No puedes ser tú

2518 Words
Delfina tembló de pavor, nunca imaginó encontrarse en esa situación, atada de pies y manos, vulnerable como un ratoncillo enjaulado. Sabía que se podía meter en un buen lío, incluso era delito, pero de ahí, a ser secuestrada por el enemigo había un mundo, algo típico de películas, no de la vida real, no para ella. Deja de pensar en cuanto alguien le quita la bolsa que cubre su cabeza, frente a ella hay un tipo mayor, pero no más de cincuenta años, es bajito, no intimidaría a nadie en otra situación, pero así, causa el peor de los terrores, parece siniestro, malvado. —Asi que tú eres la española que hackeó nuestra entrada. —¡No!, ¡Bueno, sí!, ¡Pero es mi trabajo, solo obedecía órdenes! —intenta defenderse, llegar a una lógica que consiga algo de piedad. —Lo entiendo, de verdad que lo entiendo —dice Gabriel con un tono suave y sarcástico —.Pero también tú debes ponerte en mi lugar, si te dejase ir, ¿Qué pensarían los demás? —¡Nadie sabe que estoy aquí!, ¡Prometo no decir nada! Él se ríe mientras se acerca a ella y le acaricia la mejilla. —Me gustaría darte ese gusto, pero no puedo, nadie puede asegurarme que no volverás a interrumpir mi trabajo. —¡No lo haré, lo juro! —¡Sh!, tranquila, no llores —susurra mientras acaricia los labios de Delfina con suavidad. A Delfina le encantaría no llorar, estar muy lejos de allí, mas no es así, sabe como va a acabar eso, y ella no estará sana y salva. —Por favor —vuelve a rogar entre lágrimas y la voz cortada por el llanto. —Puede que te perdone si... —¿Sí? —Si me dejas entrar al sistema de Razif, tú tienes acceso. —¿Qué? —pregunta palideciendo, no porque no quiera, sino porque no puede, lo haría para vivir —.No puedo, yo no tengo acceso. —No me mientas, pequeña, no me mientas. —¡No miento!, ¡No puedo! —¿No le creaste tú los cortafuegos? —¡Sí, pero eso no funciona así!, ¡Tiene claves que solo él conoce! —Vaya, es una lástima, no quería dañar esta cara tan bonita —le dice pasando un dedo por la mejilla hasta la barbilla. —¡Lo intentaré!, ¡Déjame intentarlo! —grita desesperada. Gabriel la mira, piensa unos segundos una respuesta, podría ser una trampa, asiente y chasquea los dedos a uno de sus hombres, este sale de la habitación. Están en silencio, Gabriel camina por la habitación alrededor de ella, acaricia el cuello y baja por el pecho, Delfina intenta apartarse, el miedo a cambiado de trama, si sigue por ese camino, casi que prefiere que le peguen un tiro. El hombre vuelve, Gabriel quita la mano de su pecho y coge el portátil que le han traído. —Tienes quince minutos —le avisa según el mismo hombre que ha traído el ordenador la desata. Delfina se frota las muñecas doloridas mientras observa al otro hombre acercar una mesa y colocarla frente a ella. Ponen el portátil también, Delfina los mira, debe lograrlo, así que reza porque Razif no sea muy inteligente y sus barreras sean asequibles. Trabaja rápido, para su sorpresa en cuestión de cinco minutos ha entrado en el sistema privado y consigue dar acceso a Gabriel. —Ya está —le informa confusa, ha sido demasiado fácil. —Muy bien, eres una buena chica —le dice mirando la pantalla y palmeando su hombro. Él coge el ordenador y se dirige a la puerta, hace un gesto a los hombres, un gesto nada bueno. —¡Me lo prometiste!, ¡He hecho lo que me has pedido! —grita con todas sus fuerzas, asustada y cabreada a la vez. Gabriel la ignora y sale de la habitación dejándola sola con los dos gorilas. Ni siquiera ve venir el golpe, un puño choca directo en su boca, al instante otro acierta en su nuca y la deja inconsciente. Razif está tan nervioso que nadie logra calmarlo, Guadalupe con la cara morada y un labio hinchado lo ha intentado, pero llegó un momento en el que se dió cuenta de que era inútil. Pablo ni se ha molestado en hablarle, pero porque si lo hiciese sería para decirle cuatro cosas, para dejar claro que ha sido todo culpa suya. Corriendo, tras tener una idea, se sienta en su escritorio y empieza a teclear en el ordenador. —¿Qué estás haciendo? —le pregunta intrigada Guadalupe. —Dejar que entren, solo eso la salvará. —¡Estás loco!, ¡Van a destruirte con eso! —¡Me importa una mierda!, ¡Ella vale más que un puñado de dinero! —grita según golpea la mesa. —¡Nada te asegura que la dejará vivir! —insiste. —Lo hará, lo bueno de los enemigos es que los conoces mejor que a tus seres más queridos, ella le dará lo que quiere y como mucho saldrá