“Podemos controlar la mente, pero no el corazón.”
Anónimo
Emily despertó algo ansiosa, la alarma aún no sonaba, fue hasta el baño para ducharse y quitarse un poco la ansiedad. No podía sacarse de la mente lo ocurrido esa noche.
De pronto, sintió la mano firme de Harris en su cadera, volteó a verlo, él entró a la ducha junto a ella, sin decir nada y de orma intempestiva la besó y acarició su cuerpo con deseo, con pasión, con desesperación, ella no pudo llenarse de orgullo, porque al igual que él, deseaba sentirlo, tenerlo dentro.
Harris se agachó frente a ella, besó su vientre, su lengua se deslizl por su pelvis húmeda, ella comenzó a gemir al sentir el roce de sus labios. Cada vez que él la acariciaba de aquella manera, Emily perdía el autocontrol, se dejaba llevar y arrastrar por las emociones y sucumbía en el fuego infernal del deseo.
Con sus labios y lengua saboreo el néctar de su escondrijo, tomó una de sus piernas, la hizo reposar sobre su hombro y disfrutó de su sexo húmedo, mientras ella azotaba con su pelvis su rostro y se prendía de sus cabellos con ambas manos.
—¡Sí, sí, así! —bisbiseó. Harris la observa y ella muerde sus labios, arde y se contonea con mayor vehemencia.
Él se pone de pie, ella se acicala a su cuerpo, saborea el sabor de su sexo en los labios de él; su mano desciende, acaricia el mástil firme y endurecido de su amante perfecto. Harris la hace girar de espaldas a él, la pega de la pared, desliza y acaricia el surco entre sus glúteos con su falo. Ella enarca su espalda dejando que él pueda penetrarla una y otra vez, Emily se apoya en la pared, mientras los movimientos de Harris son cada vez más enérgicos y salvajes. Ella gime de excitación, aquel encuentro es similar a los anteriores en los que ambos se estremecían y la lujuria era el plato principal durante aquellos primeros encuentros. Las gotas de agua se deslizaban entre sus pieles, los jadeos y gemidos se confunden con el ruido de la regadera, las pieles percuten con mayor fuerza, incluso azotando la de ella.
Harris nuevamente la gira con fuerza de frente a él, ella enarca sus piernas, él sostiene uno de sus muslos y la embiste con vigor, con instinto animal. Ambos alcanzan un orgasmo sublime, sonríen después de aquel momento tan intenso.
—Wow! Esto si es un increíble inicio de mañana. —ella besa sus labios
—Discúlpame por anoche, estaba agotado mentalmente. No pienses que no lo deseaba, no hay nada más adictivo que estar dentro de ti. Me enloqueces Emily. —la abraza y sus cuerpos son amoldan perfectamente.
Minutos después regresan a la habitación, ella suspira mientras se cubre con la toalla.
—Debo alistarme y salir a la oficina. Tengo muchas cosas por hacer. ¿Qué harás hoy?
—Debo llevar a Mateo al pediatra, tiene su consulta y luego iré a la universidad. ¿Vendrás a almorzar?
—Haré lo posible —termina de arreglarse, se despide de ella con un beso escueto. Toma las llaves del auto de la mesa de noche y sale.
Volver a recuperarlo de aquel modo, es para Emily no sólo un alivio sino la tranquilidad de saber que todas sus suposiciones eran erradas, Harris seguía deseándole como mujer.
Esa tarde, almorzaron todos juntos en familia, inclusive el pequeño Mateo que ya estaba por cumplir cinco meses. Los días siguientes parecían haber vuelto a la normalidad, Harris aunque se veía disperso en ocasiones, volvió a ser el hombre apasionado del que Emily se había enamorado.
Ella continuaba sus clases en la universidad, no sólo deseaba graduarse, quería tener el conocimiento necesario para poder entender a cada uno de los miembros de su familia. Aunque se estaba concentrando en los temas de pareja como terapeuta.
—La teoría psicoanalítica de Freud sobre la selección de pareja propone que, debido a conflictos inconscientes durante la primera infancia, de adultos los individuos buscan parejas que se parecen a sus padres del sexo opuesto, y que todo lo aprendido (positivo y negativo) se reflejará en las relaciones de pareja. —expusó el profesor de Psicoanálisis.— ¿Están de acuerdo en este punto? —preguntó.
