Soledad no pudo evitar sollozar, tenía el corazón apretujado, Ximena como tantas otras chicas de esa comuna andaban en malos pasos, y no le parecía justo, sentía impotencia de no poder hacer nada por su amiga, y por las demás, volvió a su escritorio, limpió con una servilleta sus lágrimas. —¿Por qué lloras Soledad? —preguntó Cris, la miró con ternura. —Cosas sin importancia. —Sorbió su nariz—, no me ha dicho qué hacer con el dinero. —Envíalo a depositar como siempre, y más tarde nos iremos a casa —aclaró. —¿Suspendiste las citas? Soledad asintió. —Sí, todo quedó cuadrado para mañana, mientras se desocupa iré a ver a mi abuela. —Entonces te busco allá. **** Aquel misterioso hombre se recargó en el sillón de su escritorio, inhaló varias veces su puro, miró el humo que desprendí