con un ojo morado. —¡Está bien!, ¡Haz lo que te dé la gana! —suelta exasperada, entiende que esté preocupado por ella, pero la información en el ordenador puede darle mucho poder a Gabriel y eso provocará que Razif caiga, a parte, según su adiestramiento, si hubiese sido ella habría muerto antes de haber traicionado a su equipo, lo siente por Delfina, pero conocía el riesgo. —Ya está —dice Razif suspirando, siendo muy consciente del riesgo que corre por Delfina, solo reza para que ella sea lo bastante inteligente y tenga instinto de supervivencia para darle a Gabriel lo que tanto desea. Guadalupe y Pablo lo miran, luego entre ellos, Pablo lo conoce menos, pero Guadalupe hace ya unos años que está en su vida, ocupándose de sus problemas, al principio como hacker, después como especialista, jamás había visto que se preocupase y tuviese tanto interés por una persona. Pasan horas, días y semanas, y Razif sigue sin saber nada de ella, ha mandado a sus mejores hombres a buscarla, ha llamado a todos los hospitales de Argel, incluso de los alrededores, pero nadie sabe nada de ella. La preocupación junto con la rabia se apodera de él al principio, está irascible, no consigue concentrarse en nada más que no sea que suene el teléfono y le den una buena noticia, según el tiempo pasa, pierde la esperanza y ya solo espera saber algo, esté viva o muerta, por lo menos sabría dónde está. —¿Puedo? —le pregunta Aicha entrando al despacho. —Pasa —responde serio. —Debes descansar, tu pesar no la traerá de vuelta —le dice la mujer acercándose a él y masajeando los hombros. —No quiero descansar, no puedo —le contesta pasando una mano por su propio pelo, ya está agotado. —Te entiendo, pero esto no está bien, apenas la conoces, y si está viva lo sabrás tarde o temprano, si está muerta..., bueno, ya no podrás hacer nada. —No lo entiendes, Aicha —responde pensando que ni él mismo lo entiende, cómo esa mujer ha llegado tan hondo en su corazón. —Sí, lo entiendo, iba a ser tu esposa, Razif, sé que no me amas, pero yo a ti sí. —Lo siento, no pensé que... —Ese es tu problema, amor, piensas demasiado, no dejas sitio para lo demás —opina segundos antes de besarlo. Aicha está feliz por la desaparición de Delfina, pronto volverá todo a la normalidad, volverá a prometerse con Razif, aunque sabe que él no la ama, no le importa, se conforma con fingir que sí, con sus besos, el sexo que le dará y como no, la fortuna. Delfina se despierta muy despacio, una sensación de pesadez y cansancio provoca que le pesen hasta las pestañas, empieza a sentir dolor, un dolor muy intenso, gime al moverse y sentir los músculos tensos. —¡Se ha despertado, doctor! —escucha la voz de una mujer gritar y los pasos corriendo. Otra mujer dice algo en árabe, no logra entender qué, la primera le responde en el mismo idioma, la tocan, siente una mano suave acariciarle el pelo. —¿Constante? —escucha una voz masculina al entrar en la habitación. —Es estable —le responde la mujer que habla español. Otras manos suaves, pero diferentes a las primeras, alumbran con una linterna hacia sus ojos, Delfina ve la luz entrar por su retina, pero no ve nada más a partir de ahí. —¿Por qué no veo nada? —pregunta asustada. —Tranquila, es temporal, te diste un fuerte golpe en la cabeza —responde el doctor mientras la sigue oscultando. —¿Dónde estoy? —En el hospital general, Delfina —le contesta el médico. Se relaja al escuchar esas palabras, en el hospital estará segura, cuando se sienta mejor llamará a Razif para que vaya a buscarla y sepa que está bien. —Tienes que descansar, aún estás muy malherida —le aconseja el médico acariciando su brazo. Ese contacto se le hace extraño, no sabe si capaz está sensible y así se lo parece, pero le da la impresión de ser un contacto muy cercano, una caricia inusual. Pasa varios días en el hospital, el médico acude a visitarla y oscultarla a menudo, más de lo normal, diría ella, no puede cambiar nada en dos horas, pero aún así no dice nada, agradece cualquier compañía, sobretodo porque sigue sin ver. Un día entra en la habitación, lo sabe porque ya es capaz de reconocer el sonido de sus pasos, los zapatos levantándose y volviendo después al suelo, no dice nada, finge estar dormida. El médico está más cerca cada vez, escucha su aliento, el roce de la bata al moverse, entonces la acaricia, no es una caricia depravada, sino dulce, apenas roza la mejilla, escucha los pasos retroceder y se