Las mujeres también tomamos la iniciativa

1586 Words
Delfina sabe muy bien que no puede pedir a Alzo que se quede con ella, que tarde o temprano se irá y continuará su sueño, no va a ser ella quien se interponga, pero está más que dispuesta a disfrutar del tiempo que estén juntos, dentro y fuera de la cama. Le urge el contacto físico, sus besos, sus caricias, su m*****o dentro de ella, el juego de, ni contigo, ni sin ti, está durando demasiado, es hora de darle fin. No puede olvidar que tiene una adolescente en casa, no puede actuar sin pensar, así que espera a la noche. Los nervios la mantienen despierta, sabe que no la va a rechazar, le demuestra cada día que siente el mismo deseo, con miradas, gestos y pequeños roces "accidentales", es la impaciencia de tocarlo la que la pone en ese estado. Kheira se acaba de acostar, ella finge lo mismo, pero está en su cama tumbada boca arriba, su cuerpo se estremece ante la idea, los pezones sensibles le indican que solo el pensamiento la está excitando, es una bomba a punto de estallar. Estira la mano y coge el móvil de la mesilla, son las doce, se levanta y va a la habitación de la adolescente, abre la puerta con cuidado de no hacer ruido, ve a la chiquilla estirada bajo las sábanas, está profundamente dormida, es el momento. Cierra de nuevo la puerta con el mismo cuidado y sale del piso, sube a su coche y conduce hasta el hotel de Alzo, por suerte no está muy lejos. Baja del coche, el portero del turno de noche está en la entrada fumándose un cigarrillo, Delfina le sonríe mientras piensa, "sí, es lo que vas a creer, vengo a follar", y lo saluda con la mano. —¡Hola! —le dice cuando llega a él. —Buenas noches, ¿puedo ayudarla? —le pregunta muy amable el hombre. —Sí, un amigo se aloja aquí, pero no sé en qué habitación, quería darle una sorpresa. —Entiendo —responde mirándola de nuevo, acostumbrado a esas situaciones, sobretodo a encuentros fortuitos entre amantes, llega muy rápido a la conclusión que imaginó Delfina que llegaría. Entran en el hotel, tras darle el nombre le indica que está en la habitación 42, en el segundo piso. —Muchas gracias —le sonríe Delfina. —Un placer, que pase buena noche, señorita —le contesta mirando la mano que le dice si la casada es ella, o es él. Delfina se dirige cada vez más nerviosa y excitada, se juntan en ella el frío y el calor, los miedos empiezan a aflorar, ¿y si la rechaza?, ¿y si está tan dormido que no abre?, ¿y si está con otra? Llega, camina por el pasillo del segundo piso y encuentra la puerta 42, vuelve a respirar, alza la mano, y la vuelve a bajar, la inseguridad es una aguafiestas, todo el valor que había cogido, todas las ideas eróticas, más próximos al porno que al erotismo, se borran de su mente, tan solo queda el miedo. Entonces este también desaparece cuando una mano acaricia su cintura y un cuerpo fuerte y masculino la atrapa contra la puerta, pegándola cada vez más. Alzo observa el cabello de Delfina, brillante, largo y suave, lo aparta con una mano y besa el delicado cuello, "huele tan bien", piensa. Cuando la ha visto entrar al hotel su corazón se ha acelerado y su m*****o se ha endurecido, ha esperado a que en portero estuviese solo para entrar detrás y ver qué hacía, a esas horas, en ese lugar, solo puede querer una cosa, lo mismo que él lleva tiempo deseando. La ha observado en silencio luchar contra si misma para tocar esa puerta, da gracias por la suerte de haber llegado en el momento oportuno, justo había salido a tomar una copa para ahogar las dudas en su cabeza, dudas que se han disipado en cuanto la ha visto, se han disipado ahora, con el olor de su cabello, con su respiración entrecortada al sentir el bulto del pantalón pegarse a su trasero. —No puede haber mejor sorpresa que esta —le susurra Alzo al oído. Delfina sonríe, aunque él no la ve, gira la cabeza ligeramente y se deja llevar, dirá lo que su cerebro le indique cada instante, lo soltará tal cual. —¿Por qué me quieres follar o por qué me quieres? —suelta decidida. —Las dos —le susurra metiendo la mano por debajo de la falda del vestido, Delfina lo ha elegido precisamente por eso, la facilidad para deshacerse de él, para que la toque. Gime con ese primer contacto más íntimo, se vuelve a estremecer, en esta ocasión con caricias