Un corazón roto, encaja con otro

1274 Words
Kheira llegó a España emocionada por la nueva vida que le esperaba, su futuro pintaba diferente al fin. Delfina la esperó en el aeropuerto, igual de emocionada, para ella sería una buena compañía, sus padres, los cuales habían tomado una decisión importante al irse a Argelia, la acompañaron. No quiso preguntar por Alzo, Kheira tampoco lo nombró, en su mente adolescente solo había un montón de posibilidades e ideas con las que empezar su vida allí. Tras un par de semanas, en las cuales ya ambas se habían acomodado y comprobado que encajaban muy bien juntas, acudieron a hacerle los papeles necesarios para que viviera legal en España. —Necesita su pasaporte, expediente de justicia de su país, partida de nacimiento y dos fotos —les informa el funcionario muy serio. —¿El informe de justicia? —pregunta Delfina confusa. —Sí, un informe en el que testimonie que no ha cometido ningún crimen. —Es una adolescente, ¿qué crimen va a cometer?, ha venido a estudiar —le responde molesta por semejante protocolo. —Las leyes son así. —¡Puedes hacerle una tarjeta de residente estudiantil! —le grita una compañera que ya llevaba un rato escuchando. —Claro, esa es otra opción —accede mirando de reojo a su compañera. Delfina hace un gesto con la cabeza de desaprobación y molestia. —Entonces, ¿qué necesita para esa tarjeta? —Lo mismo —responde el funcionario. Delfina se ríe por no llorar. —Está bien, volveremos otro día, gracias —se despide indicando a Kheira que salga. —¿Por qué no lo has mandado a la mi...? Delfina sonríe. —No hables así —le responde primero por la palabra que iba a usar —.No le he dicho nada porque aún no hemos terminado de hacerte la tarjeta, ya le cantaré las cuarenta cuando la tengamos. —¡Oh, entiendo!, ¿y qué vamos a hacer? —Llamar a tu hermano para que nos mande todo por correo urgente... —¡Claro!, ¡no lo había pensado! —sonríe Kheira. Llegado el momento, media hora más tarde en el salón de su piso, Delfina no se atreve a pulsar el símbolo para empezar la llamada. —¿Quieres que lo llame yo? —se ofrece la adolescente. —No, no, ahora llamo, solo necesito un minuto —le contesta tomando aire. —¿Así es el amor? —¿Así, cómo? —Tan estúpido y sin sentido —aclara la joven. —No, nosotros lo hacemos estúpido —contesta Delfina dando a llamar antes de que le haga más preguntas sobre el amor, ¿qué le va a enseñar ella si ha sido incapaz de mantener a nadie en su vida? —¿Quién? —pregunta Alzo al otro lado de la línea. —Soy yo, Delfina. Se produce un silencio incómodo entre ellos, ninguno sabe bien como seguir la conversación precisa y simple. —No tenía tu número apuntando —dice él al final. —Ya, no te lo había dado —contesta ella. —¿Ha pasado algo?, ¿mi hermana está bien? —pregunta asustado. —Está muy bien, poco podría pasar desde ayer —le dice recordándole que Kheira lo llama cada día. —Ya, bueno, no sé, podría haber tenido un accidente. —Ya. —Me encanta tu voz, no recordaba lo bonita que era —suelta Alzo entonces removiendo todo el interior de Delfina inconscientemente. —Te llamaba porque necesitamos unos papeles para la tarjeta de residente —le informa cortando los halagos. —Entiendo, bueno, dime, te los conseguiré a primera hora —le asegura. Mantienen una conversación breve y solo con lo justo y necesario, cuelgan con un frío adiós. Alzo ha prometido enviarlos lo antes posible, Delfina se siente morir por dentro con cada contacto, escrito y oral que tiene con él. Una semana más tarde le llama avisando que ya los tiene y pronto los recibirá, desde que tiene su número cualquier excusa es buena, no ha sido la única llamada, hubo una para pedir la dirección de su piso, otra para pedir datos de la vivienda y así varias veces, eran llamadas cortas, pero importantes. Tan solo tres días después llaman al timbre, la voz de un hombre le dice que tiene una carta importante que solo puede recibir en mano, ella abre el portal de abajo. Al abrir arriba se queda sin habla, es Alzo, no lo había reconocido por el altavoz del portal. De nuevo, el silencio, esta vez acompañado de una mirada fija y mutua, los corazones latiendo deprisa en su interior. —¡Alzo!, ¡por fin has llegado! —grita Kheira al verlo desde detrás de Delfina. Ella reacciona con su grito y la sonrisa de Alzo. —¿Sabías que venía? —le pregunta. —Sí, pero no te dije nada porque era una sorpresa —sonríe la joven. —Pasa, perdona —le ofrece a Alzo temblorosa. Él lo hace, abraza a su hermana con mucho cariño, después a ella, tal vez es un abrazo demasiado largo, pero ahora eso les da igual, aspiran el aroma del otro, disfrutan de su compañía. —Eres peor que una droga —le dice al oído. Delfina se aparta temblorosa y huye a la cocina por algo para beber, aprovecha para estabilizar su pulso y actuar como una persona normal. Al volver ya están sentados en el sofá, los deja charlar, Kheira le cuenta todo lo vivido y lo que ha visto, aunque ya se lo había contado en una de sus llamadas, Alzo la escucha feliz de verla tan bien y entusiasmada, pero sus ojos eran otra cosa, intentaban mirar a su dulce hermana, pero no podían alejarse de Delfina. Los de ella estaban igual, no tenían forma alguna de fingir desinterés, se iban solos hacia él, estaban embrujados. Pidieron cita en extranjería y se la dieron dos días más tarde, Alzo se quedó en un hotel, Delfina no confiaba en sí misma y prefirió no correr el riesgo de dormir en el mismo piso, el de que en cualquier momento él saliese de la ducha con tan solo una toalla y se lanzase cómo una gata en celo, un imagen recurrente en su cabeza llena de deseo por tocarlo. Ya en extranjería con papeles en mano, consiguieron dar fin a los trámites, en cuestión de días podría recoger la tarjeta, pero Delfina no pudo callarse, la frialdad y desinterés que mostró el funcionario en su trabajo, añadido a la poca humanidad, la había enfurecido. Se puso a decirle de todo, las palabras salían solas de su boca, no pudo controlarse. Llegó el guardia de seguridad al escuchar los gritos, nadie se metía, ni intentaba ayudar al funcionario, sus compañeros miraban con ganas de reírse al verlo tan pálido, pensando que ya era hora de que alguien lo pudiese en su sitio. —¡Ya me voy, ya! —gritó Delfina soltándose de las manos del guardia —¡Trabaja con más ganas!, ¡son personas, como tú! —añadió como toque final. Ya fuera miró a Alzo y Kheira, estos la miraban a ella, de repente un estallido de carcajadas se escuchaba en la calle, los tres empezaron a reírse con ganas. —Lo siento, igual me he pasado —dice finalmente Delfina. —¡No, qué va!, se lo merecía —le contesta la adolescente. —Eres de armas tomar —le dice Alzo en un tono muy sensual. —Lo soy —contesta ella fingiendo orgullo y con una idea creándose en su mente, "soy de armas tomar..."
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