Emily levantó la mano para opinar sobre el tema.
—De pie señorita. —le hizo un gesto, y ella se levantó.
—Particularmente pienso que la teoría freudiana es en algunos casos determinante, sin embargo, en otros casos, el ser humano tiene la capacidad de tomar decisiones sobre esa elección de pareja. —el profesor asintió, se detuvo frente a ella y la miró fijamente.
—¿Puede explicarse mejor? —Emily tragón en seco.
—Por ejemplo, mis padres se separaron cuando yo era una niña, desde ese momento, no volví a ver a mi padre, al parecer también se divorció de mí. Mi madre volvió a “casarse” y tuve que vivir con un hombre que tuvo intenciones de abusar de mi. Recién me casé y mi esposo no es un reflejo de lo que fue mi padre o mi padrastro.
—Interesante lo que usted dice, sin embargo, ¿Cómo es su relación s****l con su pareja? —la pregunta fue tan directa y precisa que Emily sintió que su cuerpo se estremeció por completo.
El cuchicheo de sus compañeros de clase, la mirada de su profesor y sus recuerdos se entremezclaron de tal forma que ella se quedó sin palabras.
El profesor sonrió a manera de burla, se volteó hacia el resto de los estudiantes del curso.
—Para la próxima clase quiero que elaboren un breve ensayo de máximo cinco cuartillas, sobre sus experiencias sexuales, incluso si hay algún estudiante que conserve su virginidad. —enarcó la ceja izquierda y sonrió.
Emily volvió a sentarse, tomó notas en su laptop. Volvió a levantarse y salió del salón. Las palabras de aquel hombre la dejaron perturbada ¿Estaba buscando en Harris, a su padre? Por primera vez, el tema de la diferencia de edad entre ellos, la hizo cuestionarse sobre sí misma.
Salió hasta el estacionamiento y subió a su auto. Estaba a punto de encender el auto, cuando tocaron el vidrio de su ventana. Ella volteó asustada. Bajó el vidrio.
—Sra Geller, su participación de hoy fue muy importante. Espero en algún momento tomarnos un café y conversar sobre ese asunto de su pasado.
—Gracias profesor por su comentario. Por ahora, no creo que quiera tocar ese tema y menos con mi profesor. —respondió con cierta hostilidad.
—Srta no soy profesor, soy psicólogo que comparte su conocimiento con jovenes que desean aprender sobre la conducta humana.—sacó de su chaqueta una tarjeta de presentación— Tenga. Me interesa poderosamente su caso. Allí tiene mis números de contacto y la dirección de mi consultorio. Estoy a su completa disposición. —la mirada de aquel hombre provocó en ella, escalofrío.
—¡Gracias! Lo tendré en cuenta.
Elbert se alejó de la camioneta. Emily encendió el auto y salió rápidamente de estacionamiento de la universidad. ¿Qué era lo que realmente deseaba su profesor?
Al llegar a la mansión fue recibida por Alice:
—Mami, llegaste —dijo la niña sonriendo, era la primera vez que no la llamaba por su nombre, aquella palabra la hizo llorar, levantó a Alice entre sus brazos y la besó en la mejilla varias veces:
—Dios te bendiga mi princesa. Mamá está de regreso. ¡Te amo! —la abrazó con tanta fuerza como si no quisiera soltarla nunca más.
Luego la puso en el piso y tomó su mano.
—Todos están esperando por ti, mamita.
Emily sonrió y caminó hasta el comedor donde todos estaban reunidos esperando por ella.
Emily saludó a su suegra y luego Harris, le dio un beso escueto en los labios y se sentó a su lado. A pesar de estar feliz por aquel momento tan especial con Alice, no dejaba de pensar y mirar a Harris. Él no se parecía a su padre ni físicamente, ni emocionalmente. No hasta donde ella recuerda. André era taciturno, callado pero muy amoroso con ella. Selena, su madre era una mujer hostil, distante, poco cariñosa. Y ella no era así. Durante el almuerzo no hizo otra cosa que compararse con Aghata y comparar a Harris con André.
El sueño de ser psicóloga y terapeuta familiar estaba convirtiéndose en un reto, en algo peligroso para ella misma, quizás estaba descubriendo cosas de ella que preferiría no conocer o admitir.