Cuando Camila despertó, no encontró a Emmanuel ahí. Bostezó y fue al cuarto de baño, sonrió al verse al espejo, recordó la forma en que hicieron el amor. «Sé que debo ser sincera, sé que debo decirle sobre… pero… ¿Y si me rechaza? ¿Y si piensa que lo engañé? Si no puedo darle un hijo… ¡Voy a perderlo! ¡No! No, Camila, cálmate, no pierdas los estribos, no dejes que el miedo te haga colapsar, piénsalo, ahora tengo todo lo que no tuve antes. Tengo dinero, mucho, tengo un esposo bueno; iré con el mejor ginecólogo, quizás haya esperanza, y podré tener un bebé para mi príncipe superrico, ¡sí, hay esperanza!», pensó. Camila se vistió y salió, observó a Emmanuel cocinando. Ella se quedó perpleja. —Espera, no hagas eso, déjame cocinarte. Èl negó. —Yo te haré un desayuno delicioso. —¿Y eso