—Entonces, admítelo, Camila, ¡di que eres una prostituta! ¿Cómo tienes dinero para comprar un vestido así? ¿O acaso eres una ladrona? Camila sintió rabia de sus palabras. Apretó los puños con furia. —Quítese ese vestido, señora —sentenció la empleada. Los ojos de Camila se abrieron enormes. —¡¿Qué?! ¿Y por qué? —exclamó. —No tiene cómo pagar ese vestido, además, no quiero que vaya a salir corriendo y se lo robe. Camila hizo un gesto de sorpresa, se sintió humillada. —¿Disculpe? Emma se reía, le gustaba ver a Camila destruida, siempre fingió en ser su gran amiga en la universidad, pero sentía envidia de cómo ella se graduó con honores, logró trabajar en la empresa de su padre, y, además, encontró trabajo en la gran empresa Harp, cuando ella no pudo entrar ahí. Siempre sintió que Cam