II

1675 Words
Tras una ducha de agua fría y mi mente casi despejada, llegué a mi habitación para vestirme. Hoy celebraríamos una fiesta en casa de Imelda, debido a que finalmente llegaba el verano, y con esto, el fin de curso tanto ansiado. Las vacaciones de verano siempre habían sido las mejores, Julian y yo siempre jugábamos juntos. Veíamos los fuegos artificiales en los festivales y me conseguía muchos peluches. Me tumbé en la cama, con toalla incluida, y eché mi mirada hacia la izquierda. Allí estaba la foto del primer festival de verano que pasé con la familia Hall. Yo tenía tan solo ocho años, estaba en mi segundo año de escuela elemental, me habían cambiado de colegio tras la mudanza y no era muy sociable por ese entonces. Itiel se encontraba a mi derecha, agachado, con una amplia sonrisa, ellos parecían felices de tenerme a su lado, ¿les gustaba la idea de tener una hermanita a quien proteger? A mí me encantaba que ellos lo hicieran, siempre me sentí querida a su lado, a pesar de ni siquiera llevar su sangre. A mi izquierda, estaba Julian también sonriente agarrando mi brazo y yo estaba en el centro, riendo por cualquier tontería que me estuvieran diciendo ellos dos. La típica imagen de tres hermanos que se quieren. Me gustaban esos momentos, tal vez fueron los más felices de mi vida, debido a que apenas recordaba cualquier acontecimiento realizado con mis padres. Lo que mi mente jamás olvidó fue su aroma, sus rostros, su forma de hablar y la sensación de calor tan hermosa de cuando me abrazaban. Me abracé a mi misma fuertemente, ser una Hall no había sido fácil para mí, sobre todo al darme cuenta de que algunos niños se acercaban precisamente por ser “hija” de quien era. Suspiré y me asomé por la ventana, definitivamente ser una Hall, no era para nada un campo de rosas. ¿Y si hubiera conocido a Julian a través de nuestros padres? Tal vez no me hubiera visto como su hermanita… ¿Me hubiera visto como una mujer? Ni siquiera podía saber eso, ya que me sacaba tres años. Mis guapísimos hermanos Hall, se encontraban en la piscina de la gran mansión –que yo misma había ayudado a Mary a decorar–, ella deseaba que yo algún día fuera la dueña de esta casa. Julian se encontraba con esa zorra de cuidado y por alguna extraña razón, los dos amigos habían desaparecido de la mansión como si nada. ¿A dónde habrían ido? Itiel alzó la cabeza hacia mi habitación y al verme, saludó con la mano, para luego hacerse una seña en el pecho. ¿Acaso le pasaba algo? Me encogí de hombros y me apuntó. Bajé la cabeza y sentí mis mejillas arder al ver cómo la rubita y Julian me miraban, él medio riéndose y ella, haciéndolo a carcajadas. Me agaché con rapidez y tapé mi cuerpo, mierda… la toalla se había resbalado, dejándome en pelotas. Vaya coraje, ¿por qué siempre tenía que ponerme yo solita en ridículo? Me tapé con la toalla y aparecí de nuevo por la ventana, ¡no lo podía creer! ¿Estaba riéndose? Cogí una caja de madera que de pequeña me regaló y la tiré con fuerza, pasándole cerca de su cara. ¿En serio ese estúpido se reía de mí? ¡Já! —¡¿Te diviertes, pedazo de imbécil?! —grité cabreada. —¡Oye, deja de lanzarme cosas! Además, ¿qué pasa con Itiel? —dijo del mismo modo, anonadado—. Él también… —Te equivocas, él no se reía —fruncí el ceño hacia él y me mordí el labio, agh hasta me había hecho sangre. —Sheila no pasa nada, estás exagerando —bufó—. Tampoco había mucho que ver. Esa fue la gota que colmó el vaso. ¿Quién se creía ese imbécil que era? Ya se iba a enterar. —¿Ah sí, no me digas? —solté cínicamente, él frunció el ceño esperando mi ataque, claramente sabía que callada no me iba a quedar—. ¡Oye tú! —grité a mi “cuñadita”—. ¿Julian te da placer con su micro pene? —pregunté. Itiel comenzó a reír a carcajadas y Julian me miró con los ojos entrecerrados. —¿Qué estás diciendo, estúpida? ¡Ni siquiera lo has visto! —gritó desde abajo. —Sí. Lo vi un día sin querer, mientras te duchabas —sonreí ampliamente. Obviamente era mentira. —Julian no la tiene pequeña —gritó ella, yo sonreí. Mary estaría escuchando todo, él se llevó la mano derecha a la frente, ya comenzaba a desesperarse. —¿Entonces te has comprado uno de esos alarga-p***s de la televisión? No te creía capaz de eso, “hermanito” —cerré la ventana fuertemente y escuché cómo me gritaba algo que apenas comprendí. Caminé hasta el espejo y me miré. ¿Qué