Ataque de ansiedad y pasión

2200 Words
—¿Quieres un té? —le pregunta Kheira, la hermana de Alzo, a Delfina. —Sí, gracias —responde ella sintiéndose un poco incómoda. La voz de Kheira es dulce y suave, estima que tendrá unos veinte años como mucho, ha sido muy amable desde que llegó, pero no ver, depender de otras personas, no es fácil. —Aquí tienes —escucha a la muchacha y el calor de la taza en las manos cuando esta se la da. —¿Cuántos años tienes? —Quince años —responde Kheira. —Eres muy joven. —Sí, lo sé —sonríe. —¿Suele acoger tu hermano a muchas desconocidas? —pregunta entonces sin pensar. Escucha a la adolescente reírse. —No, no es habitual, al contrario, suele ser muy reservado, pero es buena persona, si alguien necesita ayuda, se la da. —¿Por eso eligió ser médico? —No, elogió serlo cuando nuestra madre murió, pasó mucho tiempo en el hospital cuidando de ella —le cuenta dando más información de la que su hermano hubiese querido. —Lo siento —susurra Delfina sintiendo pena por ellos. —Pasó hace mucho tiempo, tranquila, ¿Y tú?, ¿Qué haces en Argelia? Delfina piensa un poco antes de responder, entonces se da cuenta de que vino por su estafador, pero con Razif llegó a olvidarlo. —Trabajo —decide responder solo. —¿Sí?, ¿De qué trabajas? —Soy informática. —¿Eres hacker? —pregunta la adolescente emocionada. Delfina no puede evitar reír ante la emoción en la voz de la chiquilla. —Sí, se podría decir. —¡Me gustaría tanto trabajar en algo así! —Si estudias mucho puedes hacerlo. —Lo sé, mi hermano me repite lo mismo una y otra vez. —Tu hermano tiene razón. —Aquí no es fácil conseguir un buen trabajo siendo mujer, todos esperan que me case y tenga muchos hijos. —¿Tu hermano también? —No, él no, él quiere que estudie, que sea feliz y tenga un buen futuro. —Bueno, ahora mismo poco puedo ayudarte, pero en cuanto me recupere y vuelva a mi país, podría hacerlo, solo pídemelo y te ayudaré. —¿En serio? —¡Claro!, ¡Qué menos después de como me estáis ayudando a mí! —¡Oh, Delfi, gracias! —exclama Kheira emocionada de nuevo dándole un abrazo inesperado. Delfina no lo esperaba, pero acepta el abrazo y se promete cumplir con su palabra, hará todo lo que esté en su mano para darle un futuro a esa chiquilla encantadora. —No me las des todavía, pero recuerda, tienes que sacar muy buenas notas. —¡Sí, lo haré! Cuando ya empieza a anochecer llega la hora de de Kheira de irse. —Mañana vendré después del instituto, ¿Quieres que te traiga algo? —No, tranquila, estoy bien —responde Delfina mirando a la nada. Kheira se acerca a ella y le da un beso en la mejilla como despedida, después se va. Delfina no sabe qué hacer, la perdida de visión limita su entretenimiento, pero se pone de pie y camina palpando los muebles para no caerse ni tirar nada. Alzo llega a casa y la observa unos segundos antes de hablar, ella camina despacio, ni sonríe ni está sería, sino concentrada. —¿Ya has terminado la guardia? —lo sorprende ella. —¿Me has oído llegar verdad? —Claro, es cierto que se agudizan los otros sentidos... Alzo se ríe, se acerca a ella y la coge del brazo. —Ven, voy a preparar algo para cenar los dos —le dice guiándola. En el pequeño trayecto Delfina choca la punta del pie con un mueble, grita al sentir ese dolor tan intenso, salta y cae en los brazos de Alzo. Se queda muda al sentir el calor que emana el cuerpo del médico, siente su respiración cortándose, sabe que la está mirando, por muy estúpido que parezca, siente sus ojos clavados en ella. —¿Estás bien? —Sí, soy un poco patosa. —Siempre hay alguna esquina que nos traiciona, seamos ciegos o no. —¡Tienes razón! —se ríe Delfina. Continua hasta llegar a la cocina, la sienta en una silla mientras él cocina, al principio no hablan, ambos se sienten tímidos. —Huele bien —opina Delfina cuando llega a ella el olor de la cebolla, el