Dos días después, los amigos de Izan lo habían visto muy feliz y por supuesto que lo estaba. Megan le había dado algo en lo que pensar además de su falta de pareja, o el hecho de que estaba desesperado por conocer a la mujer adecuada. Megan lo llamó de una manera que ninguna otra mujer lo había hecho. Se sentía posesivo, alimentado por el deseo y la necesidad de conocerla. Ella era perfecta para él en todos los sentidos. Lo sabía en el fondo de su alma, y no había forma de que eso cambiara jamás. Desde que la conoció, cada segundo que pensaba en ella, no podía quitarse de la cabeza la imagen de ella muy embarazada de su hijo. Ella era su compañera, estaba seguro. Su olor, la necesidad de cuidarla, todo lo llevó a una conclusión: Megan, era su compañera de vida, enviada por la diosa luna.