ABIGAIL
La urgencia en sus besos y la forma en que sus manos recorren mi cuerpo es casi tan fuerte como la que yo estoy sintiendo, y mientras él está ayudándome a quitarme la blusa para después recostarme con suavidad sobre la cama, soy vagamente consciente de que el ungüento que puse sobre sus heridas está manchando absolutamente todo, mi ropa, la suya y mi cama, hasta parecer casi una pintura abstracta, o la escena de un crimen.
Y con cada uno de sus besos me doy cuenta de que he estado reprimiendo el deseo de volver a estar así tan cerca de él, que me he estado mintiendo a mí misma por semanas cuando me decía a mí misma y a Emma que no lo extrañaba, cuando la realidad era que pasaba cada maldito segundo del día pensando en él de una forma u otra, y que no es sino hasta este momento en que finalmente estamos juntos, que soy plenamente consciente de la necesidad que tenía de sentir sus labios sobre los míos nuevamente.
Él desabotona mi falda y la desliza por mis piernas hasta que sólo quedo en ropa interior bajo su mirada llena de lujuria, pero no me siento cohibida, y contrario a lo que esperaba, en vez de querer cubrir mi cuerpo todo lo que quiero hacer es que él me termine de desvestir para poder sentir su piel contra la mía, así que me levanto levemente y le ayudo a quitarse la camisa, luego desabotono sus jeans y paso mi mano por su pecho desnudo, trazando con mis dedos algunos de sus tatuajes, y es entonces cuando él toma mi mano y la guía hacia abajo, arrastrando mis dedos con lentitud por su abdomen hasta parar justo encima de su erección.
Reprimo un jadeo cuando mis dedos se cierran alrededor de su m*****o, pero sobre la tela de su ropa interior y lo siento sisear cuando mi mano recorre el largo de su hombría.
“Así que no soy una mentirosa después de todo,” le digo y él levanta una ceja en señal de confusión.
“Me refiero a lo que le dije a Alec sobre ti, pues no es pequeño y parece funcionar bien,” le digo y él suelta una carcajada antes de besarme aún con más pasión que antes.
“¿Estás segura de hacer esto?” él me pregunta, mientras baja una a una las tiras de mi sostén.
“Sí,” le respondo con un jadeo cuando sus labios atrapan uno de mis pezones.
“¿Es esta tu primera vez?” él me pregunta y yo sacudo mi cabeza, así que el frunce el ceño.
“¿Te molesta que no lo sea?” le pregunto al ver su expresión.
“No, por supuesto que no, sólo me causa curiosidad saber cómo hiciste para escabullirte de tus padres y los guardaespaldas para hacer eso,” él me pregunta con un tono divertido.
“Bueno, mis padres salen mucho de viaje y los guardaespaldas únicamente me siguen cuando salgo de la casa, mientras esté aquí soy libre de pasear por mi jaula de oro,” le digo.
“Así que fue aquí, ¿puedo preguntar con quién? Pero, es sólo por curiosidad, si no quieres responder está bien,” él me dice.
“Honestamente fue una estupidez de la cual me arrepiento, porque no lo hice realmente porque quisiera sino como una forma de desquitarme de mis padres… fue una vez cuando estaba en el último año de la secundaria, había tenido una pelea enorme con mi madre porque no quería dejarme ir al baile de graduación sin compañía de la seguridad privada, así que decidí hacer una fiesta de graduación aquí en casa mientras ellos estaban fuera, les dije que serían un par de amigos, pero al final vinieron más personas y yo simplemente me escabullí hacia una de las habitaciones de huéspedes con el chico que tenía la peor reputación de la escuela porque sabía que los empleados le iban a contar todo a mis padres y pensé que eso la molestaría más,” le respondo y él me observa con risa contenida.
“¿Y entonces qué sucedió?” él me pregunta.
“Bueno, tuve sexo por primera vez y fue una de las peores experiencias, no sólo no lo disfruté en absoluto, sino que fue desagradable, doloroso y ese idiota presumió al respecto por mucho tiempo, afortunadamente fue bastante rápido, sólo un par de minutos, pero después de eso no quise volver a intentarlo con nadie más… hasta hoy,” le digo y él inclina su cabeza hacia un lado.
“Bueno, entonces vamos a cambiar eso, ¿no te parece?” él me dice.
“¿Cambiar qué?” le pregunto con confusión.
“La pobre percepción que tienes del sexo,” él me responde encogiéndose de hombros, y luego, sin esperar por mi respuesta, él succiona uno de mis pezones al tiempo que sus dedos empiezan a tocarme en ese punto mágico por encima de la tela de mi ropa interior, haciéndome gemir con fuerza.
“¿Podrán oírnos?” él me pregunta, mirando hacia la puerta.
“No, las paredes son bastante gruesas y las puertas son a prueba de sonido,” le respondo jadeando, y él sonríe con malicia antes de mover mi ropa interior hacia un lado y empezar a besarme allí abajo, haciéndome rodar los ojos y morder mi mano, pues aunque confío en la solidez de las paredes, no quisiera poner a prueba que tanto contienen el sonido.
Cuando estoy alcanzando el clímax, siento la necesidad imperiosa de cerrar mis piernas, pero él toma cada una de ellas con sus manos y aumenta el ritmo de su ataque, mientras yo siento cada fibra de mi cuerpo en alerta máxima y una sensación que empieza a acumularse en la parte baja de mi abdomen, hasta que la liberación llega acompañada de un gemido fuerte que no alcanzo a amortiguar con mi mano.
Así que cuando él se levanta con una sonrisa triunfante en el rostro y empieza a buscar un condón en su billetera, yo aprovecho la oportunidad para poner música a un volumen lo suficientemente alto para camuflar los otros sonidos de la habitación, pero no tanto como para llamar la atención de las otras personas que están en la casa.
Cuando Ezra se empieza a poner el condón, me quedo hipnotizada viendo como sus manos se mueven con agilidad y un pensamiento incómodo se me viene a la mente cuando me pregunto qué tantas veces él habrá hecho esto antes, pero sacudo mi cabeza y trato de ignorar ese tipo de pensamientos para concentrarme nuevamente en la forma en que él se acomoda en medio de mis piernas y me observa con una expresión que casi parece de adoración, mientras yo siento mi corazón palpitar con fuerza y mis piernas temblar ligeramente.
Él me besa con suavidad mientras empieza a entrar con lentitud dentro de mí y aunque no es ni remotamente tan doloroso como la primera vez en que ese bruto entró en mí sin molestarse por mi dolor, aún así siento un poquito de incomodidad y no puedo evitar arrugar mi nariz, un movimiento que no pasa desapercibido por Ezra, quien se detiene de inmediato y me observa con preocupación.
“Si te está doliendo y quieres que pare, házmelo saber de inmediato, no quiero hacerte daño,” él me dice y yo sacudo la cabeza.
“No, está bien, continúa,” le digo con la voz entrecortada y él empieza a moverse con suavidad dentro y fuera de mí hasta que la incomodidad se esfuma y da paso a una sensación extraña pero agradable que hace que todo pensamiento coherente se desvanezca de mi mente.