Soledad tenía una mente brillante que en ocasiones era opacada por su ingenuidad, y el medio en el cual se había criado, ese que no le había permitido desarrollar sus destrezas, así que en ese momento de nuevo pensó con rapidez. —Porque la escuché con otro hombre, teniendo… relaciones —pronunciar esa última frase causaba un rubor en sus mejillas—, y no quiero que usted tenga problemas por culpa de ella. —Alzó sus párpados y lo miró a los ojos. Cris se reflejó en los marrones ojos de Soledad, en su mirada dulce y cálida. —Para ser dos desconocidos que estamos unidos por las circunstancias de la vida, te preocupas demasiado por mí. «¿Dos desconocidos?» Soledad pensó y arrugó el ceño. —¿Eso somos? ¿Es en serio? —rebatió, soltó un bufido y se separó de él, se acercó al refrigerador,