Razif y sus hombres

1087 Words
Lo mira sin avisarle de que ya puede ver, desea con todas sus fuerzas que sea el hombre con el que habló, aunque, por otro lado, también que no lo sea, sería una buena excusa para dejar de sentir lo que está provocando en ella. Alzo se gira y se da cuenta de que su mirada es fija, no divaga como hace unos minutos. —¿Puedes ver? —le pregunta. —Sí, puedo ver, y no entiendo nada, ¿quién eres?, ¿Abdul, o Alzo? —¿En serio necesitas preguntarlo? —No, supongo que no, pero, ¿por qué no me lo dijiste desde el principio? —Porque no podía creerme que fueses tú, pensé que desconfiarias de mí, no podías verme, podrías estar con cualquiera. —Pero no lo estaba... —No, ¡es que tus mensajes eran tan confusos!, igual eras ardiente que callada y desconfiada. —Es lógico, eres demasiado bueno para ser verdad. —No lo soy, ya te lo dije, no puede permitirme tener pareja, tengo metas, ¡sueños! —Lo sé —responde Delfina con tristeza, ni siquiera esos días con ella han cambiado eso. —Pero quiero estar contigo, seguir haciéndote el amor, mientras estés aquí. Esas palabras la defraudan tanto como la excitan, se pregunta qué hacer, ¿disfrutar esos días a pesar de saber que no habrá un futuro juntos?, ¿o irse de allí lo más rápido posible para no dañar su corazón? —Debería irme ahora que vuelvo a ver —se responde en alto. —¡No!, ¡no te vayas todavía!, ¡te lo ruego! —le súplica acercándose a ella y besándola con pasión. Delfina derrama algunas lágrimas, esos besos, los labios de Alzo, la atrapan de nuevo, no quiere dejar de sentirlos. Se deja dominar de nuevo, continua con las caricias, esta vez observándolo, disfrutando las vistas de ese hombre. Alzo la pone de pie y toma su boca con desesperación, es como si deseara atrapar su alma a través de ella, la desnuda y la sube en la encimera, coge un pecho y lo lame babeando la aureola, admirando esa zona tan erótica con ese brillo. La agarra del trasero y la penetra tajante, robando un grito de la garganta de Delfina, sustrayendo gemidos cada vez más intensos. Delfina se incorpora y lo besa, ahora es ella quien desea robar su esencia, juega con la lengua en el interior de la boca de Alzo. Ambos se mueven rítmicamente, conectados, buscando el contacto más placentero. Al acabar se quedan abrazados, oliéndose, palpando la piel caliente y sudorosa del otro, el busca de Alzo suena, maldice para sus adentros, es la primera vez en lo que lleva de medico que se lamenta de ese sonido, que se encuentra entre la espada y la pared. Finalmente se decide, con rabia, a atender esa llamada, coge el busca colocada en la encimera, justo al lado de su amante, y lo lee. —Debo irme, hay una urgencia. —Está bien —contesta ella sin intentar detenerlo, entiende perfectamente su trabajo, y también fue muy claro desde el principio, solo quería sexo eventual, no amor. —Espérame, tenemos mucho que hablar —le ordena Alzo volviendo a vestirse. Ella solo asiente con la cabeza. Vuelve a besarla antes de marcharse a toda prisa. Delfina baja de la encimera, aún en shock, tantas emociones, cosas nuevas, sensaciones únicas. Escucha el timbre, imagina que Alzo se habrá olvidado algo, se pone la camiseta por encima y va a abrirle, pero con quien se encuentra no es Alzo, sino Razif acompañado de dos de sus hombres. Se queda pálida, hubiese esperado que fuese cualquiera, menos él, sobre todo después de hablar con su prometida, ahora ya debería ser su esposa. —¿Qué haces aquí? —pregunta enfadada. Razif no responde, la mira de arriba a abajo, la camiseta de Alzo, las piernas desnudas, los senos duros, el pelo despeinado y las mejillas coloradas, un ataque de celos se apodera de él. —¿Con quién estás?, ¿me traicionaste?, ¿todo era un plan? —son preguntas de las que no espera una respuesta sincera, recriminaciones más bien. —¿Qué?, ¡no!, ¡fuiste tú el que me utilizó a mí! —¿En serio pretendes hacerte la santa ahora? —¡No me hago la santa!, ¡sí, estoy con alguien, pero fue después de que Damián me diera una paliza! —¡No me mientas! —grita Razif golpeando la pared, una vena en su frente crece dándole un aspecto siniestro. —¡No te miento!, ¡me dejaste tirada a mi suerte! Furioso por la supuesta mentira, lleno de ira, ordena a sus hombres que la cojan, tal como está y se la lleven. Él tarda más en ir tras ellos, primero entra en el piso para saber con quién le ha traicionado Delfina, examina el lugar y sale minutos después. Al subir al coche se encuentra a Delfina se morros, es más que evidente su enfado, ¿por qué?, ¡si es él quien la ha estado buscando? —¿Te has acostado con ese tipo? —pregunta directo al grano. El silencio de la joven le da una respuesta, la avergüenza sin él saberlo, no tiene ni la menor idea del alboroto en su interior. Lo que queda hasta llegar a su hogar ambos se mantienen en absoluto silencio. Ya en casa, la coge del brazo y la lleva a la fuerza hasta su habitación, dejándola sola dentro, en esta ocasión cerrando con llave. Delfina se sentía tentada de gritar, de pegarle, de decirle cuatro cosas bien dichas, pero la lucha consigo misma se lo impedía, petrificándola, sellando su voluntad. A los pocos minutos de haberse ido, Razif vuelve tal remolino que apenas le da tiempo a ordenar sus ideas, la besa rabioso y la desnuda sin ningún tipo de delicadeza. —¡No, para, no puedo! —grita al fin Delfina. —¿Por qué no?, ¿quién era ese hombre? —la interroga haciendo fuerza con los dedos en sus brazos. —Nadie, no es nadie, alguien que me ayudó, solo... no puedo —responde una mentira a medias, agachando la cabeza con tristeza. Razif la mira de nuevo y la suelta furioso, pero derrotado, ¿qué ha podido pasar para que en tan poco tiempo lo rechace?, no la tenía, es cierto, pero veía el deseo en sus ojos, ahora solo ve una nube gris de confusión.
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