Narra Blanca
Mi mano se cerró con fuerza alrededor del cuchillo de mantequilla que había robado de la mesa. Parecía un plan descabellado. ¿Cómo podría un instrumento tan contundente sacarme de este lío? Sin embargo, el frío y duro metal me hizo sentir como si tuviera una oportunidad contra este monstruo.
Mientras miraba al frente, no podía decidir a quién odiaba más.
Mi patético padre, que me había vendido como si fuera un bien mueble, o este monstruo repugnante, que en realidad creía que ahora me poseía como si fuera una especie de esclava. Pensé en el momento en que toda mi vida cambió.La imagen de mi padre volvió a mi mente, con el rostro golpeado, cubierto de cortes y sangre mientras caía de rodillas para informarme del trueque que le habían impuesto.
—¿Me vendiste para salvar la panadería?—pregunté con incredulidad. Si no hubiera estado tan golpeado, habría pensado que todo era una broma de mal gusto.
—No, la panadería no. Eso me importa un comino—gritó.
—¿Entonces que?—Jadeé.
Las lágrimas llenaron sus ojos y corrieron por su rostro ensangrentado.
Lo miré con una mezcla de shock y asombro. Era la primera vez en mi vida que lo veía derramar lágrimas. Ni siquiera lloró cuando murió mamá.
—Tu conoces mi historia con el señor Litvinenko. Llevo años manipulando mercancías para él.
—Bienes robados, querrás decir— corregí automáticamente.
—Sí, sí, bienes robados– asintió sin pudor— .Pero recientemente, bueno... eh... tuve algunos problemas en el camino así que tuve que pedirle, ya sabes, que me prestara algo de dinero. Me atrasé un poco en los pagos, así que aprovechó la oportunidad para cambiar nuestro acuerdo. Dice que cancelará mi deuda a cambio de ti. Le conté sobre mi cadáver y él dijo que era mi elección cómo lo quería. Tanto si estaba viva como muerta, él te tendría a ti. ¿Que quieres que haga?
Sacudí la cabeza con incredulidad.
—¿Qué quiero que hagas?
—Haré lo que quieras que haga. Tú decides. Estoy feliz de sacrificarme por ti. Sólo di las palabras y le ahorraré el problema y me suicidaré—cerré los ojos y presioné mis dedos contra mis sienes.
—¿Cuánto le debes, papá?
En el silencio sepulcral, abrí los ojos de golpe y miré a mi padre.
—No importa cuánto. El caso es que no quiere que le devuelvan el dinero.
—¿Cuánto, papá?
Por primera vez pareció furtivo.
—Medio millon.
—¿Qué?—jadeé.
—Quiero decir, eso es con intereses y multas. Sólo tomé unos cien mil.
—Oh Jesús—murmuré, mientras mis rodillas cedían y aterrizaba en el suelo duro y frío de la trastienda de nuestra panadería—.Tendremos que llamar a la policía—emitió un sonido ahogado de desesperación.
—La policía no puede ayudar. No pueden llegar hasta él. Es demasiado poderoso. Todos los altos oficiales y jueces están en su bolsillo trasero. Lo único que conseguirá será que me arresten por mover bienes robados.
Respiré hondo y, apoyando las manos en el suelo, me levanté. Yo era fuerte. Podría superar esto. Miré a mi padre a los ojos. Sólo Dios sabía por qué, después de toda la mierda que nos había hecho a mamá y a mí pero todavía tenía un profundo sentido de lealtad hacia él. Era un mal padre, pero seguía siendo mi padre. La única familia que me quedaba.
—Podríamos dejar la ciudad y huir juntos a otra ciudad. Que se quede con la panadería y la casa. Tengo algo de dinero ahorrado. Nos mantendrá en marcha hasta que nos instalemos—dije.
—Vendí la casa y la panadería no vale nada—dijo impasible—.Lo siento, pero no conoces a Litvinenko. Nunca dejará de buscarnos y cuando nos encuentre, no será tan amable conmigo... ni contigo. Ahora todavía tienes la oportunidad de salir de todo esto con pocas pérdidas. Sé bueno con él y, si la historia sirve de guía, se cansará rápidamente de ti y te irás con un guardarropa lleno de ropa fina y más joyas de las que usó la Reina de Inglaterra el día de su coronación.
—¿Te oyes, papá?—mi voz sonó cruda y ronca por su traición—¿Crees que entregarte a él no me hace daño?
—Me está destrozando— exigió—. Pero ¿qué puedo hacer? De alguna manera tenemos que encontrar una manera de sobrevivir a esto.
—¿Y la única manera de que sobrevivamos a este lío que has creado es que yo me convierta en su puta?—pregunté amargamente.
Él se estremeció.
