La orden del matrimonio

1588 Words
Cuatro años atrás Recién acababa de salir de un parcial de álgebra, Karim se encontraba en la cafetería en una de las mesas que están alejadas del bullicio del campus universitario, su teléfono móvil vibra en su bolso, decide ignorarlo y continua sorbiendo del batido de frutas mixtas que compró. Pasó días estresada preparándose para ese examen, sentía que necesitaba ese breve instante de relajación, aunque estuviera sola. Normalmente era así, ella no era de las más populares, tampoco la más callada, pero no se involucraba en los alborotos que normalmente protagonizaba el ir y venir de la mayoría de los jóvenes que la rodean. Era más reservada, lo prefería así. Mucho le había costado mantenerse en esa Universidad, era costosa, y la situación en su casa en ese entonces no era la más boyante. Su padre había intentado disimularlo, pero Karim sabía que económicamente estaban mal, los seis, cuatro o tres productos que desde meses atrás habían ocupado la alacena se lo indicaba. Eso la tenía pensativa, pero para no distraerse decidió hacerse la que no había sospechado nada. Era lo mejor si quería mantener las notas para que no le quitaran la beca que con esfuerzo se había ganado dos años atrás. Celebra habérsela ganado justo en esa época en la que aparentemente no la necesitaba, porque aunque no eran millonarios, tenían una situación totalmente contraria a la realidad en la que se estaba moviendo los últimos meses. —¿Quieres ir a celebrar? —se acercó a su mesa Julius, uno de sus compañeros. Karim, pensativa, aunque no es de las que le gusten las fiestas, se sintió tentada a aceptar. La vibración de su móvil la alertó de que debía contestar el tercer llamado. Metió la mano en su bolso para extraer el aparato móvil y al dejar ver la pantalla determinó que era su padre el que llamaba. Era raro que lo hiciera, casi nunca hablaban en el día sino por las noches, y eso sí coincidían en la casa, de resto parecían extraños, aunque se amaban. Desde que su madre falleció había sido así, hicieron vidas por separado, aparentando que nada les afectaba, y ella no obstante las prolongadas ausencias del ser que más ama, no dejaba de profesarle el amor que ambos necesitaban. Pensando en ese amor y en lo que ella imaginó era una manifestación de necesidad, le hizo seña a Julius que esperara para responder la llamada de su padre. —Papi —lo saludó en su acostumbrado tono de voz dulce—. ¡Qué lindo escuchar tu voz! —Amor —le contesta el señor Banister en una seriedad a la que ella está acostumbrada. La trata con cariño, pero es frío, rara vez sonríe—. Necesitamos hablar. El tono de la voz de Andrew Banister cuando dijo esas últimas palabras llamó su atención. —¿Sucedió algo? —le preguntó preocupada. Años sin hablar nada serio, sino dirigirse simples saludos y buenos deseos, que al escucharlo decirle esas vagas palabras, un susto incómodo le provocó uan punzada en el estómago, como si tuviera algún fatídico presentimiento. —Hablamos en casa, ¿en cuánto tiempo crees que estarás allá? —le preguntó su padre. —El tiempo que se tarde en llenar el transporte y trasladarse al centro, recuerda que es hora donde el tráfico es pesado —dijo ella excusándose—. Ya me pongo en marcha. —Está bien, amor, nos vemos en casa —dijo Andrew y colgó la llamada. —Veo que no irás —advirtió Julius. Karim lo miró fijamente mientras se incorporó de la silla con el vaso plástico entre las manos. —Lo lamento, era mi padre —se excusó. —Nos vemos el lunes —le dijo despidiéndose y se alejó sin mirar atrás. Para cuando el transporte abandonó el campus había transcurrido media hora, y aunque es el tiempo que normalmente tarda en llenarse en horas donde hay más demanda de estudiantes para irse del campus, se sintió en ansiedad, el tono de voz de su padre le preocupó mucho. Por su mente pasó cualquier cantidad de ideas sobre lo que él le pudiera decir, hasta la posibilidad de que le dijera que padecía de alguna enfermedad terminal atravesó su mente. Una hora completa fue el viaje hasta una cuadra antes de la calle donde está ubicada su casa, fue el tiempo que se tardó en llegar. Apenas el chofer frenó ella se lanzó a la calle casi en desesperación. Sabía que debía mantener la calma, solo que algo en su interior no se lo permitía, una sensación de incertidumbre