Al llegar el sujeto bajo la maleta de la parte de atrás de su auto y me la dio sin antes decirme lo mucho que había disfrutado el viaje junto a mí, estaba un poco nerviosa y asustada... si era sincera.
—¿Te encuentras bien?— preguntó, tal vez por mis nervios que se notaban a más de cinco kilómetros.
—Tengo muchos nervios de volver a verlas después de años— confesé dando pequeños saltos, tenía que tranquilizarme.
—Si quieres yo te puedo acompañar, no hay problema— se ofreció tiernamente, no, no debía darle más confianza.
—No, gracias por el viaje en verdad— agradecí siendo un poco cortante, no volvería a confiar en ningún hombre.
—¿me estás corriendo?— preguntó ofendido. —Está bien me voy, te mandaré un mensaje más tarde, debo enseñarte la ciudad y todo lo que te has perdido— explicó siendo un poco infantil, aquello revivió el recuerdo de Cristian.
—Adiós— me despedí al verlo caminar a su auto, realmente era alguien extraño... Esperé que este se perdiera en aquella calle para tomar mi maleta y caminar a la casa de mi infancia.
La casa era diferente a lo que recordaba... Antes sus paredes estaban teñidas de blanco ahora eran color rosa, las ventanas ya no eran aquellas viejas ahora eran de aluminio, aquello le daba un toque moderno al lugar.
Esto sería un buen descanso, tenía que olvidar a Cristian, algo estúpido, ya que en el fondo esperaba una llamada de él diciendo que todo había sido un error. Conociendo a Christian sabía bien... que eso no iba a suceder.
Con valor me coloqué frente aquella puerta, con cuidado toqué y esperé unos segundos hasta que alguien me recibiera. —¿Quién es?— preguntó una voz conocida.
—Soy yo— solté sin pensarlo demasiado.
—¡___!— exclamó al abrir aquella puerta velozmente, al verme sus ojos se abrieron a más no poder.—¡llegaste!— gritó mientras se lanzaba a mis brazos, muchas veces había necesitado sus abrazos... muchas.
—mamá— pronuncié, estaba a punto de romper en llanto... al sentir su tacto todo volvió a reiniciarse.
—¡mírate, estás hecha toda una mujer!— exclamó mamá mientras veía todo mi cuerpo, accedí con vergüenza, simplemente la pubertad me había ayudado.
—mamá— reproché mientras me separaba de ella, el olor de la casa seguía siendo el mismo después de años.
—pasa, en la cocina están Luisa y Rainer— al recordar al sujeto solté una risa absurda la cual solo yo entendía.
Seguían siendo amigos, era algo asombroso... ¿cuántos años habían pasado?.
En ese momento el recuerdo apareció en mi mente;
Ir en busca de Luisa con intenciones de poder meterme a la piscina... y haberlos encontrado besándose, ese día corrí a casa de inmediato con lágrimas en los ojos.
Tanto que mi madre se había preocupado por la situación llegando a la conclusión... que sufría de Bullying, después de pensarlo está había aceptado mi decisión siendo una niña. Irme con papá.
Borré el recuerdo y seguí a mi madre hasta la cocina, donde encontré a los dos chicos desayunando tranquilamente.
—¡miren quien llegó!— gritó mi madre haciendo que los dos sujetos le regalaran toda su atención, sonreí para extender los brazos.
—¡llegaste!— exclamó mi hermana saliendo de la cocina para darme un gran abrazo el cual respondí gustosamente.
Luisa era la única que no había envejecido, Su aspecto era tan tierno como una pequeña de quince años.
—mírate— solté sorprendida. —me veo más grande que tú— me burlé de la castaña, recibí un golpe en el hombro de su parte; estaba en casa.
—Al fin estás aquí— repitió está al dejarme libre, mi vista cayó en el hombre que se encontraba en la cocina, su cara era de asombro, sus labios estaban ligeramente abiertos... Reí recordando la época en la cual moría por él.
—hola— saludó acercándose a nosotras; Claro que había cambiado, ya no era el chico flacucho ahora tenía un buen cuerpo y tatuajes en él. Además su voz... Tenía una voz poderosa de esas de un locutor.
—hola— respondí de la misma manera, Era toda mi línea; tatuados y fornidos... ya no caería en esa clase de tipos. —Has crecido tanto— solté al darle un abrazo, con una risa lo dejé libre.
—estaba a punto de ir a recogerte, ¿Cómo llegaste antes?— preguntó mi madre con los brazos cruzados, supuse que se iría al trabajo gracias al traje que traía puesto.
—es una larga historia— contesté con un puchero.
—¿te paso algo?— preguntó mi hermana mientas me veía preocupada.
—llegué al aeropuerto le llamé a mamá, te llamé a ti, nadie contestaba, me senté en una banca a esperarlas en eso se me acercó un sujeto y me dijo que si me ayudaba... Me dio un aventón hasta aquí, dijo que las conocía, se llama Noah Scott— expliqué cada detalle y al parecer había calmado sus preocupaciones.
—Laco es un buen sujeto ¿o te hizo algo?— cuestionó mi hermana, negué al girar los ojos.
—no, se portó muy bien y me trajo hasta aquí—
—lo ayudé a salir de prisión hace unos meses... es un buen chico después de todo— esta vez fue mi madre, accedí sin pensarlo... solo quería en descansar.
—No le importó contarme su situación— respondí para después regalarles una sonrisa, la casa seguía igual.
—Laco puede ser bueno... pero ten cuidado— la voz gruesa del amigo de mi hermana me robó la atención.
No tenía que decirlo, lo sabía... todos los tipos eran iguales por más bondadosos que se mostraban eran la misma mierda.
—si, lo sé— respondí a su dirección.
—pero es lindo— Esta vez fue Luisa haciéndome ojitos cómplices, negué empujándola ligeramente.
—¡Dios no has cambiado nada!— sin más esta regresó a desayunar mientras que yo miraba aquella maleta que tendría que subir arrastras.
—¿te ayudo con la maleta?— la pregunta de Rainer me salvó. Era casi la copia de Cristian, debía cuidarme de él… De todos.