reales, la mano de Alzo sube por el muslo y se cuela en sus braguitas. —Ya estás mojada —le dice ronco. —Estoy mojada desde que llegaste —le cuenta Delfina. —Entonces no voy a hacerte esperar —añade Alzo metiendo un dedo dentro de ella. Delfina vuelve a gemir y arquea el trasero moviéndose para recibirlo, Alzo le coge una mano primero y la coloca por encima de su cabeza apoyándola en la puerta, después la otra. —No te muevas —le ordena con voz muy sensual. —Soy toda tuya —contesta ella. El riesgo de que alguien salga de su habitación y los vea así es posible, pero ninguno piensa en ello. Alzo sigue con el dedo entrando y saliendo, acariciando la rajita húmeda, mientras, con la otra mano, sube a su pecho y lo palpa por encima del vestido, busca el tirante y lo baja. —Me vuelven loco tus tetas —le dice Alzo pellizcando los pezones con suavidad —.Tu coñito mojado —añade volviendo a meter el dedo dentro —.Tu olor a sexo... —termina según se le mojan los dedos con el orgasmo de Delfina. Ella intenta no gritar, aprieta los puños dejando que el espasmo la invada por completo y la recorra. Cuando su cuerpo se relaja, Alzo abre la puerta pasando el brazo por su lado y la hace pasar, según cruzan, cierra la puerta de un portazo y empuja a Delfina hacia la cama de matrimonio. La mira, sin vergüenza alguna ella abre las piernas tentándolo, dejándole ver las bragas húmedas y su gesto travieso. —¿Qué voy a hacer contigo?, te extrañaré cada noche —le dice acercándose, pensándolo de verdad, sin añadir que también la extrañará por la mañana, al mediodía y por la tarde. —Entonces te daré cosas que recordar —le responde ella sonriendo y acomodándose para pegarse a él. Se pone de rodillas en la cama, apoya las manos en su pecho, baja hasta encontrar el borde y deshacerlo de la camiseta, vuelve a tocar, su piel está ardiendo, se inclina y levanta hacia adelante hasta alcanzar sus labios. Se unen en un beso tierno, pero lujurioso, las lenguas juegan a pilla pilla dentro de las bocas. —No aguanto más —le informa Alzo apartándose y mirándola. Confirma su estado, multiplicado al verla enrojecida, sonriente, con ese brillo en los ojos que le da vida, sensualidad y poder. Deja que ella le desabroche el botón del vaquero y lo arrastre junto con los bóxer, que tome por un momento el pene erecto en su mano para que sea consciente de lo que provoca. Pero ese gesto lo lleva al límite, necesita sentirla, necesita tomarla con urgencia o perderá la cabeza. La coge en brazos y la acomoda encima de sus piernas, penetra en cuanto llega a sentarse, Delfina suelta un gemido de sorpresa y placer, se mueve sobre el muy excitada. Alzo termina de bajar el vestido y lame los senos sensibles y ya enrojecidos por la estimulación snterior. Los muerde con tacto, tirando ligeramente un poco de ellos, mientras ella se sujeta en su cuello. Aunque le encanta lo que está haciendo, desea besarlo, ese trueque de lenguas tan vicioso, así que le levanta la cara con una mano y toma sus labios. Se mueven al mismo ritmo, la maravillosa naturaleza humana que logra que dos seres sin hablar, sepan coordinarse tan bien. Alzo se corre en cuestión de segundos, demasiado tiempo esperándola, junto con el privilegio de haber hecho que llegase al clímax, el sonido de sus gemidos y sus movimientos lo han provocado así. Se quedan abrazados, sudados y exhaustos. —No quiero irme —le dice Alzo entonces. —Estás en tu hotel, la que se deberá ir soy yo —le responde ella intentando evitar esa conversación tan dolorosa. —No, no quiero de irme de España, de tu lado, quiero quedarme contigo —le dice entonces. —Lo sé, yo tampoco quiero que lo hagas, pero es tu sueño, Alzo, yo no voy a ser quien te lo arruine, no quiero que me acabes odiando. Alzo se aparta un poco y la mira a los ojos, le acaricia la mejilla. —Nunca podría odiarte, nunca, a veces los sueños cambian, puedo trabajar aquí, pero si me alejo de ti, me odiaré a mi mismo —le cuenta muy sincero. Llevaba mucho pensando en eso, y sí, bien es cierto que llevaba muchos años luchando por ese puesto en Canadá, pero ahora no se ve capaz de dejarla. —No, no lo harás, podemos intentarlo, iré a verte cada vez que pueda, y tú podrás venir a visitarnos —intenta convencerlo Delfina.

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