Christopher había corrido por los pasillos del hospital a atender la emergencia por la cual vocearon su nombre, había dejado a su mejor amiga Regina con el gerente del hospital: Cristóbal, sin imaginar que en su ausencia sus amigos les darían rienda suelta a sus bajos instintos, y que Soledad, llevada de los celos, interpretaría mal. Christopher auscultó con atención a doña Carmen, la mujer había hablado, y movido una parte del cuerpo. —A su nieta le va a dar gusto ver que se está recuperando, señora Carmen —comentó mientras le revisaba los ojos con la lámpara de reconocimiento, enseguida le brindó una cálida sonrisa. La anciana, como pudo, frunció los labios, intentando sonreír. —Gracias —balbuceó. —Iré por Soledad para que pueda hablar con usted, y más tarde, la enviaré a hacer