mezclada con mal sabor la atemorizaba. —Llegué —gritó desde la entrada de la casa al tiempo que dejó caer su bolso a un lado de la puerta y dejó el juego de llaves en el lugar donde suelen colocarlas al llegar—. Papi —llamó al no obtener respuesta. Al no obtener respuesta de ese segundo llamado subió corriendo las escaleras hasta el segundo nivel. Lo buscó en su habitación y en el resto de las habitaciones, sin éxito alguno. Bajó hacia la cocina y allí luego de servirse un vaso con agua fresca tomó asiento frente al ventanal para dejar que la brisa aclimatara su cuerpo. Estaba terminando de tomarse el agua cuando escuchó cerrarse la puerta principal, ansiosa corrió al encuentro de su padre. —Padre, ¿te sucedió algo? —le preguntó ella sin dejarlo siquiera saludar. El hombre mayor, con mirada evidentemente cansada la observó por unos segundos con pesar, luego con voz acongojada la tomó de la mano y la arrastró hacia el salón —Ven, hablemos aquí —le pidió él. —¿Quieres tomar algo antes? ¿Un café? ¿Té? —inquirió ella al ver la preocupación en su rostro. —¿Té? —cuestionó él—. No sabía que había té. Karim se sonrió tímidamente porque era verdad, hacía tiempo que en esa casa no se compraba sino café y eso porque era uno de los productos más económicos y lo que más tomaba su padre. —Cierto —adujo ella dándose un leve golpecito en la cabeza—. Lo olvidé, no hay, pero si quieres agua, te busco. Intentó alejarse, y su padre la jaló para que tomara asiento a su lado. —No debemos perder el tiempo con cosas que no nos sirven ahora —le dijo él—. Toma asiento —le señaló el lugar a su lado—. Nos urge hablar de un tema serio. Al ver la expresión de su rostro, Karim se alarmó. —Papi, ¿No me digas que tienes una enfermedad? Como mamá —concluyó ella sin saber que en esa ocasión el estado de congoja no venía por tener cerca a la muerte, Andrew lo hubiera preferido antes que dar el paso al que estaba obligado. Suspiró y la miró con profunda tristeza. Nada lo habría preparado para tener que afrontar la cruda realidad de hacerla pagar por sus errores. Le hubiera gustado encontrar una solución distinta a ese problema tan grave para él y para ella, porque sí, sí se quedaría sin padre sí él no accedía, o peor aún si ella no accedía a la petición que estaba a punto de hacerle. «Petición?» Inquirió el subconsciente como reprochándole su cobardía. «Eso es una orden» le recordó. «A ver si ella te obedece» le dijo el subconsciente como metiendo cizaña, para hacerlo sufrir más. «Claro que me va a obedecer, ella me ama, ella es una chica obediente, nunca ha refutado mis pedidos, este no será la excepción» se respondió a sí mismo en un monólogo mental. La batalla interna que lleva librando desde hace dos días atrás lo lleva al borde del colapso, cree estar perdiendo la razón. Una semana completa lleva padeciendo el haber sido descubierto y desde hace tres días Caroline Goldschmidt lo amenazó con meterlo a prisión. Si eso sucedía allí se acabaría su vida, porque no soportaría vivir con la vergüenza y el encierro. No tendría cara para ver a su hija, no tendría cara para orarle a la memoria de Karlem, su difunta esposa, ¿Cómo podría pedirle que los proteja cuando él mismo se encargó de destruir la bella familia que Karlem le dejó? Su pequeña Karim. Una niña en cuerpo de mujer. Una niña que deberá entregar a un desconocido al no haber sido lo suficientemente fuerte y responsable para asumir su problema con los riesgos que él más que nadie sabía que acarrearía su impulsividad. —Estoy bien de salud, amor —le aclaró—. Eso creo —respondió y de manera instintiva se llevó una mano al pecho al sentirse mal, pero no de salud, sino del alma. —¿Te duele algo? —le inquirió Karim preocupada—. Dime, y solo voy por un doctor a donde me digas. —No tengo nada, amor, ya te dije, calma, déjame hablar —le pidió el hombre en actitud agotada al tiempo que le hacpai señas para que le bajara a la ansiedad—. Calma —suspiró profundamente—. Te acepto ese vaso con agua. No encontraba las palabras para darle la tétrica noticia, esperó a que su hija volviera con el agua, tomó un sorbo largo y luego la miró. —Amor, tendrás que casarte este fin de semana con Gael Goldschmidt —le dijo Andrew así sin más y terminó de tomarse el resto del agua.
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