Se tumbó en el suelo y me miró desde abajo, se veía de lo más infantil en estos instantes, me gustaba esta sensación y me gustaba este Julian, mi Julian. Observé cómo su rostro cambiaba a uno de sorpresa, estaba mirándome fijamente, aunque no conseguía saber la razón de porque me miraba así. ¿Dónde demonios estaba mirando? En verdad comenzaba a dar miedo. —¿Has enseñado a alguien ya esa bonita ropa interior? —preguntó, mirando descaradamente—. Ya no son de Hello Kitty. —Claro que no son de Hello Kitty, imbécil —le tiré mi conejito de felpa a la cara, pero antes de que llegara a tocarlo, lo atrapó—. Devuélvemelo. —¿No es el que te regalé cuando tenías diez años? —observé la sonrisa de su rostro, atónita. Miraba al muñeco de felpa de forma nostálgica—. Siempre mirabas los peluches co