pimiento y las especias. —Solo estoy haciendo una tortilla, no creas que soy muy bueno cocinando. —No te creo. —En serio, no es mi punto fuerte, se me da mejor unir túbulos y venas que cocinar. —A mí tampoco se me da muy bien, me gusta la cocina, pero no suelo tener mucho tiempo. Alzo la mira sorprendido, empieza a darse cuenta de que todo lo que le contó era mentira, se pregunta, entonces, ¿Quién es Delfina realmente? —Cuéntame, ¿De qué trabajas? —Soy informática en una gran empresa de mi país, precisamente por eso estoy aquí, pero salió todo mal. —No la imaginaba como una profesión tan peligrosa. Delfina se ríe. —No lo es, la idiota fui yo, por creerme Lara Croft. —¿Lara Croft? —Sí, la de la peli, vivía muchas aventuras, pero en la realidad un puñetazo duele de verdad. —¿Y por qué lo hiciste? Delfina piensa en ello, en cómo explicarle a un desconocido por qué casi pierde la vida. —Supongo que me cansé de llorar. —¿Por qué llorabas? —Mi mundo se vino abajo por completo, mi prometido, mis amigos, todo lo que conocía, era falso, una mentira... —¿Qué pasó? —pregunta intrigado, ella no le había hablado de nada de eso. —Me engañaba con otras, todos lo sabían menos yo, ¡No puedes ni imaginar lo que sentí cuando vi el vídeo!, ¡Gente que no me conocía de nada lo veía una y otra vez! —¿Quieres decir que él se grababa? —¡No, no!, fue un descuido, pero gracias a eso me enteré y no cometí el error de casarme. —Es un imbécil, no tiene ni idea de lo que ha perdido —escucha Delfina que le dice de muy cerca, según hablaban él se había ido acercando a ella. —Tú no lo sabes, no me conoces —responde nerviosa. —Y ya sé que no me gustaría perderte —contesta Alzo, Abdul para Delfina, pegándose más a ella. Acaricia con suavidad la mejilla, mira sus labios, el rubor en los pómulos, los ojos dañados, sin pensarlo, la besa. Delfina no consigue pensar con claridad, no lo conoce de nada, tampoco sabe cómo es, pero está hipnotizada, algo en él la atrae, el beso la atrapa como una telaraña a una mosca. —Eres preciosa —susurra el médico rozando con la yema de los dedos los labios femeninos. —No, no lo soy, no digas eso, por favor. —Es lo que pienso, te haría el amor si no estuvieras limitada. Esa frase corta el oxígeno que entraba a los pulmones de Delfina, suspira, un cosquilleo en el estómago la hace marearse y tambalearse. —¿Estás bien? —le pregunta preocupado sujetándola. —Sí, estoy cansada, nada más. —Será mejor que cenes ya y vayas a dormir. —Sí, será lo mejor —coincide Delfina con él. Alzo coloca el plato delante de ella, coge las manos de Delfina y le muestra donde. —Ya está cortada —le informa. —Gracias, Abdul, por todo —le dice verdaderamente agradecida. —No hay de qué, Delfina. Ambos comen en silencio, él la mira, ella lo sabe, pero ninguno dice nada. Al acabar la acompaña hasta la habitación. —Mañana te compraré algo de ropa, pero hoy debes conformarte con una camiseta mía. —Está bien, gracias —le sonríe. —¿Quieres que te ayude a ponértela? —¿Qué?, ¡No, no, yo puedo sola! —se pone nerviosa con su propuesta. —Perdona, ha sonado mal, no tenía intención de que pareciese tan... s****l, no voy a aprovecharme de tu situación. —¡Lo sé!, no pretendía... —Tranquila, sé que estás vulnerable. —Gracias, de nuevo. —No me las des, por favor, no lo hagas —le ruega Alzo con la voz quebrada. Eso llama la atención de Delfina, no entiende por qué él también se pone nervioso, por qué le afecta, no la conoce de nada, tampoco ha hecho nada malo. —Te dejo descansar, buenas noches —le dice saliendo de la habitación. —Buenas noches —responde sabiendo que ya no está allí. Por la mañana al despertarse se levanta con cuidado, camina intentando encontrar el baño, Alzo, que lleva rato despierto, la ve intentándolo, los muslos desnudos, los pezones a través de la camiseta blanca, su m*****o reacciona