Narra Mateo.
El lunes por la mañana Megan me miró como si yo tuviera dos cabezas.
—¿Qué vamos a hacer qué?—dijo.
Suspiré, doblé el periódico y lo dejé en la encimera.
—No quiero parecer demasiado ansioso, así que le dije a mi jefe que teníamos algo que hacer esta mañana, él supuso que se trataba de la licencia matrimonial y yo no lo corregí—respondí.
Ella tomó los platos y los llevó al fregadero. Debía admitir que era una cocinera estupenda. No recordaba la última vez que había desayunado en casa sin que la comida hubiera salido de una caja. El día anterior, Megan salió con su auto a hacer unos «recados» y cuando regresó, tuvimos que bajar dos veces para subir todo lo que había comprado en el supermercado. En aquel momento pensé que estaba loca, pero empezaba a cambiar de opinión. La