—No hables así, Blanca. No eres una puta. Él te quiere. Él realmente te quiere y ha prometido tratarte como a una princesa. No es que sea un anciano ni nada por el estilo. Sólo tiene treinta y nueve años. Prometo que no durará mucho. No retiene a sus mujeres por mucho tiempo, pero a cambio de unos meses con él, tendrás acceso a más dinero del que podrías necesitar. Juega bien tus cartas y no necesitarás trabajar ni un día más en tu vida. Te he hecho sufrir durante tanto tiempo porque no podía ...
—¿Qué?—le grité—¿Alguna vez me quejé, aunque fuera por un segundo, cuando pasamos hambre, o cuando no teníamos suficiente para ir con los otros niños a un viaje escolar, o cuando mamá tenía que envolver regalos de la tienda de un dólar para mis cumpleaños? ¿Cómo pudiste hacerme esto, papá? ¿Cómo pudiste destruirme de esta manera?— no podía respirar. Sentí como si me estuviera asfixiando. Mi propio padre...Silencio.
Ambos nos miramos el uno al otro, con lágrimas rodando por nuestras caras.
—¿Qué puedo hacer?—su voz se quebró—.Ayudame por favor. Dime cómo solucionarlo. Haré lo que sea.
—¿Qué tal si ambos morimos?— le pregunté.
La expresión de su rostro era de incredulidad. No importaba lo que pasara ni quién sufriera, mi padre quería seguir viviendo su vida—¿Qué clase de vida sería si tuvieras que vivir con el hecho de que vendiste a tu hija a un monstruo como él?— me burlé.
—Tengo una solución—dijo en voz baja.
Me quedé quieta, un tierno brote de esperanza brotando en mi corazón—.Toma el dinero que hayas ahorrado y huye ahora mismo. Ve a algún lugar lejano, cambia tu nombre, tu historia, comienza de nuevo y nunca más intentes regresar ni contactar a nadie de esta vida... o él te encontrará.
—¿Y tú?—susurré.
—Compraré un frasco de pastillas para dormir y lo beberé con una botella de vodka esta noche. Ya sé exactamente lo que Bogdan me tiene reservado si no te entrego. He tenido una buena vida. No es un acto cobarde morir con dignidad. Los samuráis, los guerreros más valientes, solían hacerlo para evitar la vergüenza o la traición.
La esperanza dentro de mí murió.
—Esa no es una solución.
—Es el único que queda—me alejé de él y traté de pensar. Me sentí entumecida y desapegada de todo. Mi mirada se posó en la variedad de pasteles y bollos recién horneados que acababa de sacar del horno. ¡Qué importante me había parecido hacerlos exactamente bien!—.Esta podría ser tu última oportunidad de escapar—me dijo—.Estar libre de él. Ve ahora. Antes de que sea demasiado tarde.
Miré el reloj. Eran las cinco de la mañana. Se suponía que la panadería abriría en dos horas. Pensé en nuestros clientes habituales. Cómo venían a desayunar y encontraban el cartel de cerrado en la puerta. Excepto los domingos, la panadería nunca había cerrado ni una sola vez en los últimos veinte años. Todos los días sin excepción mi madre la abría. Incluso cuando estaba enferma, incluso cuando estaba muriendo. Yo había continuado su tradición.Me volteé para mirar a mi padre. Mis ojos lo recorrieron, como si fuera un extraño. Había sacado la mano del bolsillo y por primera vez noté el grueso vendaje alrededor de su mano izquierda.
—¿Qué le pasó a tu mano?— pregunté, mi voz extrañamente tranquila.
—Me cortó tres dedos— dijo encogiéndose de hombros, como si me estuviera diciendo que se había cortado mientras se afeitaba.
Un dolor agudo me golpeó con tanta fuerza que tuve que agarrarme el pecho. Sentí como si me hubieran apuñalado. Todo lo que pude elaborar fue un susurro:
—¿Qué?
Levantó la mano y la miró sin emoción.
—Están envueltos en una gasa húmeda dentro de una bolsa de plástico y sobre hielo. Él te los devolverá cuando yo acepte entregártelo.Casi no podía formar las palabras.
El mundo de los despiadados mafiosos rusos me resultaba tan extraño que casi no podía comprenderlo. Vivía en un mundo de mantequilla, huevos, harina y azúcar glas.
—¿Como funciona? ¿Tendrás que ir al hospital con tus... dedos?
Sacudió la cabeza.
—No, tiene un médico en espera. Él me los adjuntará. Después de todo, todavía le soy útil.
—¿Cuánto tiempo tienes antes de...
—No te preocupes por eso— descartó esta preocupación.
—No los voy a necesitar sólo para tomar unas pastillas para dormir con vodka.
—¿Cuánto tiempo tienes antes de que esos dedos no se puedan volver a unir?—repetí con voz dura.
—Seis horas.
—Llámalo ahora. Dile a ese monstruo que sí, que puede tenerme. Luego ve a que te cosen los malditos dedos de la maldita mano.
—Pero...
—¡Hazlo, papá!—grité con dureza.
Nota: Los invito a leer mi historia del mes de noviembre: "Mis dos sugar daddys"