—Su hermano, que creo es el dueño del Castillo, me ha invitado a entrar cuando yo quiera— contestó Lew con suavidad—, incluso me dio un juego de llaves. —Pero ésta es mi habitación y yo no le quiero a usted aquí. —Si he entrado en su dormitorio es porque me parece el lugar más seguro para hablar con usted. Ya sé que sus invitados se han ido a pasear a caballo. —¿Qué quiere?— preguntó Laura, que seguía junto a la puerta entornada. —Ésa es una pregunta sensata— contestó Lew, sonriendo—, ¿no quiere entrar, por favor, y cerrar la puerta? Le aseguro que voy a comportarme del modo más correcto posible. Laura odiaba su sonrisa y su tono sarcástico. Pero, aunque estaba muy pálida y tenía todos los nervios tensos, obedeció. —Así está mejor— aprobó él—, no sé por qué me tiene tanto miedo. —¿A