ante la imagen sensual de Delfina. Acude a ayudarla. —¿Dónde quieres ir? —Al baño, todavía no me ubico bien. —Ven, te llevo. La guía hasta el servicio, una vez dentro le muestra por el tacto donde está cada cosa. —El lavamanos, el retrete, la ducha, aquí tienes una toalla, después de desayunar saldré a comprar un par de cosas. —No es necesario, de verdad, me apañaré con lo que tengas. —No tengo nada de mujer, ni cepillo de dientes, ni del pelo, lo necesitarás. Al guiarla roza su espalda por encima de la camiseta, la naturaleza masculina lo lleva a mirar más de lo que debería, levanta la camiseta y observa el trasero cubierto por las braguitas, Delfina lo sabe, lo siente todo. —¿Vas a seguir mucho tiempo mirándome el culo?, tengo ganas de hacer pis —se burla. —Lo siento, me cuesta mucho tenerte tan cerca —responde excitado y avergonzado a la vez. —¿Puedes irte ya? —le pregunta más seria, incómoda, no por él, sino por ella misma, no entiende que pasa por su cabeza, hasta hace unos días creía que se estaba enamorando, o algo parecido, de Razif, pero ahora se encontraba sintiendo algo nuevo por ese desconocido, ¿Acaso estaba perdiendo la cabeza?, no lo había visto nunca, no sabe nada de él a excepción de que es médico. Al acabar, se lava las manos y la cara, sale del baño, de nuevo con cuidado de no chocar contra nada. —Te he dejado una taza de café con leche y un par de tostadas en la cocina, ¿Te ayudo a llegar? —No, puedo yo, debo aprender —le responde Delfina rogando para que no se acerque. —Como quieras, entonces me voy, ¿Necesitas algo más? —No, ya me estás ayudando bastante. —Vuelvo en un rato —se despide. Una vez sola, se queda pensativa, camina hasta la cocina, haya con facilidad el café y las tostadas, desayuna, se siente agradecida de estar sola, empieza a ser impotencia por no poder hacer nada sola. Al acabar, se sienta en el sofá, los nervios aumentan, no ver la limita tanto que la ansiedad crece. Cuando Alzo vuelve cargado de bolsas la ve dar paseos cortos por el espacio entre el sofá y la mesa auxiliar. —¿Qué ocurre?, ¿Estás bien? —¡No, no estoy bien!, ¡Joder, estoy ciega!, ¡Soy una inútil! —llora fuera de si, una paranoia creciente le hace imaginar que no volverá a ver, que no volverá a trabajar. —¡Ey, ey, tranquila, respira! —le dice sujetándola e intentando abrazarla. —¡No puedo!, ¡No me gusta estar así!, ¡No puedo hacer nada yo sola! —grita temblando. —¡Recuperarás la vista!, ¡Intenta respirar!, ¡Estás muy alterada! —insiste Alzo preocupado. —¡No quiero respirar!, ¡Quiero ver!, ¡Por favor, ayúdame! Ante la congoja de Delfina, él no sabe que hacer, no consigue abrazarla para intentar calmarla, no logra que se tranquilice, desesperado, opta por besarla. Delfina no lo esperaba de nuevo, es un beso posesivo, intenso, tan desesperado que supera su propia ansiedad, lo continua por la misma frustración que la ciega, se abraza a él y lo acaricia con impaciencia. Alzo levanta la camiseta y alcanza sus senos, acaricia los pezones con los dedos, siente como se endurecen con el contacto. Cuando Delfina gime de placer, no hay vuelta atrás, el m*****o de Alzo se endurece tanto que parece que el pantalón va a romperse, toma el mando en la situación. La levanta en brazos y la lleva contra la pared, le quita las bragas y la vuelve a levantar, ella rodea su cintura con las piernas, las lágrimas se empiezan a secar en sus mejillas. Muy hábil, Alzo se baja los pantalones junto con los calzoncillos y la penetra despacio, Delfina busca sus labios, desea tanto besarlo, y así lo demuestra. Hacen el amor a un ritmo constante, besándose apasionadamente, gimiendo ambos, ella dejándose poseer y él dando rienda suelta a lo que empezó a sentir por ella hace mucho, mucho antes de tenerla allí, en Argelia, en su casa.
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