IV

1317 Words
Tapé mi boca, para que mi respiración agitada no se escuchara. Joder ¿qué hacía? Podía salir arrastrándome por el suelo cuando estuvieran en pleno polvo pero… yo no quería ver la “cosa” de ese chico. —Dios, Jack, no hagas eso —gritó Imelda, jadeante. —Pensé que te gustaba. ¿Qué le había hecho? No, no quería saberlo, ¿o sí? Pero agh, qué tiene esta estúpida rubia traidora en la cabeza, ¿por qué se lo tiraba si la había dicho que era un pervertido? —Oye, ya que dejaste a ese idiota, ¿no estaría bien que saliéramos juntos? Llevo siendo el otro seis meses, estoy cansado. —No sé qué pensará mi padre sobre eso —el chico siseó—. ¿No te basta con lo que te doy? Sabes que eres mi favorito —un sonido gutural escapó ahora de su garganta. ¿Qué estaba pasando? — Delicioso —él suspiró. —La verdad, prefiero más —respondió el pelirrojo. Se escuchó otro golpe, uno de los dos cayó sobre la cama, aunque no podría decir bien quién. — ¿Por qué quieres una relación como esta, si no dejas que me arrime a otras? Es como ser novios pero sin serlo. —Entonces míralo como quie… —Imelda gritó, guaa, ¿qué había pasado?—. Estúpido, no me sorprendas así —se quejó entre jadeos—. ¿Estás loco? Has metido cuatro. Me quedé congelada, ¿cuatro? Dios, ese tío era un bestia. Madre, no podía seguir aquí, esos gemidos, esos gritos me estaban poniendo burra hasta a mí. Di un paso hacia atrás y tropecé para caer sobre el mueble de los zapatos, provocando un terrible ruido. La luz de la habitación se encendió y vi aparecer a dos personas arropados con sábanas en el armario. Primero entró el chico y la siguiente, fue Imelda. —Mira lo que tenemos por aquí —dijo el chico de forma burlona al mirarme, seguro que estaba completamente colorada—. Siempre es Sheila. —Cállate, idiota —gritó Imelda. Ella sonrió y se acercó a mí—. Sheila, ¿por qué de todas las habitaciones escogiste la mía? —abrí la boca, pero por ella no salió nada, aún estaba demasiado shockeada—. Hablemos de esto en otra ocasión, ¿de acuerdo? —Asentí y me ayudó a levantarme—. Por favor, silencio hasta que te explique. —E… entendido —respondí—. Creo que me iré a casa. Salí de la habitación de prisa, corriendo y caminé hacia la cocina necesitaba agua. ¿Qué acababa de ocurrir? Me apoyé en la barra y cogí un vaso para llenarlo de agua del grifo, me asomé a la ventana y vi… No, definitivamente esto era un sueño, ¿o una pesadilla?, ¿mi otra amiga follando en la parte oscura del jardín? Eso era realmente increíble, de Imelda podía creerlo pero, ¿creer que Esmeralda era otra perra lujuriosa? Eso era, era… Claro, por eso decían que las mosquitas muertas siempre eran las peores. Coloqué la cabeza de lado, ¿qué clase de postura extraña era esa? Agité la cabeza, no, no, no, nada de mirar, ¿por qué de repente parecía una total pervertida? Cogí una botella y salí a la calle con ella. Definitivamente, iba a cogerme la borrachera de mi vida. La única estúpida virgen del instituto era yo, ¿y todo por qué? Por esperar a ese estúpido de Julian, que no se fijaba en mí. Abrí la botella y pegué un trago de esta. Sinceramente no sabía cuán fuerte era el vodka absoluto, pero si hacía que olvidara lo que acababa de ver, me era suficiente. Suspiré y miré el n***o callejón por el que nunca pasaba nadie, era un gran atajo a la hora de llegar a casa aunque a Mary no le gustaba nada que yo entrara por ahí. Pero, ¿qué más daba? Mary no estaba aquí y con esta botella estaba más que segura de que si alguien se acercaba, no sobreviviría. Reí para mi misma y bebí otro trago de esa fuerte bebida, la verdad que tragar esto sin refresco, era un poco brutal. Sí, era genial, era de lo más, seguro que ningún mierdecilla de esa fiesta había hecho esto. Sonreí para mí misma. Estaba orgullosa de mí. Me choqué contra una de las paredes. ¿Era yo o el callejón era más estrecho de lo usual? Suspiré, joder, quería llegar a casa. —¿Sheila? —miré hacia atrás y vi a un pelirrojo de ojos caídos a quién sonreí, agitando mi mano—. Dios, ¿qué le pasa a tu cara? —Hola, señor juguetes extraños —grité alegremente—. ¿Jugamos? —No, Sheila, creo que es hora de que te lleve a dormir —hice una rabieta y él me cogió a caballito—. ¿Qué estás bebiendo? —Absoluto —respondí como si nada, él me quitó la botella—. ¡Eh, eso es mío! — ¿Lo estás tomando a palo seco? —Sí —reí—, ¿no es genial? —Eres estúpida —resopló y tiró la botella al contenedor—. Menos mal que fui yo quien te encontró. ¿Y si te llegan a violar, estúpida? —Pues me dejaba y disfrutaba —él pellizcó mi pierna y yo me quejé—. Shane —torció la cabeza un poco hacia atrás—. ¿Tú crees que yo soy guapa? — ¿Alguien se ha atrevido a decir lo contrario? —Respondió de forma interrogante, puse una pequeña sonrisa y me apoyé en su hombro—. Sheila, tú eres tú, tienes tus cosas buenas y tus defectos, al igual que todos. Bajo mi punto de vista, eres susceptible y temperamental —le golpeé—. A eso me refiero. —Tal vez un poco —reí y finalmente pude avistar mi hogar, sonreí y observé a alguien paseando por el porche, oye… ¿ese era? —Parece que de esta no te libras, Sheilita —dijo con sorna. —Shane —acerqué mis labios a su oído—, ¿quieres ser mi novio? —Me niego —fue como un puñal clavado sin piedad. —Pero para ti soy linda. —Y una nena —respondió—. Joder, que yo tengo veinticinco. —El amor no tiene edad. —Sí para las autoridades —puso una sonrisa picajosa y dio un pequeño salto que me hizo botar—. No uses a los demás para que él te mire —me congelé—. Todos, menos Itiel, somos capaces de ver que estás completamente loca por tu hermanito mediano. El camino de los celos es el más fácil pero, ¿no crees que es alargar lo inevitable? —sonreí—. Ya no eres la misma Sheila, no eres la niña llorona que necesitaba protección a todas horas, eres una chica fuerte, alegre, que con duro esfuerzo hizo una gran cantidad de amigos, además de sincera y violenta a más no poder —reí fuertemente—. Dile la verdad. Sólo así conocerás sus verdaderos sentimientos y podrás seguir adelante. —Gracias —besé su mejilla y me bajé de su espalda para observar a un Julian mirándonos desde la puerta. — ¿Qué hay, pequeñín? —preguntó Shane. —Hola, lolicón —respondió con una sonrisa falsa. Shane rió—. Sheila, entra ya. —Sí —respondí exasperada. Vaya idiota. Caminé hacia la puerta del gran hogar de la familia Hall, mirando el rostro de mi hermanito, reí, si el supiera lo que yo quería hacerle en estos instantes…, mis amigas me habían dejado cachonda perdida. Volví a reír de forma divertida, para caminar hasta quedar a su lado y sonreírle.
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