va. Dos semanas más tarde ha dejado de dolerle todo, lo único que sigue sin recuperar es la vista, ve algo borroso, pero no se distingue nada. —Tengo que darte el alta, Delfina, pero no puedes irte sola en estas condiciones. —¿Podría llamar a alguien? —Por supuesto —accede sacando el móvil —.Dime. Delfina se queda pensativa, no sabe el número de memoria. —¿No está mi móvil? —pregunta esperanzada. —No, no lo traias. —Entonces no sé qué hacer —responde decaida. —Si me dices el nombre y apellidos tal vez pueda localizar a quien necesitas —se ofrece el médico. —Es Razif Taiyan. —De acuerdo, ahora vuelvo. Delfina espera impaciente, ruega porque Razif coja el teléfono, o no sabrá que hacer entonces, escucha los pasos del médico volver. —Lo he encontrado, en su despacho me han dicho que llames a este número —le informa dando al símbolo verde para llamar y pasando el móvil a la joven. Delfina lo coge y espera mientras da tono, escucha el sonido al descolgarse, pero no la atiende Razif, sino Aicha. —¿Quién es? —Soy Delfina, necesito ayuda —le cuenta apelando a su corazón. —¿Y a mí que me importa? —responde la mujer. —Lo sé, a ti nada, pero Razif... —¡Razif tiene el mismo interés que yo! —la corta Aicha —.Solo eres una empleada más, ¿En serio creias que se iba a preocupar por ti?, ¡Ni siquiera te han buscado! —¡Mientes! —grita empezando a temblar. —No, querida, no miento, es más, Razif y yo nos casamos hace dos días, por eso no te ha respondido, está descansando después de una larga noche... —Estás mintiendo... —No, si quieres lo despierto y te lo dice él mismo, eso sí, no esperes nada bueno después de tu traición, está deseando castigarte, por tu culpa han boicoteado pactos muy importantes. Delfina no responde, un nudo se forma en su garganta, no sabe qué le llevó a pensar que estaba mintiendo, qué le hizo creer que Razif la ayudaría, Aicha tiene razón, debe odiarla por traicionarlo. Sin discutir más, le entrega el móvil al doctor, se tumba en la cama y respira, su corazón va muy rápido, está en Argelia, no tiene a nadie allí. —¿Estás bien? —le pregunta el médico. —No, no estoy bien, no sé dónde ir. —Tranquila, yo puedo ayudarte, al menos hasta que recuperes la vista. —¿Por qué? —pregunta confusa. —Soy médico, mi deber es ayudar —le responde muy tranquilo. Ella no responde, algo en ese médico no le parece trigo limpio, la forma de tratarla, de hablarle y tocarla, aún así no tiene más opción. —Te lo agradecería, ¿Tardaré mucho en recuperar la visión? —No, no lo creo, mejoras despacio pero bien, cuando te quieras dar cuenta volverá. —Gracias —le dice Delfina, pero no recibe respuesta. Una horas más tarde una enfermera la ayuda a vestirse, en cuanto el médico llega la coge del brazo y la guía por un largo pasillo, escucha el pitido en un ascensor y la voz del mismo indicar que han llegado a la planta cero. —¿Es un parking? —le pregunta al médico. —Sí, ¿Cómo lo sabes? —Por el eco de nuestros pasos. —Te has hecho rápido a la ceguera. —¿Acaso tengo más remedio? —pregunta encogiéndose de hombros. —No, supongo que no, pero no pierdas la fé, pronto volverás a ver con normalidad. Al hablar se ha detenido unos segundos, está segura de que la está mirando, o eso, o Gabriel ha vuelto a terminar su trabajo. —¿Pasa algo? —pregunta temblando. —No, perdona, sigamos —le responde el médico volviendo a caminar. La ayuda a subir al coche, se mantienen en silencio, poco después se detiene y la ayuda a bajar, caminan, suben dos escalones, un ascensor, se abre la puerta en el tercer piso, entran a algún lugar, Delfina no sabe dónde está. —Ponte cómoda, ¿Quieres algo de beber? —le pregunta el médico. —No, gracias, por cierto, ¿Cómo te llamas? No responde de inmediato. —Me llamo Abdul. —Encantada, y gracias de nuevo —le dice ella aún con desconfianza. —Ahora vendrá mi hermana, ella te ayudará en lo que necesites, yo debo volver al hospital, tengo guardia, pero mi casa, es tu casa. —Está bien, gracias —repite Delfina escuchando tras unos segundos sus pasos hacia la salida. El doctor entra al ascensor y suspira, aún no está seguro de estar haciendo lo correcto, justo lo que se prometió hace tiempo no sentir, amor, lo empezó a sentir con ella, a alejarse de su sueño de ascender y mudarse a Canadá Cuando la vio tumbada en esa camilla no lo podía creer, "No puedes ser tú", pensó mientras el corazón le latía a toda velocidad.
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