tu talento? ¿Te refieres al talento laboral, o al talento de meterte en las sábanas de Estefanía Marchant?
El hombre se acercó, pellizcó con fuerza sus mejillas, hasta hacerla quejar del dolor.
—¡No te metas! Firma el maldito divorcio, ya no somos nada, ahora me casaré con ella, mírame ser feliz, y soporta —sentenció con frialdad.
Ella logró alejarse, le miró con rabia.
—¿Por qué me quitas mi casa, y mi dinero? Mi padre me lo heredó. ¿Cómo pudiste hacerme firmar esos papeles?
El hombre sonrió.
—No sé de qué hablas, Camila, tú me lo regalaste. Asume tu responsabilidad, firma el divorcio. Si haces que vayamos a juicio, terminarás peor, sin un céntimo.
Ella bajó la mirada, sollozó, no pudo más, odiaba llorar delante de ese sucio hombre traidor, pero su corazón estaba roto, no podía soportar.
Fernando Ontiveros se acercó a ella, su mano levantó su barbilla.
—Está bien, cariño, firma el divorcio, y si eres buena, te dejaré vivir en un nuevo departamento, yo te visitaré de vez en cuando, si eres complaciente, te mantendré a mi lado —Fernando se acercó a sus labios, robó un beso, ella fue débil para soportarlo.
—¿Quieres que sea tu amante? —exclamó, sus ojos eran incrédulos.
El hombre sonrió.
—Bueno, es la única vacante disponible en mi vida.
La mirada de Camila se volvió nauseabunda, escupió en su rostro.
Fernando le miró incrédulo, levantó la mano, quería golpearla por tal atrevimiento, pero tuvo que desistir.
Los abogados estaban afuera; temió lo peor.
Sonrió sarcástico.
—No tienes opción, ¿qué harás sin mí?
—Prefiero morir de hambre, vivir en las calles, que ser tu amante. Nunca volveré a ti, estoy deseando tu caída, porque la voy a disfrutar, Fernando Ontiveros, ni, aunque vivieras mil vidas, te voy a perdonar esta traición.
—No te he pedido perdón, nunca te lo pediré. Está bien, Camila. Al final, estarás en la calle, no soportarás un día, no tienes a nadie, recuérdalo, sin mí, eres nadie —dijo y sonrió.
Camila también sonrió.
—Recuerda quién eras, antes de mí, un guardia de seguridad del que la gerente se enamoró, y fue tan estúpida para casarse contigo y convertirte en lo que eres ahora, pero tu hada madrina se acaba hoy, pronto llegarán las doce de la noche, y los blancos corceles, volverán a ser lo que fueron; ratas.
Ella tomó los papeles y los firmó.
Fernando tuvo el impulso de detenerla, no creyó que lo firmaría sin pelear. Pero, ahora, descubrió que lo hizo.
Camila le dio el bolígrafo.
—Firma, querido exesposo.
El hombre la miró confuso, sintió su mano temblar, era verdad. Camila Larios le ayudó en su peor momento, y la amó desde que la vio, ahora serían nada.
Fernando se detuvo un segundo, pero luego firmó.
En la siguiente sala estaban los abogados. Salieron de ahí, Fernando entregó el acta a su abogado, él estaba satisfecho.
Camila se acercó a su abogado, que era esposo de su gran amiga, Emma.
—¿Cuánto debo pagarte…?
—Camila, no es nada, lamento esto, ¿quieres impugnar?
—No —dijo ella.
Escuchó unos gritos de felicidad. Cuando miró, encontró a esa mujer. Estefanía Merchant estaba abrazada a Fernando, y se dieron un beso apasionado.
Camila sintió deseos de vomitar, tomó la bolsa de basura, ya que su exsuegra malvada fue capaz traer sus cosas de esa manera.
La vieja era una bruja que siempre la odió, a pesar de que Camila ayudó en su vida.
La mujer intentó salir, pero se encontró con ella. Odiaba a esa anciana, como a la vida ahora.
La mujer sonrió.
—Al fin, mi hijo se deshizo de ti, me alegró tanto, ahora tu casa es la mía, y tu dinero, mi jubilación, ¿qué se siente ser tan estúpida?
Camila se detuvo, sus manos eran un puño, pensó en golpearla, pero, nada podía hacer. Si lo hacía, iría presa, sentía tanta rabia de su destino, no entendía por qué la vida, era injusta con ella.
—Juro que llegará el día en que yo la envíe a un asilo de ancianos, señora, y me divertiré sabiendo que nadie la visitará.
La mujer rio a carcajadas.
—¡Oh, querida, qué osadía la tuya! Mírate, una mujer de veintiocho años, estéril, y con una bolsa de basura como su única pertenencia, ¿se atreve a decir eso? Querida, me das lástima.
—Yo no estoy muerta, señora, así como caigo, me levanto, pero usted y su hijo, son ratas que tarde o temprano irán a la basura a la que pertenecen.
—¡Maldita! —gritó la anciana.
Fernando apareció y empujó a Camila con mucha fuerza. Ella se quejó, cayó al suelo.
—¿Qué haces dañando a mi madre?
Camila le miró con odio y observó a Estefanía.
—Tranquila, suegra, no se angustie, así es el despecho, dejemos que la pobre mujer llore en paz. Sabemos su destino —Estefanía se giró a mirarla—; busca una fábrica donde trabajar, querida, no engordes mucho y busca a un esposo, uno viejo, que te pueda mantener, solo a eso puedes aspirar.
Estefanía y su suegra Agnes comenzaron a reír con burla.
Fernando sonrió, pero no apartó su mirada de Camila. Ella se levantó del suelo, quería gritar, se dio cuenta de que era inútil.
«Han ganado, soy una perdedora», pensó.
Dio la vuelta y se fue de ahí.
Fernando la siguió con la mirada, tuvo el deseo de alcanzarla, pero la mano de Estefanía, lo dirigió a su auto de lujo.
—Vamos a dejar a mi suegra, para volver a nuestro nuevo pent-house, amor, hay que celebrar.
Fernando recordó el lujoso pent-house, sonrió emocionado y fueron al auto junto a los guardias de seguridad.
Estefanía Marchant era la CEO de la empresa Harp, un conglomerado exitoso y el más rico del país, además, fue la esposa del presidente de esa empresa, Emmanuel Harp.
Camila trabajó en esa empresa como gerente de finanzas, casi era ascendida, pero decidió renunciar, y ceder su lugar a Fernando Ontiveros. Ahora se arrepentía, pues gracias a ese trabajo, Fernando y Estefanía se volvieron amantes.
Ahora ambos eran divorciados, y estaban dispuestos a vivir su tórrido romance.