Juan David miró esos largos rizos color del ébano de la noche, se reflejó en unos profundos ojos negr0s, separó los labios, sorprendido. —¿Eres mujer? —preguntó, y soltó un gruñido. —Sí, pero me sé defender de los pirobos como tú —expresó, y antes de levantarse agarró cierta parte sensible del cuerpo de Juan David, lo apretó. —¡Auh! ¡Me duele! ¡Suéltame! —Se quejó gruñendo de dolor. —¿Te vas a volver a meter con Soledad? Juan David, gruñía de dolor, negó con la cabeza. —La dejaré tranquila, suéltame. Ximena se mojó los labios, lo miró con atención de pies a cabeza, en su vida había estado frente a un hombre tan bien vestido, y atractivo como Juan David Duque, esos ojos azules tenían un magnetismo especial, además que resaltaban con ese tono de piel. —Muy bien, porque ya sab