El taxi

1609 Words
La sonrisa se borra de sus labios en cuestión de segundos, no tiene ni idea de dónde debe ir, no conoce Argelia, buscando el pensamiento positivo, decide empezar su misión haciendo turismo. Recorre las calles, observa los viandantes, hombres con tendencia morena y mujeres con hiyab y túnicas amplias, lo primero que llama su atención, aún habiendo oído muchas veces las tradiciones de esa parte del mundo, es que el hombre pueda variar, algunos llevan camiseta de manga corta, otros sudaderas, jersey o camisas, pantalón vaquero, o chino, incluso chándal, en cambio, lo único que diferencia la vestimenta de la mujer, son los colores. Continua caminando, quedándose con cada detalle, como se separan casas de edificios, una única carretera principal parece que acoge entre sus brazos las viviendas. Tras un rato caminando se sienta en un bar a tomar algo frío, nada más entrar ya la miran extraño, deduce que hace rato salió de la zona turística, aquí sus miradas son más desconfiadas, tal vez estén confusos por verla sola, piensa Delfina sin darle mayor importancia. Tras tomar su bebida con hielo bajo la atenta mirada de un grupo de hombres, vuelve al turismo, una hora más tarde, cansada y segura de que iba a acabar pérdida, decide entrar a una pensión y coger una habitación, una ducha y un pequeño descanso la ayudarán a retomar su plan. La recepción de la pensión es preciosa, arcos con estampados árabes te dan la bienvenida, un hombre le sonríe nada más verla, y para su sorpresa, habla español. —Hola, señorita, bienvenida. —¡Hola!, ¡Qué alegría que hable mi idioma! —Casi todos hablamos español. —Hace un rato me costó pedir un refresco. —Hay sitios que es mejor que no visite —le recomienda el hombre. —Lo tendré en cuenta —le sonríe —¿Tiene una habitación para esta noche? —Sí, ¡La mejor!, ¡Le va a encantar! —afirma entusiasmado. A Delfina le causa simpatía de inmediato, es completamente distinto a los del bar, ahora se plantea si no fingieron que no hablaban español. Sigue al hombre por las escaleras, el pasillo y finalmente su habitación, nada más abrir la puerta piensa que el tipo no mentía. —Es preciosa... —susurra admirando la estancia. —Me alegro que le guste, señorita. —Puedes llamarme Delfina —le ofrece la joven sonriendo. —Está bien, Delfina, usted puede llamarme Akram. —Un placer, Akram. —La dejaré instalarse. —¡Espera!, no te he pagado todavía. —¡Oh, cierto!, pero no preocuparse, descanse y luego lo arreglamos. —Está bien, muchas gracias. Una vez sola en la habitación se desnuda con rapidez y se mete en la ducha, disfruta del agua templada cayendo por su cuerpo, siente como su piel se refresca, y con ello cómo va recuperando las fuerzas. Al salir enrollada con la toalla se ve tentada a tumbarse en la cama y dormir, pero la emoción que la invade por conocer ese precioso país, junto con la ansiedad de buscar al estafador no se lo permiten. Ya lista, baja al recibir y busca a Akram, lo encuentra hablando con una señora mayor, ella no lleva velo, ni túnica, parece extranjera por su vestimenta, pero su piel, junto con los rasgos, le dice que es de allí, o sus alrededores. —¡Hola, Delfina!, enseguida estoy con usted —le indica Akram. Delfina asiente con la cabeza y sonríe, los escucha hablar, al principio sin querer, después presta atención por lo interesante de la conversación. —Mi querida señora, tenga cuidado, sabe que son muy estrictos. —Sí, lo sé, pero es momento de luchar, nosotras lo necesitamos. —La apoyo, mi querida señora, pero por favor, cuídese, no haga una locura. —No la haré, gracias, querido amigo. Observa como la mujer acaricia suavemente la mejilla de Akram, se pregunta de que estarán hablando, quienes son, nosotras, y por qué una mujer que a simple vista parece tan dulce, haría una locura. —Venga conmigo, Delfina —la saca el hombre de sus pensamientos. —¡Voy! —se apresura a seguirlo. Se dirigen a otro tipo de mostrador, no el principal. —Serán quince linares la noche. Delfina calcula mentalmente, para ella eso no es ni un euro. —Creo que está equivocado, no sé, es muy poco. —No, señorita, está bien, solo es una pensión, y no muy famosa, no puedo permitirme cobrar más. —Entiendo, entoces le pagaré por adelantado. —¿Cuántos días, señorita? —De momento..., umm, un mes —le dice sin estar segura de cuánto tiempo pasará allí. —Será muy agradable tenerla por aquí —le sonríe el hombre muy feliz por tener a una huésped tan simpática y a la vez saber que tendrá trabajo ese mes. Por su ubicación en Argel, no es una pensión muy cotizada, la mayoría de turistas se dirige a zonas costeras, la diferencia del valor de la moneda de España, a la de Argelia, hace que sean muy asequibles. —Gracias, Akram, por cierto, ¿Puedo hacerte una pregunta? —Claro, señorita. —Delfina. —Claro, señorita Delfina. La joven sonríe ante la respuesta del pensionista. —¿Quién era la mujer con la que hablabas antes? —¡Oh!, ¡La señora Fátima, una gran mujer! —Pero, ¿Por qué le dijiste que no hiciera una locura? —Ella, junto con otras mujeres argelinas, está luchando por una igualdad, una igualdad que no sé si será posible —le responde entristeciendose. —¿Por qué no? —Argelia es un país tradicional, de viejas costumbres, pueden engañar a través de los lujosos hoteles, las mujeres argelinas en biquini y la falsa publicidad, pero todo lo que reluce no es oro. —Comprendo, bueno, espero que tenga suerte en su misión —deja la conversación creyendo que tal vez está metiendo mucho las narices donde no la llaman. —Yo también, yo también... Se hace el silencio unos segundos. —Tengo que salir, ¿Debo venir a alguna hora en especial?, no quisiera despertar a nadie. —A mí no me molesta, señorita Delfina, pero sería recomendable que viniera antes de las diez, no es seguro andar por ahí de noche. —Claro, muchas gracias, Akram —le sonríe agradecida. —Que pase una buena tarde, señorita Delfina —la despide él sonriendo también. La joven sale a la calle, de nuevo el calor templa su piel, no es un calor asfixiante, no ahora que se ha podido refrescar, se da cuenta de que tal vez antes le ha afectado más por eso, o quizá porque ya había bajado ardiendo del avión. Camina por las calles de asfalto, en realidad, sin un rumbo fijo, sigue sin saber dónde ir, recuerda que el estafador, el supuesto Alzo, le dijo que trabajaba en un hospital general. Decide caminar hasta la costa y allí buscar una oficina de turismo, al acercarse empieza a ver un cambio en la capital, los taxis cada vez son más visibles, las personas con cambios de vestimenta, los restaurantes, incluso las tiendas son distintas. Toma la decisión de coger un taxi, irá más directa, al subir nota también el cambio de precio, el taxi es más caro que la pensión todo el mes. —¿Dónde, señora? —le pregunta el hombre en un perfecto español y ligeramente acento argelino mientras la mira por el espejo. —A una oficina de turismo, por favor. —Claro, señora —responde poniéndose en marcha. El taxi circula por muchas calles, Delfina ha visto una oficina de turismo en el camino, ya sabe que está dando más vueltas de las necesarias, pero opta por callarse, le vendrá bien para conocer la zona y ubicar más lugares. —¿Qué es eso? —le pregunta maravillada por la entrada a un parque, pero no debe ser común, se necesita entrada. —Es el jardín botánico El Hamma, mi señora, si no lo han visto le recomiendo ir, es el tesoro de Argel. —Lo haré, y vine sola —le corrige al notar como usa el plural. —¿Su esposo no vino? —No sé que le hace pensar que estoy casada —le responde intrigada. —Disculpe, señorita, aquí no es habitual que una mujer de su edad siga soltera. —Pero como taxista debería saber que en mi país sí es lo habitual. —Lo sé, no sé en qué estaba pensando. —No importa —responde ella un poco molesta, ¿Acaba de llamarla vieja de una manera indirecta? Por fin el taxi se detiene, le da el importe del viaje sin quejarse, omitiendo su descubrimiento de hace rato. —Gracias —le dice educado cogiendo el dinero. —A usted —responde ella dándose la vuelta y caminando hacia la oficina. Entra y se dirige al mostrador en el cual hay una joven con velo y túnica. —Buenas tardes, ¿En qué puedo ayudarla? —Busco algo de información de la zona. —Muy bien —la joven saca de debajo del mostrador un montón de folletos y le muestra, a la vez que le explica, las zonas más turísticas. —Disculpe, pero, ¿Cuál es el hospital general?, tengo un amigo allí y me gustaría visitarlo. —¿Cuál de ellos, señorita? —¿Cuál? —Aquí todos son generales, al menos los gratuitos, si está en uno privado debería averiguar el nombre. —Yo...yo... —se queda pensando, no tiene mayor información que esa, deberá buscar la manera de hablar con el estafador de nuevo.
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