problema tenía ese estúpido? No eran ni muy grandes, ni muy pequeños, eran normales. Mary dijo que estaban bien así, una chica de diecisiete años no tenía por qué tener unos pechos que abultasen una cabeza entera, maldita sea. Me acerqué al armario y observé mi ropa. Jeans largos y camisetas con leves escotes… ¿Cómo demonios iba a fijarse en mí con esa clase de ropa? No me maquillaba, no me ponía faldas, nada, ¿era en verdad tan mojigata? Suspiré. Por suerte, recordaba tener una minifalda de Imelda guardada por alguna parte del armario, igual podría ponérmela con una bonita camiseta de tirantes y unas sandalias. Me coloqué esa hermosa lencería color azul celeste de encaje, que compré con mis amigas un día en una cara tienda de ropa íntima y más tarde, me coloqué la falda color blanco de Imelda. Fui hacia el cajón de las camisetas y tomé una rosa con escote –no muy pronunciado, pero lo suficiente para verme muy pero que muy sexy–, y me puse esos zapatos con un tacón de infarto del mismo color de la falda. Estaba realmente guapa, incluso más que la tiparraca que se encontraba abajo. Me maquillé tan solo colocándome un poco de sombra de ojos rosa con algo de blanco en la parte superior del párpado y alargué mis pestañas con el rímel. Usé mi maravilloso brillo de labios y lo metí en el bolso, del mismo color que los zapatos, para ir en conjunto, por supuesto. Finalmente, cuando estuve completamente lista e incluso peinada con ese hermoso listón que mi amiga Imelda me regaló, bajé escaleras abajo para abrir la puerta y salir a la calle a comerme el mundo. Antes de que pudiera llegar a abrir la puerta siquiera a la mitad, alguien la cerró y, sin duda alguna al ver su mano, supe quien era al instante. Una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo… mierda, estaba demasiado cerca. —¿No tenemos que hablar tú y yo? —pegué un salto y retrocedí, separándome de él. Julian puso los ojos en blanco y suspiró—. Mira, estás rara, no sé qué te pasa. Llevas un tiempo… —me miró de arriba abajo —. ¿A dónde vas? —A una fiesta —respondí, como si en verdad tuviera que darle explicaciones. ¿Qué le importaba a él? —¿Quién da la fiesta? —observé su rostro con una ceja enarcada. —No me vengas con la mierda de hermanito protector —salté sin más. Él se quedó blanco. ¿Acaso le sorprendía? A mí, sinceramente no. —¿A qué viene esa tontería? Si vas así vestida… —¿Por fin podré echarme novio tal y como hacen las chicas de mi edad? —pregunté cínicamente—. Julian, no eres mi padre. Además, Mary y Fréderic lo saben. —Eres una bruta —apretó los puños—. Luego te iré a buscar, ¿en dónde es la jodida fiesta? —En ningún sitio —respondí con una sonrisa, que sin duda le molestó—. Quédate aquí o sal con tu novia, ¿o pretendes que me quede en casa encerrada todo el verano? —él fue a hablar, pero le corté—. ¿O no querrás que vaya por ahí contigo y con tus amigos?, ¿para eso los trajiste? —No —respondió tajante— C…Como no estuve en tu cumpleaños, pensé que… —No pienses. Creo que será mejor —le corté, se escuchó un claxon en la calle y miré sus ojos color ónix, esos que me volvían completamente loca—. Nos vemos. —Sólo ha sido uno —se justificó él—. Maldita sea, Sheila, ya no eres una niña. —Qué raro, antes dijiste todo lo contrario —respondí cínicamente—. Diviértete. Salí de casa, con el corazón latiendo a mil por hora. ¿El cumpleaños? ¿A quién le importaba esa mierda de cumpleaños? Él me dejó sola, él se olvidó de mí en cuanto entró a la preparatoria. En ese momento comencé a ser una maldita mancha en su vida, ¿y ahora que me había cansado de todo, quería que actuara de forma natural con él? Si quería llamarme niña, adelante, pero el cumpleaños fue la gota que colmó el vaso. Entré en el coche que me llevó hasta la fiesta. Imelda me esperaba con impaciencia con un chupito de la mano –por supuesto era para ella ya que yo nunca bebía–, cogí dicho vasito y de un trago, me metí la sustancia líquida para adentro. ¡Puro fuego, joder! ¿Qué coño llevaba esa mierda? Tosí y dejé el vaso en la mesa. —O sea que ya llegó ¿me equivoco? —preguntó con una sonrisita, pasándome otro—. Por los amores no correspondidos, amiga —levantó otro vaso de chupito y brindamos. Sinceramente, no sabía cómo saldría de esta fiesta pero si sobrevivía, Mary y Frédéric se enfadarían bastante.
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